miércoles, 26 de marzo de 2014

Luis Marré: un creador en su ámbito comprometido


Publicado en: http://www.uneac.co.cu/index.php?module=noticias&act=detalle&id=7749 y en http://www.cubapoesia.cult.cu/2014/03/luis-marre-una-criatura-creadora-en-su-ambito-comprometido/

El día de inicio de la primavera –no por casualidad declarado por la UNESCO como el Día Mundial de la Poesía– la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC rindió homenaje a uno de sus más grandes poetas: Luis Marré.

Fue la tarde del pasado viernes 21 de marzo, cuando familiares, amigos y admiradores que le acompañaron durante su fructífera vida se reunieron para recordarle y mantener su obra más viva que nunca. El habitual Viernes de Poesía, que organiza la Colección SurEditores y el Festival de Poesía de La Habana, aprovechó su espacio para el tributo, al que asistieron tres Premios Nacionales de Literatura: Nancy Morejón, Pablo Armando Fernández y César López.

El poeta Alex Pausides, anfitrión del espacio, se refirió a Marré como “un hombre formidable, humilde y uno de los poetas cubanos más absolutos”. Pero fue César López quien conmovió al auditorio en su recuerdo del amigo, convencido de que “todo aquello que no sea la poesía de Luis Marré en el Día de la Poesía, viene sobrando”.

Al recordar su vida y su obra, siempre consecuente desde el punto de vista “ideológico, histórico, geográfico y amoroso”, resaltó que “nunca hubo traición en su creación” y por eso definió como sus principales virtudes “el compromiso, la fidelidad y la generosidad”. “Vivió como tenía que vivir: una criatura creadora en su ámbito comprometido”, señaló.

Se refirió a su aporte como poeta de la generación del 50, entre los primeros que se manifestaron y crecieron junto al proceso revolucionario que se gestaba y que jugó un papel fundamental en la unidad y la conformación del movimiento artístico creador de la nación cubana en desarrollo.

“La poesía y el poeta está por encima de todo… y persistirán, porque ambos vienen del amor”, concluyó.
La tarde también contó con las palabras de Nancy Morejón, la presentación del libro Antología mínima de Luis Marré –de la colección SurEditores– por la escritora Basilia Papastamatíu y, para culminar, con un recital de la obra del poeta por Aitana Alberti y la actuación del cantante y profesor Alberto Faya, acompañado de la pianista Mery Cordero, quienes le dedicaron a Marré todo su arte.

Luis Marré nació en Guanabacoa, La Habana, en 1929 y fue poeta, narrador, traductor y editor. Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana, colaboró en importantes revistas culturales como Orígenes, Ciclón, Lunes de Revolución, Unión y Casa de las Américas.

Trabajó durante muchos años como jefe de redacción de La Gaceta de Cuba y sus obras fueron traducidas al inglés, francés, ruso, árabe, húngaro, sueco, danés y polaco. Combatiente de Playa Girón y de la limpia del Escambray, militó hasta su fallecimiento –el 31 de octubre de 2013– en el Partido Comunista de Cuba. Entre sus numerosos premios y reconocimientos, obtuvo en 2008 el Premio Nacional de Literatura.

miércoles, 12 de marzo de 2014

El mercado que no fue (o que no dejaron)

Las tiendas de La Habana dan pena. Quienes las vieron el año pasado y las visitan ahora no pueden menos que lamentar su estado: vacías, sin oferta, casi abandonadas… otra vez.

Cuando hablo de “las tiendas de La Habana” me refiero a aquellas que casi estuvieron a punto de desaparecer –o de caerse a pedazos– en las calles Neptuno, Galiano, Belascoaín y Monte durante el “período especial” y tuvieron un reverdecer hace un par de años con la nueva ola de negocios privados (o “cuentapropistas”, según el eufemismo oficial).

Hace días estoy buscando cosas tan necesarias y elementales para una casa como una esponja para fregar, una fosforera para encender el fogón y un estropajito de aluminio para las cazuelas.

El año pasado la complejidad estaría en decidir entre la variedad de ofertas y precios: si una vulgar esponjita (de las tantas) en Neptuno, una más sofisticada (y más cara) en el mercado de 17 y K o la que me ofrecía el timbiriche de los bajos de mi casa, con la comodidad de no tener que caminar mucho.

Ahora la complejidad está en que no hay. Tras una decisión estatal –tan cuestionada como sin explicaciones lógicas– se borraron de un plumazo todas esas opciones y nos quedamos en manos, otra vez, de la ineficiente y escasa oferta de las tiendas del Estado, que pretende llamarse mercado.
 
Si de algo sirvió la referida decisión fue para demostrar –aunque ya lo sabíamos– que el problema no está en razones externas (léase bloqueo, aumento de precios internacionales, crisis mundial, etc.), sino en dejar el mercado minorista en manos de un aparato burocrático que no puede –ni le interesa– ser eficiente.

Algo sí me llamó la atención: en la entrada de todas esas tiendas, ahora vacías y abandonadas, chocas con alguien del local que te pregunta: “¿qué estás buscando?”. Al salir, decepcionado, vuelve la pregunta “¿qué buscas?”. Porque, al regresar a la inoperante tienda estatal, regresamos también al mercado negro. Más de lo mismo.

No somos nuevos en estas lides. Desde la tristemente célebre “ofensiva revolucionaria” de 1968 llevamos más de 45 años demostrando que esa no es la fórmula para desarrollar el mercado minorista. Cuando hace un par de años parecía que –¡finalmente!– habíamos aprendido la lección… volvimos atrás.

Lo que me pregunto es: ¿Cuántas personas habrán tenido que devolver sus licencias? ¿Cuánto dejó de ganar el erario público por motivo de impuestos a labores privadas y alquiler de locales? Nuestra prensa, tan dispuesta a llenarnos de numeritos, parece no estar interesada en hablar del tema.

Supuestamente se “rectificó” una mala aplicación de la política, pero… volvimos a tirar el sofá por la ventana. En lugar de regular la práctica para beneficio de todos (Estado, trabajadores privados, consumidores) se optó por prohibir. Y volvimos a la simulación, a la apariencia de “aquí no ha pasado nada”.

Más allá de las afectaciones económicas, tanto para el Estado como para los trabajadores, me pregunto: ¿sirvió de algo? ¿valió la pena?