Haciendo una mirada crítica al documento de la Conferencia del Partido, a ser discutido el próximo 28 de enero y presentado a debate en los núcleos políticos de base del país, una de las cosas que más me llamó la atención fue su lenguaje machista, es decir, la ausencia de lenguaje de género en toda su extensión. Así lo expresé en el momento y lugar oportunos… y así debe estar en alguna de las actas.
En todo el documento se pueden encontrar reiteradas e insistentes menciones a “los militantes”, “los jóvenes”, “los niños”, “los compañeros”… ¿es que no existen las militantes, las jóvenes, las niñas, las compañeras? Algo que, lamentablemente –y estoy seguro que no estaba en la intención de sus autores– invisibiliza a las féminas y su incansable lucha, incluso desde antes del triunfo de la Revolución, a ocupar el espacio merecido a todos los niveles en el país.
Esto del lenguaje de género, para muchos, puede parecer algo superficial… sin contar que algunas personas lo ven como “una payasada”. Y, claro, no me refiero al extremo de hablar de “las perras y los perros”… o al absurdo de decir “las pulgas y los pulgos”. Pero tenemos que obligarnos a observar con cuidado el lenguaje que utilizamos, mucho más en un documento de tanta significación política y que, precisamente, trata de proyectar la continuidad de un proceso emancipatorio –en todos los sentidos– como la Revolución cubana.
El lenguaje es la mejor vía que tenemos para expresar nuestras ideas, convicciones, aspiraciones… y también expresa nuestras limitaciones, temores y prejuicios. Si no cuidamos las formas de expresarnos, terminamos priorizando –muchas veces inconscientemente– las segundas sobre las primeras. Y mostraremos una lamentable falta de educación en género, que implica discriminación y violencia contra las mujeres, por silencio (u omisión).
Mucha gente cree que se “libra” de este “compromiso” comenzando sus intervenciones con el manido “Compañeras y compañeros: (…)” –muchas veces repetido de forma automática y sin darse cuenta que están usando un leguaje de género– pero en el resto del discurso se olvidan de ese “detalle”.
No creo que sea nada complicado y, cuando se hace conscientemente, se convierte en hábito. De lo que se trata es de observar la manera en que hablamos cuando nos referimos a las personas y, sin entrar en complicadas elaboraciones, encontrar aquellas expresiones que sean incluyentes y no dejen fuera, injustamente, a grupos humanos.
El lenguaje puede y debe ser un punto de partida en el reconocimiento y ejercicio de la igualdad entre los géneros y un vehículo útil para educar en materia de género para todas y todos.