Nuevamente la televisión cubana nos sorprende con la transmisión de una serie estadounidense en la que se trata, abiertamente y con mensajes claros, el respeto a la diversidad, incluyendo la diversidad sexual. Ya habíamos comentado la transmisión de “6 pies bajo tierra” hace algunos meses, pero esta vez la teleserie “El coro” (Glee, por su nombre comercial en inglés, comedia musical de Ryan Murphy que ganó el Globo de Oro en 2009-2010) nos llega un día y a una hora privilegiada, cuando todo el mundo puede verla: los sábados a las 5:45 de la tarde, por Cubavisión.
En el preuniversitario McKinley, el profesor de español Will (que no por casualidad significa “voluntad”, en inglés), se arma de entusiasmo para organizar el coro de la escuela y tratar de convertirlo en el exitazo que había sido en épocas pasadas. A su convocatoria se suma el pequeño grupo de los estudiantes menos populares, en un atrevido juego con la dicotomía “ganadores vs. perdedores” (winners vs. loosers), que para la cultura estadounidense tiene una tremenda implicación en eso tan importante de alcanzar la aceptación social.
Lo más interesante es que a este equipo de supuestos “perdedores” van a parar quienes pudieran calificarse de “diferentes”, como consecuencia de la estricta normatividad social: el homosexual de amaneramientos más refinados, con los gustos más estereotipados; la estudiosa antipática, hija de padres gays, con una visión del mundo muy desenfadada; el impedido físico, que se enfrenta en su silla de ruedas a las barreras de la vida –no sólo arquitectónicas-; la negra gorda que, con su voz maravillosa, defiende una cultura casi marginal en una escuela de rubios y rubias; la china tartamuda, quien con su canto trata de despojarse de su incontrolable timidez…
Pero lo mejor de la serie es que estos “perdedores” demuestran, día tras día, que tienen mucha riqueza humana que mostrar y que, saliendo de los estereotipos y la “normatividad” social, hay mucha belleza y compañerismo que aprender de ellos. Soportando el bochornoso embarre público de refresco de frambuesa, castigo devenido en hábito de los “ganadores” de la escuela contra los “perdedores”, demuestran también que la homofobia, el racismo, la xenofobia, la discriminación por obesidad, y por cualquier otra característica o comportamiento que se salga de lo “normal” o “aceptado”, son males que tienen la misma raíz: la insensibilidad y el desprecio sobre la base de prejuicios.
Llama la atención el tratamiento que la serie le da al caso de Kurt, un gay abrumadoramente afeminado, quien divinamente exhibe sus modas más extravagantes y llega incluso a registrar acordes de soprano en el canto. Con su “molesta” apariencia (para aquellos más homofóbicos), enfrenta con orgullo su forma de ser y desafía al mundo con sus dotes y virtudes, ampliamente demostradas, incluso en el duro juego de fútbol rugby. Su padre, un mecánico aparentemente bruto, nos brinda una Clase Maestra de sensibilidad y humanismo, al defender a su hijo frente a cualquier intento de discriminación por su apariencia física, por sus modales y por su orientación sexual.
Por todas estas enseñanzas, que llegan al televidente de forma refrescante, amena y que tanto bien le hacen ser expuestas a la sociedad, bienvenida sea “Glee” en las pantallas cubanas. Aunque es una pena que tenga que ser una serie extranjera –estadounidense por demás- la que traiga mensajes tan claros y potentes en materia de respeto a la diversidad… ¿cuánto más tendremos que seguir esperando por los mensajes de este tipo, pero “Hecho en Cuba”?
En el preuniversitario McKinley, el profesor de español Will (que no por casualidad significa “voluntad”, en inglés), se arma de entusiasmo para organizar el coro de la escuela y tratar de convertirlo en el exitazo que había sido en épocas pasadas. A su convocatoria se suma el pequeño grupo de los estudiantes menos populares, en un atrevido juego con la dicotomía “ganadores vs. perdedores” (winners vs. loosers), que para la cultura estadounidense tiene una tremenda implicación en eso tan importante de alcanzar la aceptación social.
Lo más interesante es que a este equipo de supuestos “perdedores” van a parar quienes pudieran calificarse de “diferentes”, como consecuencia de la estricta normatividad social: el homosexual de amaneramientos más refinados, con los gustos más estereotipados; la estudiosa antipática, hija de padres gays, con una visión del mundo muy desenfadada; el impedido físico, que se enfrenta en su silla de ruedas a las barreras de la vida –no sólo arquitectónicas-; la negra gorda que, con su voz maravillosa, defiende una cultura casi marginal en una escuela de rubios y rubias; la china tartamuda, quien con su canto trata de despojarse de su incontrolable timidez…
Pero lo mejor de la serie es que estos “perdedores” demuestran, día tras día, que tienen mucha riqueza humana que mostrar y que, saliendo de los estereotipos y la “normatividad” social, hay mucha belleza y compañerismo que aprender de ellos. Soportando el bochornoso embarre público de refresco de frambuesa, castigo devenido en hábito de los “ganadores” de la escuela contra los “perdedores”, demuestran también que la homofobia, el racismo, la xenofobia, la discriminación por obesidad, y por cualquier otra característica o comportamiento que se salga de lo “normal” o “aceptado”, son males que tienen la misma raíz: la insensibilidad y el desprecio sobre la base de prejuicios.
Llama la atención el tratamiento que la serie le da al caso de Kurt, un gay abrumadoramente afeminado, quien divinamente exhibe sus modas más extravagantes y llega incluso a registrar acordes de soprano en el canto. Con su “molesta” apariencia (para aquellos más homofóbicos), enfrenta con orgullo su forma de ser y desafía al mundo con sus dotes y virtudes, ampliamente demostradas, incluso en el duro juego de fútbol rugby. Su padre, un mecánico aparentemente bruto, nos brinda una Clase Maestra de sensibilidad y humanismo, al defender a su hijo frente a cualquier intento de discriminación por su apariencia física, por sus modales y por su orientación sexual.
Por todas estas enseñanzas, que llegan al televidente de forma refrescante, amena y que tanto bien le hacen ser expuestas a la sociedad, bienvenida sea “Glee” en las pantallas cubanas. Aunque es una pena que tenga que ser una serie extranjera –estadounidense por demás- la que traiga mensajes tan claros y potentes en materia de respeto a la diversidad… ¿cuánto más tendremos que seguir esperando por los mensajes de este tipo, pero “Hecho en Cuba”?
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