Nuevamente una buena parte del mundo vive pendiente del humo
sobre la Capilla Sixtina, por varios días y en transmisión en vivo, vía
satélite. Y una vez más la plaza de San Pedro en Roma se estremece de emoción –retumbando
en todos los rincones del planeta– ante el anuncio supremo: “¡Habemus Papam!”
Se repite de nuevo ese ritual en el Vaticano, donde el humo
blanco –y sólo el blanco‒ es la buena noticia de que los Cardenales han
escogido al nuevo líder de la Iglesia Católica. Mientras tanto, el humo negro –precisamente
el negro– es mala señal: el desacuerdo ¿No podían haber escogido otros colores?
Me imagino que a nadie le quepa duda aún de la insistencia católica en la
perpetuidad del significado de los símbolos y la interpretación binaria de la
vida.
Dicen que pertenecemos a una generación privilegiada, pues
hemos visto la sucesión de tres Papas en el Vaticano y la renuncia de uno de
ellos, por primera vez en 600 años. Más privilegiados aún cuando, por primera
vez en la historia, se elige a un Papa jesuita y procedente una región fuera de
Europa… y para mayor relevancia, en nuestro caso, de América Latina.
Muchas expectativas ha despertado este significativo cambio
en la iglesia más poderosa en la historia de la humanidad. Pero no nos hagamos
ilusiones: no es posible tener un Papa católico que se oponga al celibato y
favorezca el divorcio, el aborto o apoye a las mujeres para asumir
responsabilidades en el clero… mucho menos el llamado “matrimonio gay”. No se
le pueden pedir peras al olmo.
El flamante Papa Francisco tiene otros –e inmensos– retos
por delante: los escándalos de corrupción, enunciados con el sobrenombre de “Vati-Leaks”
y tan horribles que hay quien los identifica como responsables de la renuncia
del precedente Benedicto XVI; los bochornosos casos de pederastia en el clero, que
han golpeado fuertemente la imagen de la iglesia; y la imperiosa necesidad de
hacer más atractiva su prédica, ante la disminución de feligreses en el mundo. La
fama de “conservador revolucionario” que le atribuyen y la imagen que ya ha
empezado a mostrar, de sencillez y cordialidad, puede ser que le ayude a
enfrentar tan grandes desafíos. Y su entusiasmo latino también: “una iglesia
pobre, para los pobres”, ha dicho.
No obstante, ya algunos han destacado las similitudes con el
Papa anterior, a quien le llovieron críticas de un pasado hitleriano y se
catalogó como “de transición”, por su avanzada edad y delicado estado de salud:
Francisco ya tiene 76 años –la misma edad que tenía su predecesor cuando asumió
el Papado–, le aquejan serios problemas de salud y se le vincula con un pasado
tenebroso, de supuestas confidencias con la dictadura militar argentina del General
Videla.
A pesar de los problemas que enfrenta la Iglesia Católica, y
la repudiable historia que la ha sostenido a través de los siglos, lo que más
llama la atención es la sucesión de unos 266 Papas en más de 2 mil años y su
capacidad de adaptarse a los más disímiles entornos políticos y sociales, independientemente
de quién es la persona que les dirige. Interesante ejemplo de una religión que,
a pesar de su dogma, ha demostrado una habilidad envidiable para ajustarse a
los tiempos.
Pero lo que para nadie es un secreto es que, más allá de la
fe y el simbolismo, la elección del Sumo Pontífice responde también a intereses
políticos muy concretos. No por gusto fue elegido un polaco en los momentos de
mayor enfrentamiento de la llamada Guerra Fría, quien sin dudas jugó un papel
importante en el colapso del sistema socialista de Europa del Este. Más tarde
fue elegido un Papa alemán, líder de la Doctrina de la Fe, en época de
consolidación europea.
Y ahora, contra todos los pronósticos y en medio del
resurgir de procesos emancipatorios en América Latina –región que, por demás,
tiene el mayor número de feligreses católicos–, es elegido un Papa argentino…
¿coincidencia histórica? ¡Atenta Latinoamérica!