Para alegría de muchos, tanto dentro como fuera de Cuba, nos despertamos hace unos días con la noticia – que se fue regando sigilosamente y como pólvora en la red digital nacional – que se había abierto una nueva plataforma para bitácoras personales en la intranet.
Para muchos pudo haber sido algo novedoso y se han acercado con curiosidad, incluso sin saber bien cómo usarla ni sospechar sus potencialidades. Para otros no tanto, sobre todo para la seria y creciente blogosfera cubana, que ha ido ocupando espacios dondequiera que le den un resquicio, utilizando los más diversos métodos para hacer llegar sus mensajes.
Es bien conocido que en la segunda década del siglo XXI – donde nos encontramos – el manejo de la información se ha ido de todos los moldes antes vistos y el periodismo ha dejado de ser el rígido concepto de una escuela. Si ya a mediados y finales del siglo XX el acceso y difusión de la información adquirió formas muy variadas, en la actualidad se reinventa cada día con el uso de las nuevas tecnologías y la interacción ciudadana de forma inmediata.
En Cuba, a pesar de no contar con estos maravillosos y sofisticados recursos – que son cada vez más accesibles para una parte importante de la población en el mundo, incluso en los países pobres – los blogs vinieron a ser un recurso muy socorrido para conocer puntos de vista e informaciones diferentes, frescas y atractivas, para debatir ideas e intercambiar opiniones, muchas veces sin restricciones. Sobre todo en un país donde los medios de mayor difusión generalmente cumplen funciones muy específicas, bajo regulaciones muy bien establecidas, y se convierten la mayoría de las veces en aburridos, monótonos y triunfalistas.
Por eso la noticia de contar con una plataforma cubana de bitácoras ha venido a cumplir una vieja aspiración de la comunidad bloguera en el país, para que sus espacios puedan ser vistos desde Cuba por mayor cantidad de personas, sobre todo aquellas que no tienen acceso a Internet pero sí a la red interna – que aparentemente no son pocos, teniendo en cuenta la cantidad de gente que labora en los sectores de salud y educación con esas restricciones en su conectividad.
Pero también ha venido a derribar el argumento – muy socorrido particularmente por intereses originados más allá de nuestras fronteras – que situaba a esta limitación como una clara demostración de la falta de libertad de expresión en Cuba, metiéndola en ese gran saco ideológico y moviéndola en función de la campaña en materia de derechos humanos.
Prefiero observar ese término («libertad de expresión») con más objetividad y menos sesgos ideológicos: quien dude de la libertad del pueblo cubano para expresarse – léase quejarse de las políticas y del gobierno – que se tome un tiempo para escuchar lo que dice la gente en una cola del pan, en una guagua, en la esquina de cualquier barrio o las opiniones que vierten en la mayoría de los foros y sitios digitales abiertos a la participación pública (en la intranet).
También pudiera sorprender a algunos la cantidad de ideas que se manejan en numerosos espacios de debate social abiertos por organizaciones – e incluso instituciones – en los últimos tiempos: en la UNEAC, la AHS, la revista Temas, el instituto Juan Marinello, el centro de reflexión Oscar Arnulfo Romero y muchas otras, con mayor o menor trascendencia.
Nuestro problema, más allá de la «expresión», está en cómo se organiza la forma de conducirlas, cómo se socializan sus propuestas y, en muchas ocasiones, qué estructura política existe para tomar en cuenta estas ideas. Más complejo aún: cuál es la cultura política de la mayoría de la población cubana en función del debate social para aceptar la diversidad de opiniones y qué se hace significativamente para educarle en función de ello.
Por eso se hace necesario ampliar los espacios de expresión de nuestro pueblo y adecuarlo a los tiempos que corren. Más aún cuando las organizaciones sociales masivas, que originalmente fueron una representación genuina de voluntad y participación popular, con el tiempo han perdido esa autenticidad y sus intentos de renovación no han llegado a ser lo suficientemente atractivos para las demandas actuales de la población.
Este proceso incide directamente en un elemento esencial para la sociedad cubana actual: la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones políticas. A pesar de las limitaciones que tiene el acceso general a las redes en Cuba y al dominio de las nuevas tecnologías, esta plataforma digital ayudará sin dudas a ampliar sus posibilidades de expresión y adaptarlas a las nuevas formas de difusión, cada vez más en manos ciudadanas.
Queda entonces adueñarnos de las nuevas posibilidades que nos brinda el desarrollo tecnológico para lograr con ellas también un aporte real desde la sociedad civil, tomando en cuenta toda su riqueza y diversidad, confiados en la sabiduría de un pueblo que ha tenido la oportunidad de una instrucción masiva por más de 50 años.
Para muchos pudo haber sido algo novedoso y se han acercado con curiosidad, incluso sin saber bien cómo usarla ni sospechar sus potencialidades. Para otros no tanto, sobre todo para la seria y creciente blogosfera cubana, que ha ido ocupando espacios dondequiera que le den un resquicio, utilizando los más diversos métodos para hacer llegar sus mensajes.
Es bien conocido que en la segunda década del siglo XXI – donde nos encontramos – el manejo de la información se ha ido de todos los moldes antes vistos y el periodismo ha dejado de ser el rígido concepto de una escuela. Si ya a mediados y finales del siglo XX el acceso y difusión de la información adquirió formas muy variadas, en la actualidad se reinventa cada día con el uso de las nuevas tecnologías y la interacción ciudadana de forma inmediata.
En Cuba, a pesar de no contar con estos maravillosos y sofisticados recursos – que son cada vez más accesibles para una parte importante de la población en el mundo, incluso en los países pobres – los blogs vinieron a ser un recurso muy socorrido para conocer puntos de vista e informaciones diferentes, frescas y atractivas, para debatir ideas e intercambiar opiniones, muchas veces sin restricciones. Sobre todo en un país donde los medios de mayor difusión generalmente cumplen funciones muy específicas, bajo regulaciones muy bien establecidas, y se convierten la mayoría de las veces en aburridos, monótonos y triunfalistas.
Por eso la noticia de contar con una plataforma cubana de bitácoras ha venido a cumplir una vieja aspiración de la comunidad bloguera en el país, para que sus espacios puedan ser vistos desde Cuba por mayor cantidad de personas, sobre todo aquellas que no tienen acceso a Internet pero sí a la red interna – que aparentemente no son pocos, teniendo en cuenta la cantidad de gente que labora en los sectores de salud y educación con esas restricciones en su conectividad.
Pero también ha venido a derribar el argumento – muy socorrido particularmente por intereses originados más allá de nuestras fronteras – que situaba a esta limitación como una clara demostración de la falta de libertad de expresión en Cuba, metiéndola en ese gran saco ideológico y moviéndola en función de la campaña en materia de derechos humanos.
Prefiero observar ese término («libertad de expresión») con más objetividad y menos sesgos ideológicos: quien dude de la libertad del pueblo cubano para expresarse – léase quejarse de las políticas y del gobierno – que se tome un tiempo para escuchar lo que dice la gente en una cola del pan, en una guagua, en la esquina de cualquier barrio o las opiniones que vierten en la mayoría de los foros y sitios digitales abiertos a la participación pública (en la intranet).
También pudiera sorprender a algunos la cantidad de ideas que se manejan en numerosos espacios de debate social abiertos por organizaciones – e incluso instituciones – en los últimos tiempos: en la UNEAC, la AHS, la revista Temas, el instituto Juan Marinello, el centro de reflexión Oscar Arnulfo Romero y muchas otras, con mayor o menor trascendencia.
Nuestro problema, más allá de la «expresión», está en cómo se organiza la forma de conducirlas, cómo se socializan sus propuestas y, en muchas ocasiones, qué estructura política existe para tomar en cuenta estas ideas. Más complejo aún: cuál es la cultura política de la mayoría de la población cubana en función del debate social para aceptar la diversidad de opiniones y qué se hace significativamente para educarle en función de ello.
Por eso se hace necesario ampliar los espacios de expresión de nuestro pueblo y adecuarlo a los tiempos que corren. Más aún cuando las organizaciones sociales masivas, que originalmente fueron una representación genuina de voluntad y participación popular, con el tiempo han perdido esa autenticidad y sus intentos de renovación no han llegado a ser lo suficientemente atractivos para las demandas actuales de la población.
Este proceso incide directamente en un elemento esencial para la sociedad cubana actual: la participación de la ciudadanía en la toma de decisiones políticas. A pesar de las limitaciones que tiene el acceso general a las redes en Cuba y al dominio de las nuevas tecnologías, esta plataforma digital ayudará sin dudas a ampliar sus posibilidades de expresión y adaptarlas a las nuevas formas de difusión, cada vez más en manos ciudadanas.
Queda entonces adueñarnos de las nuevas posibilidades que nos brinda el desarrollo tecnológico para lograr con ellas también un aporte real desde la sociedad civil, tomando en cuenta toda su riqueza y diversidad, confiados en la sabiduría de un pueblo que ha tenido la oportunidad de una instrucción masiva por más de 50 años.