Uno de los temas más debatidos en los últimos tiempos entre la población homosexual de La Habana es la necesidad de abrir espacios de socialización, donde compartir tranquilamente, en un ambiente de intereses comunes. Este fue uno de los principales planteamientos durante la “Jornada contra la Homofobia” de 2008, en el Pabellón Cuba el 17 de mayo, y uno de los de mayor complejidad en su solución, por diversas razones.
Es cierto que, a partir del esfuerzo del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) y otras instituciones, como el Centro Nacional de Prevención de las ITS-VIH/Sida (CNP), el ICAIC y la FEU, se han abierto espacios regulares de debate sobre orientación sexual e identidad de género. Ya son habituales el cine club “Diferente”, los terceros jueves de cada mes en el cine 23 y 12; los encuentros en la Casa Estudiantil Universitaria, de la Universidad de La Habana, los segundos y cuartos jueves de cada mes; y el video-debate del proyecto de “Hombres que tienen Sexo con otros Hombres” (HSH) del CNP, que realizan desde hace años con igual frecuencia. Además, se trabaja en abrir nuevos proyectos de espacios incluyentes y reflexivos como estos en otros lugares.
Este tipo de espacios son un esfuerzo válido para llevar el mensaje de respeto a la diversidad sexual a diferentes tipos de público, pero no satisface las necesidades de socialización de este sector -nada despreciable- de la población habanera.
Muchas personas ajenas a este grupo social, fundamentalmente heterosexuales con mayor o menor grado de homofobia, se asustan ante la idea de reunirlos en un mismo lugar y reniegan la necesidad de esos espacios. Otros, con mejores intenciones, justifican su negativa ante la supuesta exclusión o aislamiento que pudiera implicar la creación de lugares “únicamente para homosexuales”.
Los espacios de socialización entre grupos comunes de personas son importantes -más bien saludables- para la misma sociedad, que se enriquece con el beneficio a la salud mental y la estabilidad emocional de una parte de su población. Sin embargo, concretarlo se vuelve más complejo en una ciudad que carece de espacios estables para esos fines, incluso para otros grupos de personas. Por ejemplo se pueden citar a los más jóvenes que, en plena expresión de sus identidades, encuentran en el medio de la Calle G del Vedado su lugar para canalizar estas necesidades.
Lo que sí crea disturbios sociales, con implicaciones negativas para todos, es la ausencia de estos espacios pues, por una parte, se organizan “fiestas ilegales” que provocan irregularidades de diverso tipo y el consiguiente malestar de vecinos afectados por la bulla y el “desorden”. Por la otra, elementos inescrupulosos se aprovechan de tal ausencia para crear “sus espacios” –como cotos particulares- y extorsionar a ese ya discriminado grupo social, con los elementos acompañantes de lucro y enriquecimiento ilícito.
Valdría la pena preguntarse el “peligro” potencial que podrían implicar estos espacios, si se organizan con las debidas regulaciones que garanticen un sano esparcimiento, cuando ya existe una voluntad política y de gobierno para luchar contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género. La vida ha demostrado que, cuando se han cerrado o diluido lugares donde se ha reunido este grupo de personas -que se han creado de forma empírica o no-, se han vuelto a organizar en otro lugar, por un impulso propio de su naturaleza humana.
Desafortunadamente, ni el CENESEX ni ninguna otra de las organizaciones que trabajan estos temas de conjunto tienen la capacidad, ni las posibilidades reales para crear por ellos mismos estos espacios. Esto conlleva un complejo proceso de regulaciones y gestiones administrativas, económicas y contables que, de seguro, no forman parte de su “objeto social”.
Sin embargo, a ellos sí les corresponde la importante y paciente tarea de crear conciencia en el terreno social y político, para hacer valer el respeto a las orientaciones sexuales y la identidad de género. Sobre todo porque la mera existencia de estos espacios de socialización no resolverán los problemas de discriminación y mucho menos podrán sustituir el trabajo que estas organizaciones realizan para lograr metas esenciales -de mayor implicación social- en ese sentido.
No sería práctico pensar en “un lugar único” para estos fines, en una ciudad tan grande con más de dos millones de habitantes. Tampoco sería lógico que sean “solamente para homosexuales”, porque echaría por tierra el necesario trabajo de integración social para luchar contra la homofobia –también en un contexto más relajado. Menos aceptable sería pensar en un lugar “alejado” –para que no molesten, como dicen algunos-, por lo que ello realmente implica en términos de aislamiento y discriminación.
Los lugares existen, esparcidos por toda la ciudad, lo que falta es la voluntad y el atrevimiento de sus administradores, tal vez con el apoyo y la iniciativa de algunos artistas o personas con deseos de crear, para abrirlos a este sector de la población. Ya el pasado Congreso de la UNEAC (2008) se pronunciaba a favor de reproducir la positiva experiencia de “El Mejunje”, en Santa Clara, un espacio de inclusión y tan diverso como la vida misma. Algunos buenos ejemplos hemos tenido en la capital, de lugares que han abierto sus puertas, un día a la semana, dedicados a aceptar todas las formas de la diversidad sexual en un ambiente sano y respetuoso.
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