La más reciente entrega del maestro Enrique Pineda Barnet, la película “Verde, verde”, es una propuesta que puede ser muy incómoda para una sociedad marcada aún por patrones machistas, en muchas ocasiones demasiado estrictos.
Tiene el mérito de ir más allá de la homofobia para encontrar su raíz en los rígidos comportamientos que la sociedad le impone a los hombres (o mejor dicho, a los “machos”), mayoritariamente sobre la base de la negación: lo que no pueden sentir, lo que no pueden ceder y lo que – bajo ningún concepto – pueden dejarse hacer. Y, como parte de ese patrón, es importante demostrar (compartir, vociferar) su masculinidad… aunque a algunos se les va la mano, cuando se sabe que “verde, verde, da maduro”.
Es significativo que una película cubana – ¡al fin! – presente a un hombre homosexual con la virilidad que viven muchos hombres y totalmente asumido en su sexualidad, en pleno goce de su conquista a otro hombre que, a pesar de sus fobias, disfruta también de esa seducción… y del sexo con otro hombre. La bisexualidad, que se asoma por momentos, le agrega al filme un componente sugerente: es el reflejo de una realidad poco conocida y silenciada, incomprendida tanto por homosexuales como por heterosexuales y que, sin dudas, es fuente de conflictos para no pocas personas.
Y de eso se trata la propuesta: de la pasión, del amor prohibido, de la felicidad amputada por los prejuicios, por el qué dirán... del amor y del odio: de ese odio que lacera a los demás, por no cumplir con los patrones que exige la sociedad; y del odio hacia uno mismo, por amar como “no se debe”, por no haber aprendido bien la lección de lo que “no se puede”, hasta quedarse encerrado – aplastado – en su propia pesadilla.
Pero “Verde, verde” también pone al descubierto, de una forma descarnada, que los hombres tampoco escapan de ser víctimas de la llamada “violencia de género”, para mantener y ejercer el poder que les otorga su masculinidad.
Generalmente, cuando se habla de ese término, se piensa en la violencia de los hombres hacia las mujeres… pero poco se dice de la violencia de los hombres hacia otros hombres, siguiendo rígidamente los patrones de la norma heterosexual, o de la violencia que muchos hombres se imponen a sí mismos para cumplir – aunque sea contra su voluntad – con los patrones que aprenden y les son impuestos desde pequeños (no llorarás, no demostrarás flaquezas, no serás débil, no sentirás placer si no es con una mujer...)
Es lamentable que muchas personas, agobiadas por estos y otros prejuicios – digamos: por el color de la piel, por la edad, por comentarios y por tantas otras cosas –, dejan escapar la felicidad entre sus manos y se quedan varados en su desamparo.
“¡Yo pude haberte querido!”, confiesa Carlos en “Verde, verde”, cuando su odio liquidó ya toda posibilidad de haber encontrado la felicidad con ese hombre que lo cautivó y que lo colmó de un placer prohibido. Pero también fue la más clara expresión de su impotencia, frente a las estrictas reglas de su masculinidad, y de su frustración, ante ese placer que había reprimido y que sabía no lo iba a abandonar jamás.
El maestro Pineda Barnet ha apostado esta vez por la película que más profundamente encara el machismo y la homofobia en Cuba, de una forma nada complaciente. Es garantía de mucha polémica y de incomodidad para aquellas personas dogmáticas que no querrán cambiar su forma de pensar “verde, verde”…
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