Así empieza el himno nacional de Venezuela. Y tal parece acabado
de componer, para este momento, pues en los últimos meses el pueblo venezolano
ha demostrado gran valor y merecer toda la gloria. No ha sido poco por lo que
han pasado en tan breve tiempo… y es un hecho, después de tantos avatares: la
Revolución Bolivariana se mantiene en pie.
En menos de cinco meses el pueblo venezolano le dio a su líder Hugo Chávez una aplastante victoria electoral y lo perdieron en su batalla final, tras dos años de lucha contra el cáncer y después de una campaña electoral que fue su Calvario, tal vez el último sacrificio por su pueblo. En ese mismo tiempo, le dieron una arrolladora victoria a los candidatos chavistas en las elecciones por las gobernaturas y, sacando fuerzas de su dolor y del desconcierto ante la pérdida del líder, apoyaron al candidato de Chávez para sustituirlo: Nicolás Maduro.
No pocos nos sorprendimos –y quedamos consternados inicialmente– con la pequeña diferencia de la victoria. Después, aparecieron los cuestionamientos a las encuestas previas y el señalamiento a las deficiencias en la campaña electoral de Maduro ¡Tan imbuidos estamos de los mecanismos políticos electorales! Sin embargo ahora, a la distancia del tiempo transcurrido y sopesando fríamente todos los elementos, sin dudas fue una proeza que Maduro alcanzara el 50.66% de los votos.
En primer lugar, el candidato del PSUV se enfrentaba a una disyuntiva muy compleja, prácticamente insalvable: en medio del profundo dolor ante la pérdida del líder-hermano (o padre, como él mismo dice), tuvo que construir –en muy poco tiempo– una campaña para la Presidencia, sin pretender ser Chávez ni emular su ejemplo. En todos estos años siempre lo vimos a su lado… pero no era lo mismo tratar de ocupar su lugar.
Y en segundo lugar –más difícil aún–, desde el anuncio en diciembre de la última cirugía de Chávez la Revolución Bolivariana se ha tenido que enfrentar por largos e intensos meses a la más feroz campaña de descrédito, por todos los medios posibles y utilizando todas las técnicas disponibles: desde intentos de desestabilización en medio de la recuperación de Chávez –cuando el dolor de la posible pérdida reinaba entre las filas revolucionarias y su liderazgo–, infamias de cualquier índole contra sus principales líderes, la promoción intensa por radio, televisión, prensa plana y redes sociales de repetidas calumnias contra las más exitosas misiones del gobierno chavista… hasta una campaña opositora que tuvo como objetivo básico desacreditar a Maduro, sabotajes eléctricos, conspiración en masa de los representantes de la oposición para desconocer al poder electoral, la amplia difusión inescrupulosa de imágenes falsas sobre supuestas irregularidades en el proceso electoral, entre otras.
Después de todo esto, fue un milagro que las fuerzas revolucionarias hayan perdido sólo el apoyo de 700 mil simpatizantes.
Los 9 asesinatos políticos en filas chavistas, durante los días siguientes de conocerse el resultado electoral, muestran claramente hasta qué punto sus enemigos estaban en disposición de sabotear las elecciones para hacerse del poder político. Queda claro que, con una oposición así, no hay diálogo posible, pues se trata del enfrentamiento de dos modelos de país radicalmente distintos.
Para nadie es un secreto que en Venezuela se juega el futuro del socialismo y la integración en América Latina. De eso se trataban estas elecciones. No es que sin la Venezuela Bolivariana renunciemos al sueño de una Latinoamérica unida y antimperialista; es que Venezuela se erigió, desde hace años, como esa alternativa posible que reclamaban tantas fuerzas progresistas y Chávez ha sido el líder indiscutible de esa esperanza, al levantar la bandera del “Socialismo del Siglo XXI” que tantos resultados concretos ha logrado en América Latina.
Si Lenin aportó la construcción del socialismo en un solo país –el “eslabón más débil” del sistema capitalista, como rezaban los manuales del marxismo– y Fidel demostró que se podía hacer a escasos kilómetros de la más poderosa potencia imperialista –llegando al poder por la vía de la guerra de guerrillas–, Chávez creó la práctica de utilizar vías pacíficas –usando las mismas herramientas electorales burguesas–, plantearse la construcción del socialismo en medio de una sociedad capitalista, luchar por la transformación del país y mantenerse en el poder por 14 años consecutivos, tras 17 elecciones de inmenso apoyo popular. Por eso el objetivo era (y es) destruir el ejemplo… la muerte de Chávez les daba la mejor oportunidad para ello.
Tras estos renovados intentos de acabar con el proyecto bolivariano, las fuerzas progresistas han podido recordar dos lecciones ya aprendidas con anterioridad: en primer lugar, que los procesos socialistas pueden ser reversibles, por diversas razones –tanto errores internos como presiones externas, porque las oligarquías nacionales y extranjeras seguirán utilizando todos los métodos para revertirlos–; y, en segundo lugar, que no se pueden basar en el liderazgo de una sola persona, por muy importante que se reconozca el papel de las personalidades en la historia.
No dudo que Maduro tenga la voluntad, la habilidad y la experiencia política necesaria para enfrentar adversarios tan poderosos y mantener vivo el legado de Chávez, en Venezuela y en América Latina. Sus primeros días en la Presidencia así lo demuestran, sobre todo en el manejo a las maniobras desestabilizadoras de la oposición, que cada día demuestra sus sofisticadas herramientas, y su propuesta de “gobierno de calle” –una sugerente propuesta de participación popular para los procesos revolucionarios en el nuevo siglo.
Grandes y peligrosos retos le esperan en ese sinuoso camino del compromiso social y político por construir una sociedad socialista. Le corresponde a venezolanos y venezolanas seguir demostrando ser ese bravo pueblo, que mantenga viva la esperanza en Venezuela y allende sus fronteras.
En menos de cinco meses el pueblo venezolano le dio a su líder Hugo Chávez una aplastante victoria electoral y lo perdieron en su batalla final, tras dos años de lucha contra el cáncer y después de una campaña electoral que fue su Calvario, tal vez el último sacrificio por su pueblo. En ese mismo tiempo, le dieron una arrolladora victoria a los candidatos chavistas en las elecciones por las gobernaturas y, sacando fuerzas de su dolor y del desconcierto ante la pérdida del líder, apoyaron al candidato de Chávez para sustituirlo: Nicolás Maduro.
No pocos nos sorprendimos –y quedamos consternados inicialmente– con la pequeña diferencia de la victoria. Después, aparecieron los cuestionamientos a las encuestas previas y el señalamiento a las deficiencias en la campaña electoral de Maduro ¡Tan imbuidos estamos de los mecanismos políticos electorales! Sin embargo ahora, a la distancia del tiempo transcurrido y sopesando fríamente todos los elementos, sin dudas fue una proeza que Maduro alcanzara el 50.66% de los votos.
En primer lugar, el candidato del PSUV se enfrentaba a una disyuntiva muy compleja, prácticamente insalvable: en medio del profundo dolor ante la pérdida del líder-hermano (o padre, como él mismo dice), tuvo que construir –en muy poco tiempo– una campaña para la Presidencia, sin pretender ser Chávez ni emular su ejemplo. En todos estos años siempre lo vimos a su lado… pero no era lo mismo tratar de ocupar su lugar.
Y en segundo lugar –más difícil aún–, desde el anuncio en diciembre de la última cirugía de Chávez la Revolución Bolivariana se ha tenido que enfrentar por largos e intensos meses a la más feroz campaña de descrédito, por todos los medios posibles y utilizando todas las técnicas disponibles: desde intentos de desestabilización en medio de la recuperación de Chávez –cuando el dolor de la posible pérdida reinaba entre las filas revolucionarias y su liderazgo–, infamias de cualquier índole contra sus principales líderes, la promoción intensa por radio, televisión, prensa plana y redes sociales de repetidas calumnias contra las más exitosas misiones del gobierno chavista… hasta una campaña opositora que tuvo como objetivo básico desacreditar a Maduro, sabotajes eléctricos, conspiración en masa de los representantes de la oposición para desconocer al poder electoral, la amplia difusión inescrupulosa de imágenes falsas sobre supuestas irregularidades en el proceso electoral, entre otras.
Después de todo esto, fue un milagro que las fuerzas revolucionarias hayan perdido sólo el apoyo de 700 mil simpatizantes.
Los 9 asesinatos políticos en filas chavistas, durante los días siguientes de conocerse el resultado electoral, muestran claramente hasta qué punto sus enemigos estaban en disposición de sabotear las elecciones para hacerse del poder político. Queda claro que, con una oposición así, no hay diálogo posible, pues se trata del enfrentamiento de dos modelos de país radicalmente distintos.
Para nadie es un secreto que en Venezuela se juega el futuro del socialismo y la integración en América Latina. De eso se trataban estas elecciones. No es que sin la Venezuela Bolivariana renunciemos al sueño de una Latinoamérica unida y antimperialista; es que Venezuela se erigió, desde hace años, como esa alternativa posible que reclamaban tantas fuerzas progresistas y Chávez ha sido el líder indiscutible de esa esperanza, al levantar la bandera del “Socialismo del Siglo XXI” que tantos resultados concretos ha logrado en América Latina.
Si Lenin aportó la construcción del socialismo en un solo país –el “eslabón más débil” del sistema capitalista, como rezaban los manuales del marxismo– y Fidel demostró que se podía hacer a escasos kilómetros de la más poderosa potencia imperialista –llegando al poder por la vía de la guerra de guerrillas–, Chávez creó la práctica de utilizar vías pacíficas –usando las mismas herramientas electorales burguesas–, plantearse la construcción del socialismo en medio de una sociedad capitalista, luchar por la transformación del país y mantenerse en el poder por 14 años consecutivos, tras 17 elecciones de inmenso apoyo popular. Por eso el objetivo era (y es) destruir el ejemplo… la muerte de Chávez les daba la mejor oportunidad para ello.
Tras estos renovados intentos de acabar con el proyecto bolivariano, las fuerzas progresistas han podido recordar dos lecciones ya aprendidas con anterioridad: en primer lugar, que los procesos socialistas pueden ser reversibles, por diversas razones –tanto errores internos como presiones externas, porque las oligarquías nacionales y extranjeras seguirán utilizando todos los métodos para revertirlos–; y, en segundo lugar, que no se pueden basar en el liderazgo de una sola persona, por muy importante que se reconozca el papel de las personalidades en la historia.
No dudo que Maduro tenga la voluntad, la habilidad y la experiencia política necesaria para enfrentar adversarios tan poderosos y mantener vivo el legado de Chávez, en Venezuela y en América Latina. Sus primeros días en la Presidencia así lo demuestran, sobre todo en el manejo a las maniobras desestabilizadoras de la oposición, que cada día demuestra sus sofisticadas herramientas, y su propuesta de “gobierno de calle” –una sugerente propuesta de participación popular para los procesos revolucionarios en el nuevo siglo.
Grandes y peligrosos retos le esperan en ese sinuoso camino del compromiso social y político por construir una sociedad socialista. Le corresponde a venezolanos y venezolanas seguir demostrando ser ese bravo pueblo, que mantenga viva la esperanza en Venezuela y allende sus fronteras.