miércoles, 19 de junio de 2013

Esos corazones insensatos



¡No soporto a Marina! Con esa sonrisita ficticia y esa vocecita de mujer sufrida. Cuando sale en pantalla reacciono igual que cuando sale Aimé Amargoz en el NTV: ¡pongo en “mute” mi televisor, para no escucharla más! Será muy bonita, muy modelo en la vida real y todo eso… pero no puedo con ella, con sus dedos gordos y sus uñas cortas. Porque lo que es insensato es que sea la más rica y la más tonta, en una absurda combinación de categórica e inconsistente, firme y pusilánime ¡no la ruedo!

En un final, de eso se tratan las telenovelas: de entretener a la gente y sacarla de sus preocupaciones diarias… aunque en ocasiones la realidad sea mucho más rica y tremebunda que cualquier increíble trama que se presenta en ellas. Uno conoce cada situaciones reales… ¡que meten miedo! que si salen en telenovelas no queda más remedio que apagar el televisor.

Sin embargo, con esta no me pierdo un capítulo… y quien me llame por teléfono a esa hora tendrá que hablar con la contestadora automática ¡Porque esta buenísima! Dinámica, con tramas bien llevadas, simpática y picante en los momentos precisos, bien ambientada, excelentemente actuada… una mezcla profesional de buenas formas de hacer televisión, que ni aburre ni desespera (excepto en el caso de Marina, aclaro).

Tanto, que me hace recordar dos íconos inolvidables de las telenovelas brasileñas, que causaron furor en las pantallas cubanas: “Roque Santeiro” y “Vale Todo”. Con “Insensato Corazón” uno se divierte tanto, de tan buena gana, que no quieres que se acabe.

En lo que a trama se refiere, me encanta ese mensaje –muy a tono con su título– que hace honor a la razón de ser de toda telenovela: en cuestiones de amor el corazón es insensato, se fija en cualquiera y nadie puede hacer nada en su contra.

Desde la millonaria pragmática y cansada de pretendientes interesados, que se queda con el Adonis descerebrado que le da la diversión y la seguridad que los señoritos ricos no pueden ofrecer  –la Vivi siempre tiene el mejor bocadillo de la novela–; la modelo voluptuosa, de cuna pobre y honesta, que destruye matrimonios y le guarda fidelidad –casi perfecta– al banquero corrupto y asesino; la ambiciosa capaz de hacer cualquier cosa para subir en la escala social, de familia aparentemente feliz pero insatisfecha en el amor, que no puede renunciar a sus orígenes y termina con un ex presidiario de igual calaña –eso sí: ¡con un cuerpo de sueño!

Y hablando de insensateces, como toda buena telenovela que se adentre en las complejidades del corazón, no teme en tratar el tema “gay”, sin tapujos ni miramientos del horario –para el enojo de los conservadores, protectores de la fe religiosa, que se quejan y repiten que ya no ven telenovelas brasileñas, porque “¡no hay ninguna en que no haya una trama de maricones!”.

Levantando la parada, es que no hay 1 personaje “gay”, sino… ¡4! Desde la pajarita estereotipada, la “perra”, la “sugar”, refinada en el mejor gusto para las modelos; pasando por el “amanerado evidente”, que se vuelve loco con los buenos mozos que hacen ejercicios en la playa de Copacabana… hasta –¡por fin!– el profesor de la Facultad de Derecho, muy varonil y asumido en su sexualidad, que desarrolla una historia muy bonita con un empleado sencillo –el más bello de los galanes de la telenovela, por cierto–, muy confundido en sus gustos, que transita por un cambio muy creíble en su sexualidad, de los brazos de una novia poco exigente a un amor que lo va dominando, en contra de sus propios prejuicios.

Si elogioso es el tratamiento a la diversidad de amores –no sólo en lo que llaman “ambiente gay”, sino en general–, mención especial merece la forma en que se critica a la homofobia: su exponente es un temerario periodista, progresista en sus ideas políticas, luchador por las causas justas y en contra de la corrupción, el atropello… siempre que no sea en la sexualidad de las personas, porque de repente se transforma en el más machista, homofóbico y violento de los personajes.

Esos ejemplares por aquí abundan… que lo de “revolucionario” (o “revolucionaria”) se les pierde cuando de sexualidad se trata.
Aunque seamos honestos: no es la gran cosa, pero entretiene. Y demuestra que se puede hacer telenovela –con toda la carga de banalidades que eso implica– y trascender. Que, a pesar de Marina y su tontería, se puede elaborar un producto de consumo que entretiene y hace reflexionar, sin grandes pretensiones ni didactismos. ¿Qué más se puede pedir?

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