La Gaceta de Cuba se sabía endeudada con el teatro y la
quinta entrega del presente año –correspondiente al bimestre setiembre-octubre–
ha venido a saldarla con un dosier especializado en la escena cubana
contemporánea, incluyendo la que se hace más allá de nuestras fronteras.
Al introducir su presentación, la tarde del viernes 17 de octubre en la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC, su director Norberto Codina resaltó que su impresión estuvo a tiempo para llevarla al Festival de Teatro de Camagüey a principios de octubre y extendió un reconocimiento al excelente trabajo realizado por la editora invitada Maité Hernández-Lorenzo, por la curaduría gráfica y los textos seleccionados.
Para presentarla con el rigor necesario fue escogido el crítico e investigador teatral Jaime Gómez Triana, quien inició su intervención destacando que la propia portada de la revista –con el cartel realizado por Roberto Ramos para la puesta en el Teatro Trianón de Antigonón: un contingente épico– es un claro anuncio de que la aproximación que propone La Gaceta no se trata de una mirada idílica ni complaciente.
“Hay que cavar, hay que meter el cuerpo, hay que pensar en el futuro de la Patria”, indicó al señalar el teatro como una manifestación artística que tiene que estar en diálogo constante con lo social, en su “voluntad subversiva y aspiración transformadora”.
Sobre los textos escogidos para el dosier, recalcó la importancia de entrar a “zonas polémicas que catapulten el pensamiento”. En ese sentido, indicó la propuesta de la propia Maité quien, en su artículo Los puertos de una isla, se adentra en las nuevas estrategias de gestión que soportan otras formas de participación desde y con el teatro.
Igualmente destacó la entrega de Omar Valiño, quien pretende hacer en su texto una “primera foto colectiva” para establecer algunos contornos a partir del análisis de la última década; el artículo de Yohayna Hernández, resaltado como uno de los más polémicos del dosier al profundizar en las nuevas escrituras para la escena que intentan “salir del clóset” de lo dramático; y las entrevistas a Abel González Melo y Rogelio Orizondo, los dos dramaturgos jóvenes más representados en la escena cubana actual.
Pero el análisis sale de nuestras fronteras marítimas para adentrarnos en lo que se ha producido más allá. Al respecto Jaime recordó que Rine Leal, desde las propias páginas de La Gaceta hace más de veinte años, insistía en la necesidad de asumir “la totalidad del teatro cubano”, sin excluir a quienes lo hacen desde la diáspora.
Para ello se encuentran en este número dos textos, uno de Lillian Manzor que realiza un breve análisis sobre el teatro cubano producido en Miami desde 1959 –donde le caracteriza como un “monstruo policéfalo” que surge para significar “su diferencia, su hibridez y heterogeneidad”– y otro de Carolina Caballero que profundiza en una nueva noción de identidad desde el más reciente teatro diaspórico, que se torna “transgresivo y casi rebelde”.
Además de esta aproximación al teatro, la revista incluye un segundo y más pequeño dosier que, guiado por Yamil Díaz con textos de Edelmis Anoceto y Roberto Ávalos, realiza un homenaje a Samuel Feijóo en su centenario; la poesía de Arístides Vega Chapú y la entrevista que le hicieran Pedro Antonio López Cerviño y José Aquiles Vierelles al extraordinario músico santiaguero Enrique Bonne, a quien se le deben creaciones legendarias como el ritmo pilón y números antológicos de la música popular cubana.
Se pueden leer también en este número los textos que obtuvieron mención en el Premio La Gaceta en los géneros de poesía y narrativa, que incluye prestigiosos nombres como Legna Rodríguez, Alejandro Ponce, Anisley Negrín y Zarina Proveyer y pintan a través de la literatura paisajes diversos del país. Casi al final en la sección de crítica se destacan, entre otros, textos de Nancy Morejón sobre la exposición Las formas del silencio de Agustín Cárdenas, un análisis de Magaly Espinosa sobre la intervención plástica en lugares públicos y un escrito de Luis Álvarez Álvarez, que vuelve al tema de la escena para no excluir de la revista el teatro de títeres y para niños.
La Gaceta, no. 5, cierra con un texto del teatrólogo Andy Arencibia que da continuidad –y pone punto final– al dosier que abre la revista, realizando una breve reflexión sobre las estrategias y figuraciones escénicas de lo político y estableciendo una provocación a partir de la propuesta que realizan los más jóvenes.
Sirva este número, como mismo dice en sus páginas iniciales, para abrir el camino de la discusión útil sobre la dramaturgia cubana y, sobre todo, para su sistematicidad en las páginas de tan importante revista cultural.