domingo, 15 de marzo de 2009

La diversidad sexual nuevamente a debate

Ya ha pasado un mes –qué rápido ¿no?- desde que se anunció la más reciente propuesta del cine-club “Diferente”, que se realiza los terceros jueves de cada mes en el Cine 23 y 12, organizado por el ICAIC y el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX). Quiero llamar la atención sobre el afiche que acompaña este escrito y que ha aparecido en todos los cines del “Proyecto 23”, a lo largo de esa populosa avenida del centro de La Habana. Es el resultado del trabajo de dos talentosas diseñadoras del CENESEX, recién graduadas del ISDI -Gabriela y Anabel-, que nos seguirán sorprendiendo en esta campaña contra las discriminaciones por orientación sexual e identidad de género.

Los que asistimos la última vez al cine-club, salimos todos deprimidos por la forma en que el director israelí Eytan Fox contó la historia de amor entre Noam y Ashraf, un joven palestino y el otro israelí, en medio del doloroso conflicto religioso, cultural, étnico y político entre dos mundos, que convergen en esa zona del Medio Oriente. El debate que se hizo al finalizar la proyección fue el mejor ejemplo de que la historia de estos muchachos fue desgarradora para todos; casi nos quedamos sin habla y nos hacía falta tiempo para procesar lo que habíamos visto. Sin exageraciones, el filme “La Burbuja” nos cambió un poco a todos; es una de esas películas purificantes y reflexivas, para ser un tilín mejores (como diría el poeta).

Pero como la vida tiene de cal y tiene de arena, este jueves 19 a las 8:30 de la noche la propuesta del cine-club tiene un matiz “diferente”: se proyectará el filme norteamericano, de John Cameron Mitchell, “Shortbus” (2006) -o “La guagüita”-, un nombre muy sugerente donde se mezcla la música, el arte y el sexo de una forma aparentemente ligera y festinada. La película no trata de pornografía, sino sobre las emociones humanas y la relación con el sexo: un retrato de la sexualidad en la última década, un mosaico de experiencias en donde el placer es vivido como un vacío imprescindible…

Entonces parece que esta guagua sí tendrá un poco de película del sábado –por el aquello de “lenguaje de adultos, violencia y sexo”. Pero viene muy bien, porque la sociedad necesita quitarse un poco los prejuicios con relación a estos temas, que aún son tabú para muchas personas. Ante la falta de comunicación que existe para hablar abiertamente sobre homosexualidad en nuestro país, me parece que el problema no es sólo con relación a ese tema, sino más bien sobre la sexualidad en su conjunto… y ya va siendo hora de quitarnos ese velo y debatir sinceramente del asunto.

Para terminar, les propongo un comentario de Frank Padrón, a propósito de la película.

***

Una “guagüita” llamada Deseo

Por: Frank Padrón

Shortbus (algo así como “Guagüita”) es un club newyorquino polisexual y donde se puede hacer “de todo”; es también el título del filme norteamericano realizado en 2006 por John Cameron Mitchel (Hedwig and the angry inch, 2001 ) sobre la libertad total a la que conduce el absoluto exorcismo de los “demonios” de la libido, ese dar rienda suelta a los deseos sexuales sin hipócritas ataduras, moralinas ni compartimentos estancos que los propios seres humanos (en su afán controlador, léase castrador o dictador) (im)ponen y ejercen.

Tal el Infierno dantesco a su entrada, para definir el hedonista y epicureísta centro nocturno alguien dice: “Es como en los 60, sólo que con menos esperanza”, y no es otro que el propietario del club: Justin Bond – un reconocido drag queen del off neoyorkino que se interpreta aquí a sí mismo- , y en efecto: el Shortbus es un local donde conviven las proyecciones de cine artie, las performances musicales más variadas y, como decía, las expresiones de la sexualidad humana en su absoluto flujo, sin controles… aunque con ayudas.

Esa referencia a los cismáticos y revolucionarios años 60 no es, por supuesto, nada gratuita: hay una evidente nostalgia por la época en que la contracultura hippie trató de combatir los afanes guerreristas de todos los imperialismos, las absurdas tiranías de la sociedad de consumo y la estúpida y falsa castidad de la burguesía, con flores y amor…libre; las armas con que estos jóvenes combatían (“peace and love”) eran mucho más que un slogan: ellos lograron en muchos sitios de la revuelta sociedad norteamericana, extensiva a prácticamente el mundo entero, un microcosmos de autenticidad y belleza a su modo, aún mediante actitudes iconoclastas e irreverentes que aportaron no sólo un modo de vida sino un arte, una cultura y una cosmovisión cuyos frutos aún permanecen.

Al comparar la realidad en que se enmarcan (siglo, milenio nuevos) y que se arrastra desde los años 90 del XX, los clientes del Shortbus (y con ellos nosotros, en tanto espectadores) saben que al escepticismo, la desideologización y al nihilismo de aquellos hippies ya viejos, o de sus descendientes en varias generaciones, sólo les queda al parecer un arma: el “amor libre”, la sexualidad sin trabas, los vericuetos y atajos más variopintos y diversos para llegar a la realización humana. Y a eso, sin cortapisas, sin prejuicios, sin complejos, se encaminan.

Sofia anda tras el elusivo orgasmo, Severin, para quien alcanzar el clímax resulta tan fácil como chasquear los dedos, no puede interactuar con otro ser humano si no es de manera superficial, literalmente epidérmica , mientras los hombres no la llevan mejor con sus factibles eyaculaciones, criaturas anhelantes y algo tristes, corriendo detrás de un indicio de felicidad obcecadamente esquivo: un joven voyeur muy conservador que en el fondo desea dar rienda suelta a su homosexualidad latente; un salvavidas de piscinas con un trauma sexual ¿insoluble?…

Así el filme va perfilando un acercamiento a sus personajes, muy caro en esencia a la teoría queer en su afirmación de la diferencia dentro de las categorizaciones en grupos sexuales, escapándose al mismo tiempo a la idea de “rareza” o “perversión” tolerada y santificada por la comunidad y los medios masivos, que suele darse cuando éstas no se apartan demasiado de los estereotipos al uso.

Como todo debe decirse, más allá de los comportamientos sexuales, los protagonistas de Shortbus resultan un tanto simplones y maniqueos, inconcebible sobre todo si se trata (como es el caso) de cine independiente; verbigracia: ese que se vanagloria de jugar con personajes reales a través de diálogos cuasi naturales, de una puesta en escena espontánea y liberada de restricciones –aunque en no pocas ocasiones signifique pobreza y reiteratividad-, o incluso de un guión que en esta ocasión es obra colectiva (los propios actores colaboraron mediante sus vivencias con el escritor y realizador).

Pero lo que de veras importa en este filme es su manera directa, espontánea y sin afeites de celebrar el joie de vivre (las ganas de vivir) mediante eso que fue dado al ser humano no sólo para asegurar descendencia, pese a que durante siglos la Iglesia y la Ciencia lo predicaron así, sino para, en su pluriformidad y diversidad, conquistar desde la tierra, un pedazo del cielo.

¿O qué otra cosa es el “alumbrón” final de esa Nueva York hasta entonces turbia y apabullante que celebra ahora, con sus infinitas luces artificiales, el arcoiris que le nace dentro a esa mujer final, definitivamente satisfecha?

2 comentarios:

  1. Buenas!
    Soy una nueva estudiante china estudiando el turismo en la Universidad de La Habana.
    A mi me gusta Habana Vieja mucho,por eso voy a Habana Vieja siempre siempre.^^
    Entonces,mucho gusto!

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  2. Hola, Adelina! (aunque no puedo leer las letricas originales) Bienvenida a Cuba... a mi también me gusta mucho La Habana Vieja (no sólo porque vivo muy cerca sino, sobre todas las cosas, por su encanto)

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