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Carlos Acosta, el “mulatico de Los Pinos” –como dijera Miguel Barnet- tuvo la satisfacción de haber cumplido un viejo y anhelado sueño: arrastrar con él a Cuba la compañía donde baila hace años como Primer Bailarín Invitado. Sin dudas fue la estrella del momento, aunque haberlo logrado se le debe agradecer también a varias instituciones británicas, a los propios bailarines –que se costearon sus pasajes- y a la Directora de la compañía, Mónica Mason, quien visiblemente emocionada aseguró ante las cámaras de la televisión cubana que nunca habían recibido tanto calor de pueblo como en Cuba.
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Pero la influencia y el contagio fue en los dos sentidos: hasta la archiconocida puntualidad británica, que impulsó a poner carteles en las puertas de los teatros alertando que con “las características del Royal Ballet” las funciones empezarían “a su hora exacta”, sufrió más de un avatar en algunos actos que empezaron minutos más tarde, en un más que evidente “aplatanamiento” tropical.
El repertorio escogido fue de primer nivel, desde las piezas de danza moderna hasta los conocidos pas de deux del Quijote, el Lago, Diana y Acteón… Un regalo especial fue la producción completa de “Manón”, ya clásico en el repertorio del Royal, estrenado en las tablas del Covent Garden en 1974 y coreografiado por Kenneth Mac Millan. Impresionante escenografía y vestuario, que recrearon magistralmente la bajeza de un París decadente en el siglo XVIII; una música bellamente escogida e impecablemente interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la batuta de Martin Yates.
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Loipa Araújo resumía a la BBC sus impresiones diciendo que los cubanos hemos tenido la oportunidad de apreciar en escena lo que sabíamos que existía a través de videos. Ella tiene razón… porque valió la pena vivir la experiencia de hacer realidad el sueño de Carlos Acosta y convertir en figuras de carne y hueso las imágenes de video, sin tener que pagar “la fortuna” que hubiera costado ese “lujo” en otras tablas del mundo.