Las tablas de los principales escenarios de danza de la capital se estremecieron la semana pasada con un acontecimiento cultural: la presentación del Royal Ballet de Londres en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana y en el teatro Karl Marx. Las y los “balletómanos” estuvimos de plácemes, sólo comparable con el momento de los bienales Festivales de Ballet, al presenciar un espectáculo “de lujo” que -como se dice- en cualquier parte del mundo cuesta “una fortuna”.
Carlos Acosta, el “mulatico de Los Pinos” –como dijera Miguel Barnet- tuvo la satisfacción de haber cumplido un viejo y anhelado sueño: arrastrar con él a Cuba la compañía donde baila hace años como Primer Bailarín Invitado. Sin dudas fue la estrella del momento, aunque haberlo logrado se le debe agradecer también a varias instituciones británicas, a los propios bailarines –que se costearon sus pasajes- y a la Directora de la compañía, Mónica Mason, quien visiblemente emocionada aseguró ante las cámaras de la televisión cubana que nunca habían recibido tanto calor de pueblo como en Cuba.
Y en realidad, lo que generalmente es un evento de “élites”, en La Habana fue un acontecimiento de masas... para no variar. Las pantallas gigantes colocadas en el exterior de ambos teatros permitieron que otros cientos de personas pudieran disfrutar, en tiempo real, los fuetés, piqués y balances de los bailarines. Las presentaciones en el inmenso teatro Karl Marx ampliaron el diapasón del público, más allá de los tradicionales seguidores del ballet en Cuba. Y la presentación por la televisión cubana de la gala homenaje que le hicieron a Alicia, donde bailarines del Ballet Nacional de Cuba y del Royal Ballet fundieron su arte, facilitó que millones de personas pudieran disfrutar del espectáculo en toda Cuba.
Pero la influencia y el contagio fue en los dos sentidos: hasta la archiconocida puntualidad británica, que impulsó a poner carteles en las puertas de los teatros alertando que con “las características del Royal Ballet” las funciones empezarían “a su hora exacta”, sufrió más de un avatar en algunos actos que empezaron minutos más tarde, en un más que evidente “aplatanamiento” tropical.
El repertorio escogido fue de primer nivel, desde las piezas de danza moderna hasta los conocidos pas de deux del Quijote, el Lago, Diana y Acteón… Un regalo especial fue la producción completa de “Manón”, ya clásico en el repertorio del Royal, estrenado en las tablas del Covent Garden en 1974 y coreografiado por Kenneth Mac Millan. Impresionante escenografía y vestuario, que recrearon magistralmente la bajeza de un París decadente en el siglo XVIII; una música bellamente escogida e impecablemente interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la batuta de Martin Yates.
En los personajes principales, interpretando el eterno dilema del amor puro vs. las tentaciones de la riqueza, el esperado duetto Carlos Acosta y Tamara Rojo en el primer día… una combinación marcada por la pasión, que se ha convertido en una de las principales atracciones del Royal Ballet en los últimos tiempos. El segundo día el público vibró de emoción con la pareja del consagrado bailarín danés Johan Kobborg y la novel bailarina rumana Alina Cojocaru, con una plasticidad y limpieza de movimientos impresionante.
Loipa Araújo resumía a la BBC sus impresiones diciendo que los cubanos hemos tenido la oportunidad de apreciar en escena lo que sabíamos que existía a través de videos. Ella tiene razón… porque valió la pena vivir la experiencia de hacer realidad el sueño de Carlos Acosta y convertir en figuras de carne y hueso las imágenes de video, sin tener que pagar “la fortuna” que hubiera costado ese “lujo” en otras tablas del mundo.
Carlos Acosta, el “mulatico de Los Pinos” –como dijera Miguel Barnet- tuvo la satisfacción de haber cumplido un viejo y anhelado sueño: arrastrar con él a Cuba la compañía donde baila hace años como Primer Bailarín Invitado. Sin dudas fue la estrella del momento, aunque haberlo logrado se le debe agradecer también a varias instituciones británicas, a los propios bailarines –que se costearon sus pasajes- y a la Directora de la compañía, Mónica Mason, quien visiblemente emocionada aseguró ante las cámaras de la televisión cubana que nunca habían recibido tanto calor de pueblo como en Cuba.
Y en realidad, lo que generalmente es un evento de “élites”, en La Habana fue un acontecimiento de masas... para no variar. Las pantallas gigantes colocadas en el exterior de ambos teatros permitieron que otros cientos de personas pudieran disfrutar, en tiempo real, los fuetés, piqués y balances de los bailarines. Las presentaciones en el inmenso teatro Karl Marx ampliaron el diapasón del público, más allá de los tradicionales seguidores del ballet en Cuba. Y la presentación por la televisión cubana de la gala homenaje que le hicieron a Alicia, donde bailarines del Ballet Nacional de Cuba y del Royal Ballet fundieron su arte, facilitó que millones de personas pudieran disfrutar del espectáculo en toda Cuba.
Pero la influencia y el contagio fue en los dos sentidos: hasta la archiconocida puntualidad británica, que impulsó a poner carteles en las puertas de los teatros alertando que con “las características del Royal Ballet” las funciones empezarían “a su hora exacta”, sufrió más de un avatar en algunos actos que empezaron minutos más tarde, en un más que evidente “aplatanamiento” tropical.
El repertorio escogido fue de primer nivel, desde las piezas de danza moderna hasta los conocidos pas de deux del Quijote, el Lago, Diana y Acteón… Un regalo especial fue la producción completa de “Manón”, ya clásico en el repertorio del Royal, estrenado en las tablas del Covent Garden en 1974 y coreografiado por Kenneth Mac Millan. Impresionante escenografía y vestuario, que recrearon magistralmente la bajeza de un París decadente en el siglo XVIII; una música bellamente escogida e impecablemente interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la batuta de Martin Yates.
En los personajes principales, interpretando el eterno dilema del amor puro vs. las tentaciones de la riqueza, el esperado duetto Carlos Acosta y Tamara Rojo en el primer día… una combinación marcada por la pasión, que se ha convertido en una de las principales atracciones del Royal Ballet en los últimos tiempos. El segundo día el público vibró de emoción con la pareja del consagrado bailarín danés Johan Kobborg y la novel bailarina rumana Alina Cojocaru, con una plasticidad y limpieza de movimientos impresionante.
Loipa Araújo resumía a la BBC sus impresiones diciendo que los cubanos hemos tenido la oportunidad de apreciar en escena lo que sabíamos que existía a través de videos. Ella tiene razón… porque valió la pena vivir la experiencia de hacer realidad el sueño de Carlos Acosta y convertir en figuras de carne y hueso las imágenes de video, sin tener que pagar “la fortuna” que hubiera costado ese “lujo” en otras tablas del mundo.
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