Sábado soleado y cálido en Manhattan, que invita a caminar y disfrutar del inicio adelantado del verano, tras unos días de intenso trabajo con frío y lluvia, aunque ahora no lo parezca. El clima en mayo es muy variable y hay que aprovechar los momentos de buen tiempo.
Tomar el metro en Times Square –en el lujoso Midtown- y subir a la superficie minutos después en la calle Grand –casi en el Downtown, en el Lower East Side- es como hacer un viaje intercontinental que te toma por sorpresa. Bajándote del metro ya sientes que todo ha cambiado: la estación es pobre, menos cuidada, y de repente te ves rodeado de montones de hombres y mujeres pequeños, atareados como abejas, que te sacan del tren cargando todo tipo de productos y gritando en un idioma musical e incomprensible.
Al subir las escaleras, te ves en una calle de otro país… si miras arriba, a los edificios, sigue siendo Nueva York –con sus inconfundibles fachadas de ladrillos y escaleras de emergencia metálicas colgando de los balcones. Pero si miras a la calle no entiendes nada… ¡ni una palabra en inglés! Ah, sí, hay un pequeño y roído cartel en una esquina, que dice: “Welcome to Chinatown”.
Al andar los primeros pasos, las costumbres de esa cultura milenaria te absorben: miles de personas gritando y caminando rápido, en todas direcciones; vendutas de vegetales y pescados frescos, al aire libre, con sus respectivos vendedores en la puerta vociferando cosas que sólo ellos entienden; infinitos mercados y comedores de productos chinos, con frutas exóticas, verduras y jengibres en la puerta, que llenan la calle de ese olor especial a comida china y esencias milagrosas… y su música, inconfundible, te persigue a cada paso en medio de tanta muchedumbre.
Nunca he estado en China, pero supongo que la calle Canal no debe estar muy lejos de ser como cualquier calle de mercados en Shanghái o en Hong Kong. Al menos la gente, el idioma, los olores y la música no pertenecen a esta parte del mundo. Todo es rojo: los toldos, las letras, los manteles, los anuncios. Pero llama la atención que no hay ninguna bandera… sólo ondea una –bastante grande, por cierto- junto a la norteamericana, en una sociedad comunitaria. Pero no es la de China socialista, sino la de Taiwán. Y, más adelante, no puedo leer en chino qué dicen unos afiches del Dalai Lama que, al parecer, anda de visita por la ciudad en estos días.
Subiendo por la calle Mulberry, en un par de cuadras más, te sorprende otra cultura, con olores y gritos totalmente diferentes, mucho más cercanos a nuestra cultura: al doblar en una esquina, de repente, se aparece la “pequeña Italia”. No hay transición, no tienes tiempo para reaccionar al cambio de continentes… dejas de ver los caracteres chinos y ahora todo es blanco, verde y rojo, porque eso sí tiene: ¡montones de banderas italianas!
Indiscutiblemente la comida es un símbolo que identifica la cultura. Ahora son muchos los restaurantes de la “cuccina” italiana: pizzas y pastas de todo tipo, que invaden las aceras con mesas y sillas llenas de personas altas, elegantes, de buen vestir y perfumes caros, que te obligan a caminar por la calle. Los olores cambian al aroma inconfundible del queso, al ajo y la salsa boloñesa, restaurantes servidos por apuestos mozos mediterráneos –aunque muchos de ellos son latinoamericanos- en medio de tiendecitas con balones y pulóveres de los equipos del fútbol italiano.
Seguir subiendo por Mulberry es dejar atrás esa mezcla de dos ricas culturas y caer en terreno de nadie… una transición lenta –matizada por la imponente presencia de la vieja iglesia de Saint Patrick’s- hacia una onda suave, relajada, indefinida y dominada por el mercado. Si doblas para Broadway te invaden las marcas y las modas: Zara, Dolce & Gabanna, Emporio Armani, GAP, H&M… Sin dudas es preferible seguir al norte y cruzar la avenida Houston, para caer en el Greenwich Village, reino de la vida bohemia de Nueva York, de los cafetines y las ventas de arte, en medio de un ambiente alternativo… de mente amplia, como dirían algunos.
No por gusto unas cuadras más adelante, subiendo por la 7ma. Avenida, te enfrentas a la Plaza Christopher… y tal parece una plaza más de las tantas de la ciudad, a no ser por un pequeño club a medianía de cuadra, casi insignificante y lleno de diminutas banderas multicolores, con un cartel llamativo en la puerta que dice: “STONEWALL INN”… y verdad que parece un muro de piedras el lugar, que fue hotel años atrás y ahora han recuperado su centro nocturno, como símbolo de la comunidad.
Debo confesar que me sorprendió verlo pues, en vez de encontrar grandes banderas gays y acumulaciones de personas “diversas”, todo es sobriedad y paz. A esa hora del día nada hace pensar que esas esquinas hayan sido el centro de revueltas callejeras en fecha tan lejana como el año 1969, de manos de una comunidad de gays, lesbianas y travestis que hizo historia en contra de la homofobia; y que su nombre se repita cada año alrededor del 23 de junio –en Estados Unidos y en otros lugares del mundo- como paradigma de las multitudinarias marchas del llamado “orgullo gay”.
Pero si lo que quieres ver son lugares “gay-friendly”, con sus banderitas y triángulos rosas en las puertas, hay que seguir subiendo al norte, por la 8va. Avenida, y cruzar la calle 14 para entrar al barrio de Chelsea… ahí está todo lo que muchos creen que es el centro de “la vida gay”, lleno de los estereotipos imaginables: supermercados gays, cafés gays, negocios de mascotas para gays, restaurantes gays, tiendas de marca con maniquíes rosados y shortcitos mínimos en las posiciones más afeminadas posibles… el gran marketing gay, que se extiende también hacia la calle 23 –no la del Vedado pero… ¡qué casualidad!
Tras casi 4 kilómetros y medio de recorrido a pie, el cansancio te vence… sin embargo, te queda el placer de, en apenas 4 horas, haber observado –y disfrutado, por supuesto- estilos de vida y culturas diferentes, que florecen en un mismo lugar, a sólo metros de distancia. Tal vez ese sea el principal atractivo de Nueva York: esa diversidad cultural potente y particularizada, que sobrevive con ímpetu, a pesar de ser la ciudad más globalizada del planeta.
22 de mayo de 2010
Mejor imposible, como el título de la famosa película. Gracias por este paseo, espero poder hacerlo alguna vez jajaja. Por supuesto que lo acomodaría para almorzar en el barrio italiano, y marchar luego por esa otra calle 23. Aunque tal vez al final prefiero la nuestra, más barata y mejor conocida.
ResponderEliminarCamilo, me ha encantado tu escrito. Como te dije, creo que te debes dedicar a escribir, tienes madera de escritor y no nos debes privar de leerte.
ResponderEliminarBesos
Ana Silvia