domingo, 28 de febrero de 2010
Sopa de letras
Una de los interesantes momentos que tuvo el V Congreso de Educación, Orientación y Terapia Sexual, celebrado en La Habana en enero, fue la presentación de la mexicana Gloria Careaga, Co-Presidenta para América Latina y el Caribe de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgéneros.
Esta organización se conoce internacionalmente como ILGA (por sus siglas en inglés: International Lesbian and Gay Association), aunque en realidad estas siglas son una versión abreviada, pues sólo incluye a Lesbianas y Gays. Si se quiere incorporar a los Bisexuales, Travestis, Transexuales, Transformistas e Intersexuales – como se ha intentado hacer en sus Congresos bienales – debería ser ILGBTTTIA. Y si, además, se quisieran incluir las demás categorías de la tan diversa sexualidad humana, realmente se podría hacer aún más impronunciable cualquier acrónimo para esa organización, o para la llamada “comunidad LGBT”.
De eso precisamente se trata la “sopa de letras” a la que llamaba a reflexionar la Sra. Careaga durante su intervención: hay tanto interés en dividirnos en “categorías” – de acuerdo a nuestras orientaciones sexuales e identidades de género – que se deja de ver al ser humano que somos, tan diversos y variables cuando de sexualidad se trata. Por eso decía, con mucha razón, que si fuéramos a identificar los comportamientos sexuales de las personas habría que asignar una categoría a cada uno de nosotros… o varias, para ser fieles a la realidad.
Esto no quiere decir que se menosprecien las categorías sexuales, pues han sido un elemento muy importante para la identificación de estas identidades y, a partir de ello, para la reivindicación y lucha de sus derechos en las últimas décadas. También han sido fundamentales en la necesaria visualización de estos grupos humanos y, por ende, en el reconocimiento social a la diversidad sexual.
Pero debemos estar claros de que, al mismo tiempo, estas categorías crean patrones de comportamiento – en ocasiones bastante rígidos – que encasillan a las personas dentro de un grupo, cuando en realidad el ser humano es mucho más rico y diverso que lo que una categoría puede ofrecer. A este fenómeno se le puede identificar como una verdadera “tiranía de categorías”, pues definen quiénes somos, pero también cómo debemos ser.
¿Hasta dónde debe llegar la feminidad de una mujer para que sea lesbiana, o la masculinidad de un hombre para considerarlo gay? ¿En dónde ubicar aquellos que tuvieron un pasado distinto al que expresan ahora en cuestiones de sexualidad? ¿O a los que, aún sin dejar de ser gays o lesbianas, sienten algún impulso hacia el otro sexo y no se consideran bisexuales? Esto sin hablar de los patrones de vestuario y comportamiento… y sin entrar en el tema “trans” (travestis, transexuales y transformistas), que va más allá de todos los convencionalismos.
Aunque las categorías han tenido mucha importancia para entender mejor la diversidad sexual, es indudable que se tienen que traspasar los límites que ellas nos imponen y estar conscientes que la naturaleza humana es mucho más compleja de lo que podamos prever en ellas.
Liberarnos de las categorizaciones tiene más importancia aún porque vivimos en una sociedad que por siglos se ha manejado sobre rígidos patrones heterosexistas y a los que somos “diferentes” se nos juzga como si fuéramos “fornicadores permanentes”, pues generalmente cuando se refieren a nosotros se nos identifica como gays, lesbianas y trans y no como los ciudadanos plenos que somos, iguales que los demás: padres, hermanas, estudiantes, maestras, ingenieros, obreros, periodistas… sin necesidad de resaltarse una identidad de género o nuestra orientación sexual.
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Hola Kmilo, muy bueno el término, es lamentable que quieran clasificarnos como un producto comercial, que te ponen una etiqueta y ahí quedas, un abrazo y nos vemos
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