Con el sugerente nombre de Lo que fuere, sonará, en la tarde del viernes 30 de noviembre se presentó en la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC el libro del actor, dramaturgo e investigador Carlos Padrón. El ejemplar en dos tomos hace un trabajo exhaustivo sobre el origen, las principales etapas, las manifestaciones, los autores y las obras significativas que permitieron el desarrollo del teatro en Cuba, desde el siglo XVI hasta el XIX.
Al hacer la introducción, el crítico teatral Omar Valiño resaltó que la obra es el resultado de una investigación "que no es académica, sino de las pasiones de toda una vida". Señaló que Padrón buceó donde apenas nadie había andado y ha logrado una resonancia positiva muy particular entre los teatristas cubanos, que está a la altura del enorme trabajo y el largo tiempo que le tomó hacerlo.
La presentación estuvo a cargo del narrador y ensayista Francisco López Sacha, quien prefirió comenzar dedicando "el primer pensamiento" a Rine Leal, el padre de la investigación teatral en Cuba. Elogió el trabajo de Padrón por buscar en toda la documentación posible, desde los procesos que inician la conquista y la colonización de América, para encontrar los verdaderos orígenes del teatro en Cuba.
Como parte de esta investigación "prolija y minuciosa", indicó como muy significativo que este libro "tira en el piso ideas preconcebidas", como la que señala el inicio de la tradición teatral cubana en 1775, cuando se inaugura el primer teatro europeo en La Habana: el Coliseo. Sin embargo, esta investigación demuestra que el proceso de creación surge desde mucho antes, desde 1570 cuando "el revoltijo cada vez más prolijo" de la sociedad de entonces en la isla fue transformando el Corpus.
El desarrollo de la escena mediante modestas danzas, comedias y otras manifestaciones, que en su andar se mezclan con las expresiones del Día de Reyes y las expresiones que llegaron desde África, junto al Carnaval, van de la mano de ese proceso de transculturación que va creándose en el país, con características propias.
Citó a Fernando Ortiz para lograr entender esa amalgama de sabores, ritmos y escenas que transformaron al Corpus Christi, de su inicial contenido religioso, para que fuera derivando en un espectáculo lúdico que tiene origen mestizo: una unión de tradiciones europeas y afrocubanas. Ya para el siglo XVII teníamos un teatro mezclado a los factores de la parranda y las celebraciones populares, fundando el espíritu del sentimiento cubano —cuando aún no se definía como tal—.
Señaló como otro valor importante del libro la forma en que documenta cómo se iba al teatro en aquel entonces, detalles que dan el sabor de asistir a la tradición europea de una representación teatral. Sin embargo, resaltó que ni siquiera allí la cultura dominante lo tenía todo en la mano, pues "había una lectura oculta que era crítica a la dominación española", y el proceso de transculturación le dio al surgimiento del teatro en la isla una identidad que no es igual a la española, sino una propia: cubana.
Al partir en la investigación de la génesis del teatro cubano —desde los areitos aborígenes, pasando por las festividades cristianas del Corpus Christi, los bailes de los diablitos del Día de Reyes, etc. — y recorrer la primera obra teatral, el nacimiento de los poetas, actores y músicos y la construcción de los primeros teatros, el libro se consolida como una fuente importante de la historiografía cultural.
Como se señala al final del texto, "la investigación y su resultado son, al mismo tiempo, divertimento y cultura, liturgia y estímulo para el trabajo, magia y realidad; labor que le reserva al actor un merecido espacio en los estudios de teatrología en Cuba".
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