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http://www.cubacine.cult.cu/es/articulo/celebrar-el-beisbol-como-patrimonio-cultural-de-la-nacion-parte-i
Norberto Codina es una de esas personas que no pasan
inadvertidas y, una vez que lo conoces, se hace imposible relegar. No me
refiero a su envidiable trayectoria cultural: más de una docena de poemarios
publicados, premios literarios y de periodismo, además de haber sabido dirigir
durante más de 33 años la revista La Gaceta de Cuba, de la Unión de Escritores
y Artistas de Cuba (UNEAC), una publicación trascendental en el ambiente
cultural cubano.
Hombre locuaz y profuso en reflexiones sustanciosas, no emite
una opinión sin argumento y, al conversar, va relacionando sus inquietudes con
simpáticas anécdotas, historias paralelas y análisis juiciosos que, al final,
es imposible no coincidir con él. Amigo de sus amigos, no olvida detalles de
cuantos le han ayudado en cada logro que ha alcanzado, o en los que él
propicia. Con su gracia natural, conversar con él se convierte en una
experiencia divertida y amena.
A propósito de la próxima presentación de su más reciente
libro, Cuando el beisbol se parece al cine ―publicado por Ediciones ICAIC ―,
Norberto accedió amablemente a compartir con Cubacine algunas de las
expectativas y recalcó que es un libro sobre beisbol como patrimonio cultural
de la nación, con capítulo fundamental en el cine. Escogió para esta entrevista
los jardines de la UNEAC, donde él se siente como en su casa después de que
―con la irreverencia de los adolescentes― allá por los finales de los años
sesenta del pasado siglo tocara a la puerta de la oficina de Nicolás Guillén
para conocerlo.
Conversó también sobre otros temas con total desenfado:
pandemia y cultura, los eventos virtuales y el valor de lo presencial,
divertidas anécdotas de su relación con el cine ―incluso su breve incursión
como actor―, su pasión por los deportes y el dilema beisbol/futbol, entre
otros, con los que demostró el amplio diapasón de su conocimiento cultural y el
empuje con que ha vivido las últimas tres décadas. Estas fueron sus palabras.
Codina, quiero
comenzar con un tema inevitable en estos momentos: la pandemia, ¿la has
enfrentado aislado y tranquilo, o te has mantenido activo?
Todos hemos sufrido la pandemia, aunque en mi caso lo he
sobrellevado mejor de lo que podría ser el promedio. Me gusta decir que tenemos
que cuidarnos de la pandemia, pero también tenemos que cuidarnos de la
tristeza, esa que llega inevitablemente a partir de la pérdida de amigos,
conocidos, seres queridos…, incluso de personas que uno ha conocido durante
años y, a pesar de no haber tenido esa relación tan estrecha, su ausencia
repentina te marca más de lo que pensabas.
No poder sociabilizar indiscutiblemente ha descentrado
nuestras vidas, nos ha descolocado. Yo soy un hombre de rutinas y me he ido
reorganizando para ajustarme a estos tiempos, aprovechando el tiempo en la
computadora con mis lecturas, pero sin dejar de hacer mis actividades
puntuales. No me he recluido completamente en la casa y he tomado todas las
medidas.
Al principio de la pandemia, en abril del año pasado,
publiqué un texto en La Jiribilla donde decía que se debía hablar de
aislamiento físico, no de aislamiento social. Socializar implica conectarse por
teléfono, por el celular, por la computadora, estar al tanto de todo lo que
está pasando por los medios de difusión, intercambiar proyectos culturales. A
esa condición del ser humano no se puede renunciar. Aunque estamos empezando
ahora una etapa recuperativa, deberán mantenerse el nasobuco y las demás
medidas, porque esto nos va a acompañar un buen tiempo.
Este tema de la pandemia es algo que marcó a mi familia
desde que yo no era ni un proyecto, me ha acompañado como una leyenda familiar.
En otra crónica de La Jiribilla, más reciente, comentaba que mi abuela materna
murió en Manzanillo en 1918 producto de la llamada “gripe española”, que en mi
familia se llamaba “la influenza del dengue”. Mi madre, que era la más chiquita
de cuatro hermanos, y solo tenía dos años, ni siquiera llegó a conocer a su
madre.
Tendremos que sobreponernos a esto entre todos, y el arte,
la literatura, la cultura en general (incluyendo los deportes) es una de las
herramientas que tenemos para sobrevivir a esta tristeza profunda. Cuando se
puedan organizar eventos presenciales de nuevo, podremos enfrentar los fuertes
efectos psicológicos después de la pandemia. Estoy pensando, sobre todo, en los
niños: su aislamiento de la escuela, de sus juegos diarios y de la práctica de
deportes, que son un componente psicológico fundamental en la formación de la
infancia y la juventud, es una deuda de la sociedad que todavía está por ver.
Se habla mucho de lo que va a quedar “para siempre” ―en el
sentido del ciberespacio, las clases a distancia, los eventos virtuales―. Todo
eso suena perfecto, pero ningún evento virtual va a sustituir una lectura de
poesía con, aunque sea, no pido más, un público de diez personas: la cuestión
presencial no es sustituible.
Algo que nos convoca pronto: la presentación de mi libro más
reciente, que estaba programada para ser virtual. Yo agradecí cuando me
hablaron de otra presentación presencial, con audiencia limitada y por
invitación, claro. Eso es algo que siempre debemos preservar.
Con la experiencia
que tienes, me gustaría saber tu opinión sobre la relación entre pandemia y
cultura. ¿Cuánto ha impactado y cuánto nos impulsa a cambiar conceptos que
teníamos preestablecidos?
El impacto es indudable. Ha pasado algo curioso con la
pandemia: como el ser humano por naturaleza es fetichista y juega con las
fechas, la astrología, los aniversarios, se creó un encanto de que acabándose
el 2020 se acabaría la pandemia. Yo compartí ese optimismo, arrancamos en enero
de este año con mucha esperanza de haberla superado, pero no, para efecto de
los cubanos este ha sido el año más duro, el peor. Nosotros hemos tenido en un
mes de este año muchos más fallecidos y enfermos que los que tuvimos en todo el
año pasado.
Por otro lado, reivindico potenciar el libro digital, los
eventos virtuales, hacer más uso del ciberespacio, aprovechar mejor los pocos
recursos que tenemos y, a su vez, cuando se hagan eventos presenciales, se
jerarquicen mejor y se les otorgue más importancia. Esas son lecciones que han
venido con la pandemia y que debemos aprovechar. Nos va a costar trabajo, pues
el ser humano es muy prepotente, pero todo esto nos debería enseñar a ser más
modestos, mejores personas, más solidarios. Ojalá que esa sea la gran lección.
Estoy seguro de que en algunos va a prender, pero no creo que en la mayoría.
Está demostrado que la vida es efímera y, por tanto, debemos vivirla con más
plenitud, con más intensidad y con más agradecimiento.
En tu larga lista de
libros ya has publicado sobre pelota y sobre cine. En este nuevo libro ¿qué
podemos esperar?
Este es un libro de cerca de 400 páginas y estoy muy
complacido con el producto acabado por el formato que tiene, por la cubierta
excelente que hizo Reynerio Tamayo expresamente para él. Reynerio es uno de los
artistas visuales más talentosos de su generación y, en todo el devenir de las
artes plásticas cubanas, es el que más y mejor ha abordado el tema del beisbol
―que es una de las vertientes de su obra―, ha expuesto en las principales
galerías del país con esa temática y también en galerías de la Florida y
Washington.
También agradezco el trabajo de edición excelente que hizo
Daniel García Santos que, como él no conoce de pelota, se convierte en una
virtud; de por sí Danielito es un gran profesional en el trabajo de edición,
por lo que tuvo que ser más cuidadoso y más riguroso. Sus dudas mejoraron y
perfeccionaron su trabajo como editor. Además, tiene la suerte de que su esposa
es todo lo contrario: Margarita es una apasionada del beisbol y, por más seña,
yo digo que casi un tercio del equipo Granma ―campeones actuales de la pelota
cubana― son sus parientes.
Este excelente trabajo se complementó con el trabajo de
Mercy Ruiz y todo el equipo de Ediciones ICAIC. El libro se ha demorado en su
publicación, porque estaba desde el primer semestre de 2019 aprobado para “Plan
Especial”, pero vinieron sucesivos eventos que retardaron el proyecto: primero,
la crisis del papel de ese año y, después, la pandemia.
Para mí este es el mejor regalo que puedo tener por mis 70
años, porque, ¡modestia, apártate!, es un libro que me complace. El texto parte
de sucesivos borradores porque, como habías mencionado, ya yo había publicado
otro libro que viene a ser como un antecedente natural de este, más los
artículos que habitualmente he publicado en diferentes medios.
Yo, que soy un hombre de la “Era Gutemberg” ―como le gusta
decir a Reynaldo González, y yo lo suscribo―, estos tiempos de pandemia y de la
ausencia del soporte papel en las publicaciones periódicas me ha llevado a
sistematizar mis colaboraciones en publicaciones digitales. Quiero poner en
primer lugar a La Jiribilla, que me ha acogido de una forma excelente, con
mucha profesionalidad e incluso me ha invitado a formar parte de su consejo
editorial. Ya yo venía haciendo este tipo de colaboraciones digitales con el
sitio de la UNEAC y, justamente unos meses antes de la pandemia, empecé a
hacerlo de forma regular en La Jiribilla y otros, como el de la Biblioteca Nacional
y Cubacine.
La tesis central de este libro es ver la cultura como un
todo, no con compartimentos estancos, y celebrar el beisbol como patrimonio
cultural de la nación. Esto es algo en lo que he estado bregando junto a otros
amigos hace varios años. Quiero recordar al difunto Ismael Sené, a quien
particularmente le agradezco lo más importante que puede haber en este libro;
él era un sabio, una enciclopedia viva del beisbol cubano e internacional,
tanto amateur como profesional.
Hay toda una legión de amigos que colaboraron de distinta
forma, a veces sin tener conciencia de que lo estaban haciendo. Por fin, ahora
en la segunda quincena de octubre, en el marco de la jornada por la cultura
cubana, se va a hacer público el decreto ya firmado del beisbol como patrimonio
cultural de la nación, por lo que tantos hemos luchado y por tanto tiempo.
Probablemente esta ceremonia se realice en El Palmar de Junco, un estadio más
que vivo porque es el estadio en activo más antiguo del mundo, donde no se
juegan las series nacionales, pero es sede de la academia provincial de beisbol
juvenil de Matanzas, con un museo y un salón de la fama. Estoy muy feliz de que
la salida de este libro coincida con dicho evento, que lo ha nutrido desde sus
inicios.
Pero este libro es sobre
cine…
No, el libro es sobre beisbol como patrimonio cultural de la
nación. Se llama Cuando el beisbol se parece al cine por dos razones: porque se
habla del beisbol como espectáculo y como fenómeno cultural. Entre ellos, lo
que más se cita es el cine, la literatura y la música, pero incluye también las
artes plásticas, hasta la danza y el ballet.
Te puedo decir que la presencia de la pelota en la música
cubana es muy fuerte, hay clásicos… Por ejemplo, ¿tú sabes de dónde viene el
apodo de Ñico Saquito? De joven fue muy buen jugador de beisbol y jugaba el
shortstop (campo corto), y le pusieron “Saquito” porque él cogía todas las
bolas. Otro ejemplo: uno de los chachachás antológicos de Enrique Jorrín está
dedicado a Orestes Miñoso y decía: “Cuando Miñoso batea, hasta la pelota baila
el chachachá”. O también aquello de mi infancia y juventud “Me voy a la pelota
con Carlota”, del Conjunto Casino, que era una cortina musical para anunciar
los juegos de beisbol: “Con Carlota todo el mundo se alborota” pues, al mismo
tiempo, la canción jugaba con el erotismo en la música popular cubana.
Incluyo, además, la presencia en otros países cultivadores
del beisbol y de la música en América Latina, como Venezuela, que es mi país
natal; o en Estados Unidos, hay varias canciones de Bob Dylan con ese tema.
Pero es que la pelota viene de ahí, ese es su origen, aunque sus antecedentes
puedan ser del cricket inglés y hay mentes delirantes y entusiastas que hablan
del juego de los areítos.
De todo ello se habla en el libro, del beisbol como
identidad, con vasos comunicantes con toda la cultura nacional y, lógicamente,
tiene rebotes en la cuenca del Caribe y en Estados Unidos. Aunque la presencia
del cine en el libro es muy fuerte, con muchas anécdotas.
No me dio tiempo incluir en el libro una historia, que
publiqué en el sitio de Cubacine, sobre la película El campo de los sueños,
protagonizada por Kevin Costner. Es considerada una de sus mejores películas,
aunque él particularmente no es considerado un buen actor; sin embargo, es
también valorada como uno de los mejores filmes con el tema del beisbol en la
historia del cine norteamericano. Increíblemente, en fecha reciente, se hizo un
estadio para reconstruir ese juego, que nunca existió, con la leyenda del
equipo de los “Medias Blancas” (White Socks), que fueron llamados “Medias
Negras” en relación con el famoso escándalo del año 1919, cuando vendieron la
serie mundial.
¿Te consideras un
fanático del cine? Cuando piensas en el cine ¿en qué y en quién piensas?
Soy apasionado del cine y en lo primero que pienso es en el
“Cinecito”, que era el cine a donde yo iba de niño. Ahí iba con mi mamá, la
entrada era supereconómica, y después iba con mis amiguitos del barrio.
Recuerdo que estaba en el Cinecito cuando la explosión del barco La Coubre, se
fueron las luces un momento y por los altavoces llamaron a la calma. Cuando
salimos estaban las vidrieras de San Rafael en el piso, como consecuencia de la
onda expansiva. Cosas que te marcan.
Pienso en cine y en algo que se ha perdido, no solo en Cuba,
ha sido en el mundo entero, que era una institución a la que le debemos todos
los honores del mundo: el cine de barrio. Tú vas a ver los grandes del cine
cubano, como, por ejemplo, Manolito Pérez o los hermanos Jesús y Rolando Díaz,
para no hablar de Titón o Julio García Espinosa, y todos hablan de la
importancia del cine de barrio en su formación.
El cine de barrio es en lo primero que yo pienso cuando se
refiere a cine. Después, la relación con el cine desde amigos muy queridos,
como Juan Carlos Tabío. Recordando en el tiempo te puedo contar que, siendo un
estudiante de secundaria, un grupo de condiscípulos nos enfrascamos en hacer
una película. Uno de nosotros era el que compraba los rollos, yo tenía la
cámara… hicimos una película enloquecida, todos adolescentes (y yo parecía más
adolescente, porque era lampiño y delgadito). El que dirigió esa película fue
mi amigo de toda la vida Jorge Reyes Bécquer, quien después llegaría a trabajar
en la fílmica de Educación por muchos años, actualmente está retirado de una
productora española, muy amigo de Padroncito, con quien trabajó en la segunda
parte de Vampiros en La Habana y es probablemente uno de los profesionales de
cámara animada más importantes que ha dado el país.
Yo creo que el cine acompaña al ser humano y, en mi caso,
hoy con el tema de la pandemia, para no lucir frívolo o “light”, no te dije que
soy adicto a las series y a las películas. Las sigo regularmente y muchas de
ellas me han servido para nutrir el libro.
¿Le has hecho algún
poema al cine?
No directamente, pero si yo fuera a hacer una antología de
los cinco poemas míos que más agradezco hay uno que se llama “Mi madre nació
junto a Ingrid Bergman”, que lo publicó la revista Cine Cubano. Además, el cine
está presente en varios de mis poemas.
¿Cuál ha sido tu
relación con el ICAIC?
Ediciones ICAIC me ha publicado, antes de este, otros dos
libros: Para verte mejor, primera y segunda parte, que son dos antologías de
textos sobre cine cubano aparecidos en La Gaceta de Cuba en los últimos 25
años, donde hay verdaderas joyas. Incluso el título de esos libros responde a
un texto que publicamos de Julio García Espinosa, quien fue colaborador de La
Gaceta desde sus inicios en los años sesenta, al punto de que su libro post
mortem lleva el título de un artículo aparecido en La Gaceta en los inicios de
su colaboración. Creo que el título es Vivir bajo la lluvia. Vinieron a
buscarlo a mi oficina Lola Calviño y Manolo Herrera cuando estaban enfrascados
en ese excelente documental que hicieron sobre la vida de Julio, que debemos
agradecer.
A Julio García Espinosa lo recuerdo con mucho afecto, tengo
los mejores recuerdos como espectador de sus Aventuras de Juan Quin Quin y de
Cuba baila, a la que creo que no se le ha hecho justicia. Hasta donde sé, esta
es la primera película del cine revolucionario, lo que se da a conocer después
de Historias de la Revolución, y en ella está presente el anecdotario
beisbolero, por lo que yo la cito en el libro.
Julio como persona y las anécdotas que compartimos, al igual
que con Juan Carlos Tabío… fueron grandes amigos con los que he tenido mucho
vínculo en el ICAIC. Con Padroncito también tuve una relación muy estrecha.
Cuando uno recuerda a amigos que uno quiso, que les son tan cercanos, te das
cuenta de cómo su memoria te va a seguir acompañando, por la obra que hicieron
y por las personas que fueron.
Esta relación con el cine también me ha dado anécdotas
simpáticas, que me acompañan en la vida. Aquella película se llegó a hacer, lo
que esos rollos se perdieron, duraba unos 15 o 20 minutos, se llamaba Con la
verdad en mis manos, te podrás imaginar que con ese título tan ridículo no
podría ser mucho más que eso. Los protagónicos los hicimos muchachos
adolescentes.
Y tengo algunos amigos directores me han hecho regalos, por
ejemplo, Juan Carlos Tabío en Lista de espera, en el pasaje cuando se arregla
el ómnibus de la terminal con la idea de salir, el jefe de la terminal (Noel
García) se dirige al chofer y le dice: “¡Arranca, Codina!”, es cuando se escapa
todo el aceite, el motor se desinfla y creo que comenta después: “¡Se jodió
esto, Codina!”.
También mi entrañable amigo Arturo Sotto, quien por cierto
aparece ampliamente citado en mi libro por su diálogo beisbol y cine ―un
Industrialista redomado― y va a ser uno de sus presentadores, en su filme
Boccaccerías habaneras tiene un pasaje en el que hay un lector de tabaquería
que arranca sus lecturas diciendo: “Vamos a empezar por la feria del libro: en
el día de ayer se presentó el libro del escritor yucateco Norberto Codina…” y
Patricio Wood, que es el administrador de la tabaquería, lo interrumpe y le
dice este comentario, que es más que ilustrativo: “No, no, lee de política y
economía, cosas importantes”. Estas anécdotas demuestran la relación que he
tenido con amigos y directores de cine, como Tabío o como Sotto.
También me tocó tener un personajito secundario ―pero
aparezco en los créditos, que eso es muy importante― en el filme Ciudad en
rojo, de Rebeca Chávez. Con ella y con Senel Paz también me une una amistad de
muchos años, pero como son todas las películas latinoamericanas, que es la suma
y los malabares de muchas producciones, economías y colaboraciones, tenía un
apoyo de laboratorios venezolanos y entre las condiciones del convenio estaba
que en la película apareciera un actor venezolano, pero como el requisito
básico era más ser venezolano que actor ―por los gastos que implicaba contratar
a un actor de allá― y yo tengo todos mis papeles al día, se sacó mi cédula de
identidad y yo aparezco en la película.
Inicialmente debía aparecer en dos escenas, pero se quedó
todo en lo que llaman “la filmación de arte”, porque yo me enfermé en un estado
crítico, tuvieron que ingresarme. Aquí pasó algo interesante, el actor
debutante suele sobreactuar, más aún el superaficionado que era yo, pero me
sentía tan mal que no hubiera podido sobreactuar, en realidad trabajé en cámara
lenta. Se acabó la filmación y, por mi malestar, me negué incluso a comer la
atractiva merienda que me ofrecieron, pero no se me olvida que un profesional
como Alderete ―uno de nuestros buenos directores de fotografía― nos comentó en
ese momento que mi actuación había sido “de toma uno”, cuando en realidad no
pude filmar una segunda escena por mi enfermedad. Pero aparezco a inicio de la
película como responsable de un punto de venta de tabacos y lotería en Santiago
de Cuba, y en los créditos, que eso es importante.
Con la juventud tan
inquieta que tuviste, ¿qué sientes con relación a los jóvenes creadores
actuales?
Los jóvenes son hijos de su época, no de sus padres; por
tanto, les toca esa cuota de herejía, de irreverencia. Creo que fue Bernard
Shaw, que era tan cáustico en sus comentarios, quien dijo: “La juventud es una
enfermedad que se cura con el tiempo”, aunque eso también lo dijo con cierta
carga de descreimiento. En la juventud toca todo ese apasionamiento y, en la
medida que el ser humano pueda preservar esos valores tan hermosos, incluso ya
en la senectud de su vida, lo va a hacer mejor persona.
Ahora en octubre, precisamente, se cumplen 50 años de que un
grupo de muchachos, que promediábamos unos 20 años, algunos incluso terminando
el 10.o grado o estaban en su primer año de la universidad, unos pocos eran
trabajadores muy jóvenes, conformamos la Brigada “Hermanos Saíz” justamente en
esta UNEAC. De ahí salieron algunos que después se convirtieron en nombres en
el cine cubano, estoy pensando en un guionista y dramaturgo como Reinaldo
Montero, colaborador de varias películas del cine cubano, y, sobre todo, en
alguien tan cercano como Arturo Arango, que indiscutiblemente se ha convertido
en uno de los mejores guionistas del cine cubano en los últimos años,
referencia de la cátedra de guiones de la Escuela Internacional de Cine y
Televisión de San Antonio de los Baños.
Hablar de Norberto
Codina es hablar de La Gaceta de Cuba. Después de 33 años, ¿qué le debe Codina
a La Gaceta y que le debe La Gaceta a Codina?
La Gaceta ha sido mi saldo profesional más importante. Ha
sido tan importante que, de esos 33 años, en los primeros 10 o 12 abandoné mi
obra personal y me concentré solo en La Gaceta. Eso no se justifica para nada,
pero después La Gaceta me lo recompensó con creces; no solo por el fogueo y la
experiencia ―porque fue siempre un aprendizaje―, sino porque del trabajo hecho
en ella pude hacer después varias compilaciones y salieron varios libros.
De ahí salieron, ya como libros personales, los dos tomos de
Para verte mejor, que son dos compilaciones excelentes y quedaron muy bien por
Ediciones ICAIC. Salió uno que hice con Arturo Arango, publicado por la
Editorial Oriente, sobre música popular cubana; salió otro sobre teatro y la
escena cubana en general que hice con la casa editorial Tablas-Alarcos; salió
la compilación que hice de las crónicas de La Gaceta, titulada Siglo pasado,
que es el libro preferido de ese amigo tan querido que es Sigfredo Ariel; está
otro libro que hice con Curbelo sobre los extraños pueblos, crónicas también de
La Gaceta; más otros libros que impulsé de otros autores, como los dos tomos de
Conversaciones al lado de Cinecittá, de Arturo Sotto, para seguir con el cine… y
fíjate que ya vamos por cuatro libros con el tema del cine, publicados por
Ediciones ICAIC, más un quinto libro que escribió Carlos León que se titula
Trovar el cine. De estos últimos me siento coautor, incluso prologué dos de
ellos. La mamá de Carlitos León ―por cierto, compañero mío de la primera
secundaria―, Olimpia, es para mí un recuerdo entrañable porque era mi profesora
de Geografía.
Hay otros libros, por ejemplo, uno que promoví de las
entrevistas de Waldo Leyva publicadas en la revista; otro más de entrevistas de
Pedro Pablo Rodríguez, en el campo de la historiografía y del que también fui
promotor. O sea, La Gaceta es esa deuda en lo que pudiera ser mi carrera
individual como creador. Después de esos primeros años dedicados a la revista,
los otros 20 años me lo recompensó con creces pues, entre las compilaciones que
hice o las que contribuí a que se hicieran, estamos hablando de una docena de
libros.
Eso es independiente de mis libros de poesía, de otras
antologías o mis libros de prosa varia, como me gusta llamarlos. Este libro
sobre el beisbol y la cultura, con capítulo fundamental en el cine, es un libro
de prosa varia, porque ahí está la crónica, el artículo, el anecdotario y algo
de corte ensayístico.
Quiero terminar con
una provocación, porque has hablado apasionadamente del beisbol pero he leído
que, en estos tiempos de pandemia y la ausencia de juegos de pelota, te
entretienes con el futbol y tu equipo favorito: el Barça. Entonces… ¿el beisbol
o el futbol?
¡Pelota, pelota todo el tiempo! A propósito de eso,
publicamos en La Gaceta una crónica excelente de Iván de la Nuez, que formaba
parte de los anexos nuevos del libro, que se llama “Ala o muslo”; porque Iván
es un seguidor apasionado tanto del Barça como de Industriales. Que conste, mi filia
ha sido siempre con los equipos orientales y, por tanto, ha sido la
confrontación con los industrialistas; pero la mayoría de mis grandes amigos,
incluyendo mis amigos y hermanos de crianza, son industrialistas. Yo creo que
Arturo Arango es una de las pocas excepciones que se apuntan en mi bando.
El fútbol es un encanto e indiscutiblemente es el deporte de
las multitudes. Lo padecemos todos. También habrá que tomarse una licencia
deportiva, porque en estos momentos el Barça está que es un desastre. A mí me
apasionan en general los deportes, tal vez los deportes de invierno o las
carreras de autos son los que no me interesan; pero me gusta mucho el boxeo, el
atletismo me encanta, el voleibol, el básquet, el ajedrez.
No por gusto este libro termina con la relación de
Capablanca con el beisbol. El ministro de cultura, Alpidio Alonso, se
sorprendió al leerlo en mi libro, porque lo que la gente no sabe es que
Capablanca soñó con ser jugador profesional de pelota y le apasionaba más el
beisbol que el ajedrez.