(Versión de mis palabras en el Panel “AmorES diversoS”, el 15 de febrero de 2011, en el Complejo Cultural Cinematográfico ICAIC)Para mí ha sido un privilegio que me pidieran hablar, desde la perspectiva “gay”, en el panel “AmorES DiversoS”, organizado en la tarde del 15 de febrero en el Centro Cultural Cinematográfico ICAIC (“Fresa y Chocolate”), con la participación de los grupos del CENESEX de población de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgéneros (LGBT) en Cuba. Se realizaba a propósito del 14 de febrero, como parte de la Jornada Cubana contra la Homofobia y la Campaña por el Respeto a la Libre y Responsable Orientación Sexual e Identidad de Género.
En realidad, sobre el tema del amor y las relaciones de pareja, no podría hablar desde otra perspectiva que no fuera esa, al menos de forma seria y responsable. Y así lo digo porque yo también crecí en una familia, una escuela y una sociedad que me enseñó desde pequeño, con marcada insistencia, el modelo heterosexual, monógamo y patriarcal (léase “machista”) con el que hemos sido educados casi todos… y que no podemos desobedecer si queremos ser socialmente aceptados. Por intentar seguir fielmente ese mandato, alguna “enamorada” tuve en mi adolescencia y juventud temprana, pero muy poco (o nada) pude hacer por ellas, quienes fueron en verdad las que tomaron la iniciativa para cumplir tal propósito y a donde no pudieron llegar muy lejos.
Sin embargo, hablar de las relaciones entre hombres homosexuales es un reto bien difícil, porque en todo caso pudiera hablar desde mi experiencia personal… y nada más. Nunca pretendería tomar mi caso como ejemplo y mucho menos presentarme como un “gay típico”, pues si algo he aprendido -después de algunos años conociendo y compartiendo en este mundo LGBT- es que el “gay típico” no existe. La comunidad homosexual es tan diversa como seres humanos somos y cada uno de nosotros expresa su sexualidad desde formas muy personales.
Para empezar a hablar del tema, prefiero referirme a los mitos y estereotipos con que la sociedad ha calificado a las relaciones gays. ¿Qué se dice de nosotros? Que somos promiscuos, que tenemos relaciones muy cortas, que privilegiamos el sexo sobre el amor y nos miran, todo el tiempo, como “fornicadores empedernidos”. Esto último te persigue en cualquier circunstancia: basta saber que eres gay para que ello se convierta en una característica personal… ¡y cuidado los varones! Porque hay un peligro potencial de insinuación o asalto sexual de un momento a otro.
Estos estigmas, y muchos otros, no son más que la defensa que ha hecho la sociedad para desacreditar a la homosexualidad, como transgresora del modelo heterosexual-monógamo-patriarcal que se nos ha impuesto a través de los siglos. A su vez, es fuente de discriminación y rechazo social, que ha provocado innumerables consecuencias negativas e innecesarias en personas, familias y grupos humanos, por el simple hecho de expresar la naturaleza diversa de la sexualidad y del amor.
En lo personal, no me siento identificado con ninguno de esos estereotipos, pues mi naturaleza ha sido más estable y he tenido muy cortos momentos de vivir sin pareja –para bien o para mal, según se inteprete. Y en los últimos 12 años, he compartido mi vida sentimental, en una relación maravillosa, junto a un hombre con quien defendemos un proyecto de vida que también ha tenido que vencer numerosos obstáculos (por homofobia, por vivir en el contexto de una familia extendida, por separaciones prolongadas como consecuencia de mi trabajo, etc.)
Durante una entrevista que nos hicieron por televisión hace algunos meses, en el programa “El Triángulo de la Confianza” del Canal Habana -que, a propósito, por alguna razón desconocida no se publicó cuando estaba programado y no ha salido al aire aún, no sabemos si alguna vez saldrá-, fuimos invitados para hablar sobre las “expectativas de la pareja” (sin delimitarla a orientaciones sexuales) y expresamos el valor que tiene, de acuerdo a nuestra experiencia, saber compaginar -entre ambos- los intereses de los dos, sobre la base de expectativas creíbles y concretas. Pero, por encima de todo, debe primar el deseo de ambos a mantener el proyecto de vida que hemos creado y en el que hemos decidido creer.
Y para los suspicaces, no me parece que nuestra pareja sea la excepción que confirme la regla sobre las relaciones gays, pues conocemos muchas otras parejas homosexuales con similares características. Como mismo conocemos muchas otras personas heterosexuales que no logran crear un proyecto de vida sólido con otra persona. La vida es así de diversa.
No obstante, me gustaría también reflexionar sobre un elemento importante: cómo se reproduce a diario y con exactitud el modelo que se nos impone, incluso dentro de las propias parejas homosexuales. Pongamos varios ejemplos:
En primer lugar, la reproducción de los roles de género masculino y femenino, con los mismos elementos de subordinación machista que vemos en parejas heterosexuales. Muchas veces, esta reproducción de roles de género se corresponden con los roles sexuales (activo/pasivo), dándole continuidad a las relaciones de poder patriarcal. Otra forma de expresión de este mismo patrón se observa a menudo en la aparentemente ingenua pregunta, pero sin dudas homófoba, que hacen aquellos heterosexuales desinformados: ¿y entre ellos dos… quién es el “hombre” y quién es la “mujer”?
En segundo lugar, el prejuicio y el terror que provoca en muchas personas, tanto homosexuales como heterosexuales, aquellas relaciones poliamorosas o poligámicas –cuando una pareja decide incorporar a un tercero en una relación de amor plena, sin que afecte a nadie-, en franco desafío a la venerada monogamia. Esta situación hace sufrir a mucha gente, a veces con desenlaces trágicos, sobre la base del prejuicio y una supuesta “moralidad”, que no me convence.
En tercer lugar, la adoración al “sacrosanto” matrimonio, como la supuesta figura máxima de lograr la plenitud de derechos y el reconocimiento social que tanto se aspira. En ocasiones hasta se anhela el momento de vestirse de novios, en una reproducción exacta del patrón que no en todas las ocasiones llega a ser sinónimo de felicidad o de placer.
Preciso aclarar que si presento estos ejemplos es sin ánimos de crítica contra aquellos que disfruten de estas costumbres, pues creo realmente en la libertad de expresión sexual. Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre ellos para estar claros que, mientras continuemos reproduciendo estas relaciones de poder y subordinación que se nos ha impuesto, no lograremos una verdadera emancipación sexual.
Lo que sí defiendo con firmeza es el derecho que tenemos todos los seres humanos a ser dueños de nuestro cuerpo y a decidir sobre él, sin prejuicios ni temores de supuestas violaciones morales. De lo que hablo es del derecho que tenemos todos y todas, independientemente de nuestra orientación sexual o identidad de género, de formar una familia, en la forma que mejor nos parezca y de acuerdo a nuestros propios valores.
Porque el amor también puede ser “gay” y tanto la sociedad como las leyes no pueden seguir ignorando esa realidad.
En realidad, sobre el tema del amor y las relaciones de pareja, no podría hablar desde otra perspectiva que no fuera esa, al menos de forma seria y responsable. Y así lo digo porque yo también crecí en una familia, una escuela y una sociedad que me enseñó desde pequeño, con marcada insistencia, el modelo heterosexual, monógamo y patriarcal (léase “machista”) con el que hemos sido educados casi todos… y que no podemos desobedecer si queremos ser socialmente aceptados. Por intentar seguir fielmente ese mandato, alguna “enamorada” tuve en mi adolescencia y juventud temprana, pero muy poco (o nada) pude hacer por ellas, quienes fueron en verdad las que tomaron la iniciativa para cumplir tal propósito y a donde no pudieron llegar muy lejos.
Sin embargo, hablar de las relaciones entre hombres homosexuales es un reto bien difícil, porque en todo caso pudiera hablar desde mi experiencia personal… y nada más. Nunca pretendería tomar mi caso como ejemplo y mucho menos presentarme como un “gay típico”, pues si algo he aprendido -después de algunos años conociendo y compartiendo en este mundo LGBT- es que el “gay típico” no existe. La comunidad homosexual es tan diversa como seres humanos somos y cada uno de nosotros expresa su sexualidad desde formas muy personales.
Para empezar a hablar del tema, prefiero referirme a los mitos y estereotipos con que la sociedad ha calificado a las relaciones gays. ¿Qué se dice de nosotros? Que somos promiscuos, que tenemos relaciones muy cortas, que privilegiamos el sexo sobre el amor y nos miran, todo el tiempo, como “fornicadores empedernidos”. Esto último te persigue en cualquier circunstancia: basta saber que eres gay para que ello se convierta en una característica personal… ¡y cuidado los varones! Porque hay un peligro potencial de insinuación o asalto sexual de un momento a otro.
Estos estigmas, y muchos otros, no son más que la defensa que ha hecho la sociedad para desacreditar a la homosexualidad, como transgresora del modelo heterosexual-monógamo-patriarcal que se nos ha impuesto a través de los siglos. A su vez, es fuente de discriminación y rechazo social, que ha provocado innumerables consecuencias negativas e innecesarias en personas, familias y grupos humanos, por el simple hecho de expresar la naturaleza diversa de la sexualidad y del amor.
En lo personal, no me siento identificado con ninguno de esos estereotipos, pues mi naturaleza ha sido más estable y he tenido muy cortos momentos de vivir sin pareja –para bien o para mal, según se inteprete. Y en los últimos 12 años, he compartido mi vida sentimental, en una relación maravillosa, junto a un hombre con quien defendemos un proyecto de vida que también ha tenido que vencer numerosos obstáculos (por homofobia, por vivir en el contexto de una familia extendida, por separaciones prolongadas como consecuencia de mi trabajo, etc.)
Durante una entrevista que nos hicieron por televisión hace algunos meses, en el programa “El Triángulo de la Confianza” del Canal Habana -que, a propósito, por alguna razón desconocida no se publicó cuando estaba programado y no ha salido al aire aún, no sabemos si alguna vez saldrá-, fuimos invitados para hablar sobre las “expectativas de la pareja” (sin delimitarla a orientaciones sexuales) y expresamos el valor que tiene, de acuerdo a nuestra experiencia, saber compaginar -entre ambos- los intereses de los dos, sobre la base de expectativas creíbles y concretas. Pero, por encima de todo, debe primar el deseo de ambos a mantener el proyecto de vida que hemos creado y en el que hemos decidido creer.
Y para los suspicaces, no me parece que nuestra pareja sea la excepción que confirme la regla sobre las relaciones gays, pues conocemos muchas otras parejas homosexuales con similares características. Como mismo conocemos muchas otras personas heterosexuales que no logran crear un proyecto de vida sólido con otra persona. La vida es así de diversa.
No obstante, me gustaría también reflexionar sobre un elemento importante: cómo se reproduce a diario y con exactitud el modelo que se nos impone, incluso dentro de las propias parejas homosexuales. Pongamos varios ejemplos:
En primer lugar, la reproducción de los roles de género masculino y femenino, con los mismos elementos de subordinación machista que vemos en parejas heterosexuales. Muchas veces, esta reproducción de roles de género se corresponden con los roles sexuales (activo/pasivo), dándole continuidad a las relaciones de poder patriarcal. Otra forma de expresión de este mismo patrón se observa a menudo en la aparentemente ingenua pregunta, pero sin dudas homófoba, que hacen aquellos heterosexuales desinformados: ¿y entre ellos dos… quién es el “hombre” y quién es la “mujer”?
En segundo lugar, el prejuicio y el terror que provoca en muchas personas, tanto homosexuales como heterosexuales, aquellas relaciones poliamorosas o poligámicas –cuando una pareja decide incorporar a un tercero en una relación de amor plena, sin que afecte a nadie-, en franco desafío a la venerada monogamia. Esta situación hace sufrir a mucha gente, a veces con desenlaces trágicos, sobre la base del prejuicio y una supuesta “moralidad”, que no me convence.
En tercer lugar, la adoración al “sacrosanto” matrimonio, como la supuesta figura máxima de lograr la plenitud de derechos y el reconocimiento social que tanto se aspira. En ocasiones hasta se anhela el momento de vestirse de novios, en una reproducción exacta del patrón que no en todas las ocasiones llega a ser sinónimo de felicidad o de placer.
Preciso aclarar que si presento estos ejemplos es sin ánimos de crítica contra aquellos que disfruten de estas costumbres, pues creo realmente en la libertad de expresión sexual. Sin embargo, vale la pena reflexionar sobre ellos para estar claros que, mientras continuemos reproduciendo estas relaciones de poder y subordinación que se nos ha impuesto, no lograremos una verdadera emancipación sexual.
Lo que sí defiendo con firmeza es el derecho que tenemos todos los seres humanos a ser dueños de nuestro cuerpo y a decidir sobre él, sin prejuicios ni temores de supuestas violaciones morales. De lo que hablo es del derecho que tenemos todos y todas, independientemente de nuestra orientación sexual o identidad de género, de formar una familia, en la forma que mejor nos parezca y de acuerdo a nuestros propios valores.
Porque el amor también puede ser “gay” y tanto la sociedad como las leyes no pueden seguir ignorando esa realidad.
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