Entre los estadounidenses que se interesan en las relaciones
con Cuba es común encontrar mucha desinformación sobre los orígenes de las
dificultades entre los dos países. Con frecuencia suelen simplificarlo culpando
a la Cuba “comunista” y al Fidel “intransigente” de todos los males, cuando las
complejidades de la realidad superan con creces esta fantasía. También del lado
de acá del Estrecho de la Florida se escuchan con demasiada frecuencia dudas similares.
Para quienes no han tenido acceso a los datos históricos,
sea cual fuere la razón, reproduzco a continuación una excelente entrevista
sobre esos primeros años realizada por Lenier González, de CubaPosible, al
profesor Domingo Amuchástegui.
El conflicto nacional
entre 1959 y 1965: diálogos con Domingo Amuchástegui
En el período que abarca desde finales del año 1959 hasta
1965 asistimos en Cuba al desarrollo de un conflicto armado e ideológico de
gran envergadura. En dicho diferendo participan, de un lado, el joven Gobierno
Revolucionario (con el apoyo de las fuerzas del Ejército Rebelde, de las
Milicias Nacionales Revolucionarias y de los nacientes Órganos de la Seguridad
del Estado); y del otro, tres fuerzas organizadas para la acción
política-ideológica y la lucha armada: el Movimiento de Recuperación Revolucionaria
(MRR), el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y el Directorio
Revolucionario Estudiantil (DRE) (con el apoyo logístico de la Agrupación
Católica Universitaria, la Acción Católica, otras estructuras institucionales
de la Iglesia Católica y la Agencia Central de Inteligencia).
Vencedores y vencidos han brindado a la nación sus visiones
particulares sobre lo acaecido. El resultado ha sido un crispado forcejeo
simbólico que ha pretendido capitalizar la memoria histórica de la nación. Se
ha tratado, en la práctica, de una feroz “guerra de la memoria”: lo que para
unos fue una “lucha contra bandidos y mercenarios”, para otros constituyó “la
última guerra civil” de la historia de Cuba, librada en contra “del comunismo”.
En su importante libro-entrevista Cien Horas con Fidel, Ignacio Ramonet pone en
boca del Comandante y ex-presidente cubano un dato que ilustra el dramático
saldo de ese conflicto: esa lucha pobló las cárceles cubanas con 15,000 presos
políticos. Para acercarnos a las causas profundas de este fenómeno hemos
dialogado con Domingo Amuchástegui, analista político y quien, desde muy joven,
formó parte de las filas revolucionarias. Con esta entrevista quedan abiertas
las páginas de Cuba Posible para aquellos actores que hayan participado del conflicto
y estén dispuestos a ser interpelados en los marcos de la objetividad y del
respeto.
1. ¿Cuál era la
situación de la nación cubana, del quehacer de la sociedad civil, del orden
republicano y del funcionamiento de sus instituciones hacia la madrugada del
primero de enero de 1959?
La pregunta daría para dos volúmenes de 500 páginas cada
uno, por lo menos. Recurro al arte de la síntesis, y destaco los puntos que
considero más importantes.
Si la sociedad anterior al 10 de Marzo de 1952 era una de
enormes contrastes sociales, en medio de una corrupción político-administrativa
rampante y una economía de absoluta dependencia a los mercados de Estados
Unidos —desde el azúcar (mediante un sistema de cuotas que se reducía
peligrosamente), hasta la importación de alimentos (que frenaba, de mil
maneras, cualquier proyecto desarrollista nacional)—, nadie tenía el derecho de
usurpar, mediante la violencia golpista, el más o menos normal desenvolvimiento
constitucional alcanzado luego de 1940; a pesar de los muchos reparos que
poseía este decursar histórico, típico de un esquema neocolonial o, al decir,
de Leland Jenks, “nuestra colonia en Cuba”.
La existente separación de poderes de nada sirvió para
invalidar el golpe de Estado y, de manera cobarde y desvergonzada, pasaron a
convertirse —salvo rarísimas excepciones individuales— en instrumentos de la
tiranía establecida; lo que conllevó a la validación de sus “Estatutos
Constitucionales” y de cuanta maniobra (o movida legal o electoral) hubo de
diseñar el tirano Batista y su equipo durante sus seis años de existencia.
El grueso de la llamada “sociedad civil” (término que no
formaba parte del vocabulario político de la época y, en su lugar, el término
acuñado era el de “las clases vivas”) de entonces y sus más renombradas
instituciones extendieron su reconocimiento, explícito o implícito, al golpe y
de inmediato pasaron a congraciarse, y a asociarse, con el tirano Batista; el
silencio como herramienta de complicidad se imponía por doquier y muy contadas
voces se atrincheraron en la condena o el desafío. Dicha “sociedad” estaba
reflejada en el roto-grabado del Diario de La Marina, en asociaciones diversas,
colegios profesionales, clubes, etc. La Iglesia Católica, en particular por
medio del cardenal Arteaga, seguiría un patrón no menos cómplice. El
sindicalismo, bajo el control violento de Mujal, desde 1947, y su posterior
compromiso con Batista no sería excepción, con contadísimas salvedades. Se
congratulaban del “orden” que el “presidente” Batista establecería. De la noche
a la mañana, Washington no tuvo el más mínimo de los escrúpulos en hacerse
cómplice activo del golpe. El crimen organizado de Estados Unidos tendría ahora
sus mayores oportunidades en la Isla.
Los cubanos de solares y cuarterías, de los “llega-y-pón” y
Las Yaguas, de los realengos, las víctimas de los desalojos, los precaristas y
un sinfín de componentes sociales mayoritarios, que nada o casi nada
representaban en aquella sociedad civil, carecían de las voces o medios para
hacerse representar o desempeñar algún protagonismo, salvo algún episodio
esporádico. Estos sectores no eran —en el mejor de los casos—, parte de las
“clases vivas”, sino, más bien, de las “clases muertas”.
Los restos del autenticismo expulsado del gobierno se fueron
para Miami (los que tenían la plata para ello) y, los demás, empezaban a
navegar en una pasividad pasmosa. Aquí también hubo poquísimas y honrosas
excepciones. Este patrón de conducta también pasaría a distinguir a una
ortodoxia sin Chibás, seguido todo ello de fraccionamientos y capillas que
acentuaban la parálisis política de ambos partidos. El Partido Socialista
Popular (PSP) continuaría en su inopia política de una pasividad chocante.
Algunos esfuerzos de unos pocos auténticos (en articular una respuesta armada),
quedaron en fallidos ajetreos conspirativos (Triple A, OA, Montecristi y
otros); mientras que repetidos esfuerzos posteriores por alcanzar pactos
políticos con fuerte sabor electoral (como los de Montreal, Diálogo Cívico y
Miami), se diluían frente a las políticas del tirano Batista, pero, sobre todo,
frente al ascenso de vertientes insurreccionales de raíces y proyecciones
propias.
La dinámica de dichas vertientes insurreccionales culminaría
en el recurso creciente a la acción armada en sus tres episodios más trascendentales:
a) el asalto a los cuarteles de Bayamo (Carlos Manuel de Céspedes) y Santiago
de Cuba (Moncada), b) la expedición del Granma y c) el asalto al Palacio
Presidencial. La opción de la lucha guerrillera prevaleció y devino en victoria
arrolladora y única, y trajo aparejado la consolidación de la figura de Fidel
Castro y el Ejército Rebelde como los componentes emblemáticos y rectores del
proceso del acontecer revolucionario. Frente a la mirada atónita de Estados
Unidos y del resto de los gobiernos de América Latina y el Caribe, el accionar
guerrillero de los cubanos hacía trizas el dogma absoluto, hasta entonces, de
que “una revolución puede hacerse sin el ejército, con el ejército, pero nunca
contra el ejército”.
La tiranía había presentado sus cartas credenciales bien
temprano con los asesinatos del comandante de la Marina Jorge Agostini, de
Mario Fortuny y del estudiante Rubén Batista, con los asesinatos masivos de los
combatientes del Moncada, del Goicuría, de no pocos de los expedicionarios del
Granma capturados, de la expedición del Corinthya, de los combatientes de los
alzamientos de Santiago y Cienfuegos, así como del grueso de los asaltantes al
Palacio Presidencial, pertenecientes al Directorio Revolucionario. Podrá ser un
ejercicio imposible contabilizar muertos, torturados y desaparecidos, pero
calles, carreteras, cunetas, guardarrayas, enterramientos masivos, recibieron
cientos y no sé hasta qué punto miles de cubanos asesinados. Los reportajes de
aquellos primeros días (Bohemia, con su mayor cobertura), no dejan lugar a
dudas.
Cuatro “retratos” de la “sociedad civil” o “clases vivas”
merecen una breve reflexión. Primero, lo que nuestra historia conoce como
“Segundo Asalto al Palacio Presidencial”, o sea, al día siguiente del 13 de
marzo, fecha de la acción heroica. El tirano convocó públicamente a todas las
“clases vivas” a rendirle un acto de desagravio y apoyo. Al Palacio
Presidencial acudieron, sin el más mínimo recato o escrúpulos, lo más
“distinguido” y adinerado de aquellas “clases vivas”: desde grandes empresarios
y banqueros, pasando por la más alta jerarquía católica, y hasta “juana y su
hermana”.
Segundo, a la convocatoria de huelga que hizo el Movimiento
26 de Julio, el 9 de abril de 1958, ni un solo sector ni empresa de esas “clases
vivas” secundaron el llamado al cierre o paro de sus negocios y empresas.
Tercero, hacia los últimos meses de la tiranía, una
respetable cantidad de integrantes de esas mismas “clases vivas” pasaban a
apoyar al movimiento revolucionario con algunas contribuciones monetarias y
algún nivel de activismo pro-revolucionario, reflejado en el seno de lo que se
conoció por entonces como Resistencia Cívica, a la espera de que ocurrido el
cambio pudieran entonces “limpiarse” de su pasado y reclamar en base a su apoyo
de última hora.
Y cuarto, el llamado Pacto de Caracas a fines de 1958, donde
varios partidos de la oposición pasiva e inoperante de Cuba, pasaban a
extenderle su reconocimiento y apoyo a la dirigencia revolucionaria de Fidel
Castro y el Ejército Rebelde que, de paso, es bueno recordar, gozaba además del
apoyo de las fuerzas que habían derrocado la tiranía del general venezolano
Marcos Pérez Jiménez. Con dicho “pacto” se consagraba el reconocimiento
explícito de que, alcanzada la victoria, ésta no sería un simple recambio ni
regreso a 1952, sino que desataba una dinámica revolucionaria con
transformaciones bien radicales como las definidas en el Programa del Moncada,
el cual muy pocos de ellos habían estudiado seriamente.
2. ¿Cómo percibieron
y qué esperaban los cubanos, de todos los sectores sociales, el amanecer del
primero de enero de 1959?
Qué esperaban los cubanos de todos los sectores, deviene en
un ejercicio nada fácil. En lo más inmediato, esperaban un gobierno
completamente nuevo, que hiciera justicia con los crímenes y saqueos de Batista
y su pandilla; y, además, un despliegue de aspiraciones, sueños y demandas
(siempre contenidas o reprimidas) que de inmediato saturaron los espacios
sociales y políticos. Al menos esto era lo que los sectores populares
comenzaron a hacer evidente. Para la abrumadora mayoría de los cubanos estaba
perfectamente claro que un gobierno completamente nuevo no era, no podía serlo,
el encabezado por el binomio Urrutia Lleó-Miró Cardona. El gobierno que se
avizoraba, que se aspiraba y que se apoyaba mayoritariamente, era uno que
encabezaran Fidel Castro y el Ejército Rebelde. Las “crisis de gobierno” de
febrero y julio de 1959 lo demostraron a las claras. Miró Cardona y Urrutia
Lleó probaron, con creces, su incapacidad para entender y responder a lo que
las grandes mayorías de la sociedad aspiraban en el nuevo contexto
revolucionario.
Para las “clases vivas”, el cuadro era distinto. Para los
asociados con Batista que habían saqueado el país y sus reservas (búsquense los
testimonios de Felipe Pazos y de Rufo López Fresquet al respecto en los días
iniciales de la Revolución), la justicia revolucionaria y la intervención de
bienes malversados los puso en fuga temprana.
Desde Estados Unidos se aseguraron de inmediato tres cosas
claves: a) creciente respaldo político a sus reclamos contra el poder
revolucionario en Cuba, incluyendo la protección de todos los criminales que
buscaron asilo en dicho país y que las autoridades cubanas procuraban su
extradición a partir de un acuerdo a tales efectos existente desde 1906; b) el
inicio, en enero mismo, de acciones encaminadas a paralizar el funcionamiento
financiero y bancario normal de la economía cubana, completamente dependiente
de Estados Unidos, junto a las primeras confiscaciones de bienes del Estado
cubano en Norteamérica para “compensar” a los sectores batistianos que así lo
reclamaban debido a sus propiedades recuperadas por el Gobierno Revolucionario;
c) para los demás representantes de dichas “clases vivas”, luego de tratar de cortejar
inútilmente los favores del Gobierno Revolucionario, se encontraron que ante
semejantes acciones de parte de Estados Unidos no sólo su habitual modus
operandi se encontraba en un callejón sin salida, sino que —más importante
todavía— derivaban una conclusión crucial: el vecino del norte estaba decidido
a enfrentar a la Revolución cubana y a procurar su derrocamiento por todos los
medios posibles a corto plazo. Razón por la cual lo más saludable era partir
hacia Estados Unidos y esperar el regreso victorioso del Imperio, detrás del
cual ellos regresarían a restablecer sus propiedades y privilegios. Como
resultado de este proceso, se producía un fenómeno masivo de abandono de
empresas, fábricas, latifundios, residencias, bancos y otros servicios, dejando,
de la noche a la mañana, a miles de trabajadores sin empleo y sueldo. ¿Qué
esperaban “las clases vivas”? Esencialmente, el fin del proyecto revolucionario
mediante la inevitable, y seguramente victoriosa, intervención de Estados
Unidos. Esta visión se reforzaba por completo luego de la promulgación de la
Ley de Reforma Agraria, en mayo de 1959. El fantasma de la intervención
norteamericana en Guatemala (1954) anidaba sólidamente en sus limitados
intelectos y horizontes, sin comprender, ni por aproximación, lo que estaba
ocurriendo en Cuba. La predominante, y muy arraigada, cultura “plattista” en
dichas “clases vivas” determinaba, en lo fundamental, sus patrones de conducta
y opciones.
3. ¿Cómo se desató el
conflicto Revolución/contrarrevolución?
El conflicto se desata a partir de las premisas descritas en
parte en mi segunda respuesta, pero sí considero importante enfatizar que el
primer actor de la contrarrevolución en Cuba no fue Rafael Díaz-Balart y su
organización “La Rosa Blanca”, sino Estados Unidos y su accionar, que comienza
incluso antes de 1959. Cualquiera que examine las fuentes documentales e
investigaciones históricas más serias, tendrá que aceptar que el primer acto
hostil para dar al traste con la victoria revolucionaria está representado por el
conjunto de acciones político-diplomáticas de diciembre de 1958 (para intentar
escamotear semejante desenlace, facilitan la salida de Batista y tratan de
salvar el orden establecido tras una fachada de legalidad, amparada en el
respaldo de los restos del ejército de Batista, bajo la jefatura del general
Eulogio Cantillo). Este es el primer acto contrarrevolucionario y su
organizador, animador y guía fueron Estados Unidos y sus tres Administraciones
hasta 1965: Eisenhower, Kennedy y Johnson. La contrarrevolución, dentro y fuera
de Cuba, se alimenta y reproduce a lo largo y ancho del país a partir de lo que
diga y disponga Washington y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
En el desarrollo de la contrarrevolución armada (desde la
segunda mitad de 1960 hasta sus estertores a finales de 1965) contribuyeron, en
medida significativa, cambios negativos en la política agraria de la Revolución
y desatinos mayúsculos cometidos por dirigentes provinciales, en particular en
las provincias de Las Villas, y en el Escambray en particular, así como en
Matanzas. El giro de la política agraria hacia la estatización (granjas del
pueblo), la aplicación del mecanismo de comercialización forzosa conocido como
Acopio, las acciones en contra de las cooperativas que “se estaban
enriqueciendo”, la aplicación de la segunda Reforma Agraria en 1963, se
acompañaron de extremismos y abusos en esas y otras provincias (como Pinar del
Río), donde mayor y más virulenta fue la contrarrevolución armada. Figuras como
Félix Torres, el Abuelo (Calderío) y Jesús Suárez (Restano) y otros, crearon
tanto descontento y problemas que muchos jóvenes instructores políticos de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el verano de 1962, tenían el criterio
unánime de que todos esos personajes habían servido, con sus acciones, mucho
más a la CIA y a la contrarrevolución, que a la propia Revolución.
4. ¿Cómo
caracterizaría usted el imaginario político de cada una de las partes
implicadas en el conflicto?
En la experiencia del caso cubano, el imaginario político de
los revolucionarios transita por un ideario de nacionalismo-revolucionario,
marcadamente anti-imperialista y martiano, con mayores acentos radicales en
diversos sectores y con variadas influencias del pensamiento marxista. También
existían otros sectores que para nada compartían tales niveles de radicalismo
político y, mucho menos, ideas marxistas; todo ello acompañado por una
particular hostilidad en contra del Partido Socialista Popular (PSP), tanto por
su trayectoria en contra de la lucha armada para derrocar a Batista, su legado
estalinista en todo su quehacer, así como por su propósito de copar todos los
mecanismos de poder más allá de la modesta cuota a la que legítimamente podían
aspirar (lo que con frecuencia se identifica como “el sectarismo de Aníbal
Escalante”).
Por otro lado, ignorar o tratar de negar que dentro de las
filas del “Movimiento 26 de Julio” y del Directorio Revolucionario existían
amplios sectores influidos por ideas marxistas, es desconocer la realidad
histórica de entonces; además, la implantación revolucionaria en las zonas
rurales nutrió y maduró una fuerte corriente en favor de un agrarismo que
hiciera justicia al campesinado cubano, factores que habrían de reflejarse en
el proyecto de Reforma Agraria de mayo de 1959. Las nociones de justicia social
y de anti-imperialismo, hicieron madurar en no pocos anti-comunistas, o
simplemente prejuiciados contra las ideas socialistas, un rechazo a estos
prejuicios y abrazaron un ideario genuinamente radical, más allá de los apellidos
o etiquetas con que se pretendía descalificar la acelerada radicalización del
proceso revolucionario. Otros continuaron con sus prejuicios y hostilidad,
derivando hacia la opción contrarrevolucionaria.
Pero semejante radicalización debe ser entendida como la
resultante no de un acto de magia o capricho de la noche a la mañana. Repasemos
algunos episodios que son bien ilustrativos de cómo se evolucionó hacia tal
radicalización:
a) En el transcurso de las reuniones de Fidel y del Che con
varios dirigentes y expertos del PSP, a comienzos de 1959, en Tarará,
prevalecía una atmósfera favorable a un rumbo cauteloso, de no “quemar” etapas
ni precipitar confrontaciones, incluido en esto el proyecto de Reforma Agraria.
Al menos, era esta la atmósfera hasta el viaje de Fidel a Estados Unidos. A su
regreso, Fidel optó por un rumbo más radical y acelerado (véase el testimonio
al respecto de Oscar Pino Santos, publicado en medios cubanos décadas después).
b) En los primeros seis meses de 1959, la dirigencia
revolucionaria envió a Estados Unidos tres delegaciones con un marcado carácter
amistoso. Una primera encabezada por el Comandante Camilo Cienfuegos, la que
fue oficialmente desestimada, ignorada, por las autoridades norteamericanas. La
segunda, encabezada por el propio Fidel Castro y acompañado de una nutrida
delegación, en la que incluía un buen número de empresarios cubanos de
renombre. Una popularidad muy marcada durante toda su visita, contrastaba con
el rechazo de Eisenhower a dialogar con él, el diagnóstico de Nixon a favor de
su derrocamiento y ni una sola oferta de asistencia o colaboración de algún
tipo. Y ésta era la razón que, en parte, explicaba el giro radical dado por
Fidel al regresar a las discusiones en Tarará.
c) Un tercer intento se realizó enviando en julio una
nutrida delegación a Miami presidida por José Llanusa, alcalde de La Habana en
esos momentos. Lo acompañaba el carnaval de La Habana con la reina y toda la
fanfarria imaginable. Hermanar las dos ciudades, en un clima de colaboración,
terminó en asaltos violentos de parte de los batistianos en Miami contra el
desfile del carnaval y de manera brutal y despiadada contra el cónsul cubano en
Miami, Bebo Hidalgo. La policía de Miami y el alcalde Robert King High nada
hicieron para prevenir o castigar estos ataques.
d) ¿A dónde se enviaron a formarse nuestros primeros
pilotos? Los primeros pilotos revolucionarios que Cuba necesitaba entrenar no
los mandó a Moscú, a Praga o a Belgrado; se enviaron a México. ¿Cómo entrenar
una policía militar? La Policía Militar que se intentaba organizar se haría con
la asistencia de Brasil. Las pocas armas que se requerían para reabastecer a
las nuevas fuerzas armadas tampoco se fueron a buscar a Moscú o a Praga. Las
negociaciones se dirigían a Gran Bretaña, a Bélgica, a Italia, a España, a
Yugoslavia (que no clasificaba como comunista y estaba estrechamente conectada
con Estados Unidos) e incluso a Israel. Los documentos desclasificados muestran
todas las presiones ejercidas por Estados Unidos sobre dichos países para que
no vendieran armamento alguno a Cuba, con el propósito de que los dirigentes
cubanos entonces tuvieran que optar por suministros militares de los llamados
países “del bloque del Este y de la Unión Soviética” y así tener la excusa
perfecta de “la amenaza hemisférica” y proceder a derrocar al gobierno
revolucionario con una clara justificación.
e) Para fines de 1959 comenzaban los vuelos hostiles contra
Cuba desde la Florida, el último cargamento de armamento belga era objeto del
conocido acto de terrorismo conocido como La Coubre, nombre del barco. El
explosivo C-4 -desconocido en Cuba hasta entonces- comenzó a proliferar en
atentados terroristas hasta fines de 1960 suministrados por la Embajada de
Estados Unidos. En este momento las bandas de alzados se hallaban sólidamente
establecidas, principalmente en El Escambray, con abundante apoyo aéreo
proveniente de Estados Unidos. De este contexto, a la invasión de Playa Girón
(Bahía de Cochinos), mediaban unos pocos meses. Y todos conocemos su historia y
consecuencias, aunque todavía Estados Unidos siga conservando en secreto
documentos claves nunca publicados. Los factores decisivos de las victorias
revolucionarias fueron, en lo esencial, dos: la mayoría del pueblo armado y
movilizado y la obra de la Revolución, al margen de errores y extremismos.
f) El imaginario de la contrarrevolución es, posiblemente,
uno de los mejores ejemplos de indigencia intelectual, política e imaginativa.
Fue incapaz totalmente de ganar “la mente y los corazones” de los cubanos que mayoritariamente
apoyaban a la Revolución. Si tuviera que resumirlo de alguna manera me
atrevería a simplificarlo en la siguiente fórmula: regreso al pasado
—preferentemente con Batista— y dependiendo por entero de los dictados,
financiamiento y respaldo de Estados Unidos. Derrotado el terrorismo urbano,
derrotadas las bandas armadas contrarrevolucionarias, derrotada la invasión de
Playa Girón, el Plan Mangosta y las amenazas de la Crisis de Octubre, la
contrarrevolución, para 1965, ya había pasado a ser una suerte de “historia
antigua”.
g) Después de Girón, en el verano de 1961, Cuba procuró
abrir un canal de negociación con Estados Unidos en Montevideo y negociar un
arreglo, lo que la Administración Kennedy rechazó de plano; Cuba se mostró
flexible y dispuesta a canjear, para fines de 1962, a los prisioneros de la
fuerza mercenaria que nos invadió en 1961. Kennedy, hacia noviembre de 1963, se
mostró dispuesto entonces a explorar las posibilidades de diálogo, gesto
frustrado como resultado de su asesinato. Cuando la dirigencia cubana se mostró
dispuesta e inició gestos exploratorios con la Administración Johnson, éste las
interrumpió y ordenó el cese de todo diálogo para 1964.
h) Para abril de 1965, Johnson invadía la República
Dominicana para aplastar el movimiento constitucionalista. Las fuerzas armadas
norteamericanas se desplegaban, sin razón alguna, en un país hermano en la
vecindad de nuestras fronteras; el enemigo se hallaba justo ante nuestras
puertas. Una vez más reafirmaba su papel de enemigo principal.
5. ¿Qué puntos de
contacto hubieran podido existir entre los imaginarios políticos de las partes
en conflicto? ¿Qué elementos fueron irreconciliables?
¿Puntos de contactos o posibles elementos de negociación en
aquel contexto entre las partes en conflicto? Ninguno. Por todo lo que se ha
explicado, la única respuesta posible, repito, en aquel contexto (y con Estados
Unidos como el enemigo principal), es que no existía base alguna para una
aproximación semejante.
6. ¿Cómo considera el
desempeño de la Iglesia católica dentro de este conflicto?
El desempeño de la Iglesia católica entre 1959 y 1965 fue un
desastre mayúsculo, derivado de su asociación histórica a los poderes
dominantes en la sociedad cubana, ya fuera bajo la dominación colonial española
o la neo-colonia de factura norteamericana. La Iglesia católica cubana se
acompañaba de otros factores no menos agravantes: era una iglesia eminentemente
compuesta por un clero blanco y sin un solo obispo negro, que repudiaba y
condenaba la presencia de las religiones de origen africano. Las premisas para
su marcada enajenación real de la sociedad cubana eran éstas y no ninguna
prédica ateísta o posiciones anticlericales. Su más importante desafío en el
contexto del llamado Congreso Católico Nacional en 1959 los llevó a otro error
craso: a la interpretación de que aquella masa de cubanos allí congregada daría
su respaldo abrumador y su sangre para respaldar la opción
contrarrevolucionaria por la que la Iglesia se mostraba partidaria. Unos pocos
lo hicieron; la mayoría optó por la Revolución, sin que aquello significara
renunciar a sus creencias. ¿Cuántos sacerdotes católicos abogaron por una
posición constructiva, de entendimiento y de marchar juntos? Sobran los dedos
de una mano para contarlos, siendo su figura excepcional el padre Ignacio
Biaín.
Las iglesias y la prédica católica, animada por un clero
mayoritariamente no cubano, sino español, que buscaba reeditar en Cuba los
episodios de la Guerra Civil Española o una versión corregida y ampliada de los
“cristeros” en México, desembocaron en un fracaso total, conducente a un
aislamiento sin precedentes y por largas décadas. Por otro lado, a partir del
Pontificado de Juan XXIII, las relaciones entre el Vaticano y Cuba
experimentaban una sensible mejoría. La Iglesia católica llegaba a su punto más
bajo en 1965, al darle amparo y protección al asesino de un piloto de Cubana de
Aviación, cuyo avión intentó secuestrar.
7. ¿Por qué piensa
usted que no se impuso el diálogo?
En el complejo de circunstancias que he tratado de explicar,
en apretada síntesis, la hipótesis del diálogo estaba más allá de cualquier
posibilidad real en aquellos primeros años. La contrarrevolución armada había
sido derrotada en lo fundamental, quedando sólo los exiliados más beligerantes
y delirantes con sus esporádicas y fracasadas incursiones, mientras que Estados
Unidos hacía fracasar las tres iniciativas de negociación (1961, 1963 y 1964).
8. ¿Cuáles fueron las
causas que motivaron a una de las partes (la que había conquistado el poder) a
establecer un modelo de corte marxista-leninista?
Las causas para la adopción de un modelo tal deben ser
encontradas en la convicción de muchos dirigentes y cuadros revolucionarios de
que semejante modelo era la alternativa más viable para dar respuesta a los grandes
desafíos económicos, sociales y políticos de nuestra sociedad y de nuestra muy
peculiar situación geopolítica. Con no menos convicción se razonaba que los
desafíos de un bloqueo, las amenazas y agresiones, requerían de un sistema de
alianzas internacionales capaz de asegurar apoyos indispensables que Cuba no
podía resolver de otra manera.
En la adopción del modelo socialista y todos sus altibajos y
fluctuaciones, influiría en medida decisiva, el recurrente factor de la amenaza
y la injerencia externa, orquestada y sostenida por la visceral hostilidad de
Estados Unidos, hasta nuestros días.
Esas alianzas internacionales se buscaron y se cultivaron
durante décadas y hasta el día de hoy, en dos espacios geopolíticos bien
diferentes. Por una parte, en los países que por entonces defendían el
“neutralismo positivo” en representación del mundo post-colonial al que nos
unimos desde entonces y que desde fines de 1961 conoceríamos como “No
Alineados”. Dos de los principales dirigentes cubanos, el Che Guevara y Raúl
Castro, visitaron El Cairo entre 1959 y 1960, completando el primero una gira
más extensa por países afro-asiáticos. Hacia fines de 1959, se comenzaba a
articular la alianza con el segundo espacio geopolítico, con los llamados
países socialistas del Este de Europa y con la Unión Soviética. Los asideros
económicos y defensivos de esta segunda alianza devenían más cruciales a la
sobrevivencia y desarrollo posterior de Cuba, factor que incidió en la
modelación socialista, con toda su carga de aspectos positivos y negativos.
9. ¿Cómo se insertó
este conflicto doméstico en el contexto de la Guerra Fría? ¿Qué papel jugaron
Estados Unidos y la Unión Soviética?
En aquellos años y circunstancias, y producto del sistema de
alianzas internacionales en el que Cuba hizo descansar una parte crucial de su
sobrevivencia y desarrollo, la derivación hacia el contexto mundial de la
Guerra Fría era, en la práctica, inevitable. Ambas alianzas entrañaban
diferentes niveles de conflicto y confrontación con Estados Unidos. Las acciones
de esta superpotencia contra Cuba a escala bilateral y hemisférica, el fracaso
de las gestiones negociadoras ya mencionadas, reforzaban esos niveles de
conflicto y confrontación. Las derivaciones de la Crisis de Octubre y la
estrategia de “crear dos, tres, muchos Vietnam” —aplicada consistentemente
luego de las tensiones y peligros posteriores a la victoria en Girón—
reforzaban la inserción de Cuba en semejante contexto conocido como Guerra
Fría, tanto como aliado de la Unión Soviética, como por ser un factor
independiente, desafiante y conflictivo a muchas de las acciones de la política
exterior soviética.
Entre 1962 y 1965, habría ejemplos de sobra para sustanciar
el argumento clave de que Cuba no era, ni sería jamás, un “satélite de Moscú”;
ni que, mucho menos, su sobrevivencia fuera a depender del beneplácito
soviético. La expulsión, a cajas destempladas, del embajador soviético en La
Habana por su complicidad por el golpismo orquestado por Aníbal Escalante y sus
partidarios, el choque frontal con las acciones soviéticas durante La Crisis de
Octubre y sus negociaciones con Estados Unidos, el apoyo cubano a la acción
armada en América Latina y sus choques con los partidos comunistas del
continente, la salida golpista de Jruschov del poder en Moscú, el proyecto de
la Conferencia Tricontinental, marcaban una dinámica de “choques recurrentes”
de Cuba con la URSS, que muy poco tenían que ver con un supuesto “satélite de
Moscú”.
10. A la luz de los
años, ¿cuáles fueron los mayores errores que cometieron ambas partes y
posibilitaron el estallido y mantenimiento de un conflicto agudo?
La pregunta sugiere una aproximación salomónica. Para mí
—como partícipe de todos aquellos acontecimientos, antes y después de 1959— no
procede una aproximación tal. De principio a fin, los errores van a la cuenta
de una visión imperial y una práctica injerencista y agresiva al extremo,
incluyendo los planes de atentado contra Fidel y otros dirigentes de la
Revolución, y no empiezan con su bendición y apoyo a Batista en 1952. Desde el
siglo XIX ha sido así, y perdón si parezco demasiado “muelero”. El desenlace
revolucionario era inadmisible y su aplastamiento un patrón recurrente de parte
de la política de Estados Unidos, con excepción del paréntesis representado por
la Administración Carter y los dos últimos años de la segunda Administración
Obama, con todas sus limitaciones en el proceso de normalización apenas
iniciado.
Se reprocha a Cuba que hiciera fracasar la negociación
iniciada por iniciativa de Kissinger en 1974 al intervenir en el conflicto de
Angola. ¡Falacia mayúscula! No entro en pormenores. Hacía muy poco tiempo que
Estados Unidos venía de cometer el gran crimen de la asonada golpista en Chile
y ahora orquestaba una enorme operación encubierta para impedir el triunfo del
MPLA en Angola, con toda clase de asesores, armamentos, millones de
financiamiento y mentiras, según quedó demostrado en el famoso libro del jefe
de la estación en Zaire, a cargo de dicha operación, John Stockwell. ¿Ayudar al
MPLA para arruinar la exploración diplomática? Nada de eso; semejante ayuda fue
un ejercicio de soberanía en defensa de amigos y hermanos desde hacía 15 años y
en respuesta legítima a una agresión más de Estados Unidos. La OUA y el
Movimiento de los No Alineados apoyaron y reconocieron como legítima la acción
de Cuba. Otra prueba evidente fue la receptividad de Cuba y de la
Administración Carter para dar los primeros pasos hacia una normalización sin
aceptar ningún chantaje que implicara renunciar al apoyo a Angola.
Y acto seguido, ¿de quién partió la iniciativa para
normalizar las relaciones e intercambios con la comunidad cubana exiliada en
Miami si no fue de Cuba? Bernardo Benes, lo atestigua irrefutablemente, así
como el señor Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional con Carter arruinaría
posteriormente cualquier avance ulterior. Y si nuestros lectores quieren mayor
documentación para determinar de parte de quién estuvieron los errores, será
muy útil la lectura de Back Channel to Cuba, de los autores Kornbluh y
LeoGrande.
¿Y acaso no fueron “errores” mayúsculos los episodios de
Granada, todas las maniobras mediante el “linkage” para aislar a Cuba de
cualquier negociación en torno a Angola? ¿Y acaso no fueron las acciones
defensivas de Cuba y Angola las que forzaron el desenlace político-diplomático
que cambiaría en su totalidad la geopolítica en el sur de África y el fin del
Apartheid? Repito: los mayores errores van a la cuenta de las políticas de
injerencia y agresión de parte de Estados Unidos.