En La Habana caminar por la calle es un placer que se extiende cada vez más. La justificación es que las aceras están en muy mal estado... como si las calles estuvieran mejor!
Aunque en 1899 el gobierno interventor americano prohibió la corrida de toros en Cuba -por suerte, algo que se agradece!- cubanos y cubanas han demostrado llevar en la sangre un fuerte componente ibérico para demostrar su estirpe, mejor que el famoso Masantín. Jóvenes, adultos y ancianos, muchas veces hasta con niños en brazos o en carritos, desafían los más diversos peligros de la vía pública para practicar esa vieja tradición del tiempo colonial: torear! Y Oleee! Ahora con mayor peligro para sus vidas: ante carros y motos.
No importa que sea en la céntrica calle 23, en la caótica 10 de Octubre o la peligrosísima Vía Blanca, la gente se lanza al ruedo, lo mismo para parar carros -ahora con más desesperanza con las nuevas regulaciones, con brazos alzados en medio de la calle-, que para cruzar semaforos, jugar a lo que sea o simplemente pasear, porque los toros les tienen que respetar. Es una frenética competencia entre humanos y animales de la cual, gracias al poder divino y a la habilidad Ibérica que han desarrollado los habitantes de esta ciudad, la gran mayoría de las veces salen ilesos.
Solo la gran mayoría de las veces. Porque si no hay más accidentes fatales en La Habana es porque los choferes hacen maravillas para sortear baches, almendrones, ausencia de señales visibles, escombros, guaguas largas y desenfrenadas... y toreros!
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