El análisis se centra en el mayor aporte del realizador cubano a nuestra cinematografía: el Noticiero ICAIC Latinoamericano. Sin embargo, al profundizar en su quehacer artístico, la narrativa transcurre por diversos matices: desde el original manejo de la música, para darle una especial intención a la historia del documental; la estética humanista de su obra, más allá del Noticiero, como memoria fílmica del mundo que le tocó vivir; hasta el nuevo enfoque del periodismo cinematográfico que representó su trabajo y la valoración por colaboradores y críticos.
El libro cuenta con el privilegio de un prólogo que es una joya de la literatura en función del séptimo arte. Con el título La obra documental del gran Santiago Álvarez, el Premio Nacional de Literatura Reynaldo González —quien fue director de la Cinemateca de Cuba por 11 años— hace un acucioso análisis de la trayectoria artística de su amigo, que muestra "el mayor caleidoscopio de imágenes y asuntos acumulados por un cineasta latinoamericano", fiel a una idea de servicio social y a una definición ideológica.
Reconoce en su "franqueza política" uno de los signos distintivos de su obra, pues de una forma poética, firme y persuasiva demostró su vocación socialista y la confrontación con el imperialismo en cualquiera de sus manifestaciones. Su recorrido por más de 90 países, cámara en mano como corresponsal de guerra, nos acercó a las luchas progresistas de países y continentes y a la esencia criminal del racismo, un mundo ignorado o mal atendido por el cine de entonces. "Con el Noticiero nos hicimos más cubanos, más latinoamericanos", dice el escritor, recalcando una transcendencia política de la que poco se habla.
De esa forma también nos recuerda —a aquellos que tuvimos la oportunidad— el estímulo de muchos para ir al cine cada semana, más que nada, con el objetivo de disfrutar y actualizarnos con el Noticiero, cuando no había tanta diversidad de soportes informativos y los que existían no eran suficientes. Pero la complejidad de los temas que abordó, junto a su maestría, lo obligaron a imponer formas propias y novedosas de transmitir imágenes y sonidos que rompían con lo que se conocía tradicionalmente como un "noticiario".
Es justo reconocer que el Noticiero ICAIC Latinoamericano fue, a la vez, una escuela formadora de talentos para quienes lo acompañaron. No cabe dudas de que su excelente factura le ganó fama y lo colocó entre los grandes del género documental hasta llegar a ser uno de los "maestros fundamentales del género".
La primera parte del libro, escrito por Lianet Cruz Pareta, establece los marcos de estudio con su trabajo Arte y compromiso en la gran pantalla: el Noticiero ICAIC Latinoamericano. Inicia su análisis reflejando el contexto histórico de su surgimiento, el 6 de junio de 1960 de la mano de Alfredo Guevara, como parte del impulso cultural de la naciente Revolución Cubana y del ICAIC. Sus objetivos: romper con el pasado comercial y sensacionalista de este tipo de productos y crear una contraparte efectiva a los grandes medios de comunicación, dominados por Estados Unidos y enfrascados en desvirtuar la realidad cubana.
A partir de entonces, por más de 30 años consecutivos y a través de 1492 emisiones "Cuba aparecía tal cual en la pantalla, sin publicidad, sin refinamientos burgueses, sin estereotipos y sin prejuicios sociales". La autora destaca que su carácter propagandístico no se contrapuso a su calidad artística y la propuesta constituyó una metamorfosis estilística en la intencionalidad del uso de la imagen, la dinámica del montaje, la banda sonora, la fotografía y los demás recursos técnicos, que hicieron de cada entrega un atractivo acontecimiento noticioso y artístico.
El estudio permite recorrer en detalles los más de seis lustros de quehacer del Noticiero, de sus condiciones técnico-organizativas, su autonomía, del talento de las nuevas figuras que se incorporaban al proceso de filmación, montaje, edición y sonido y, sobre todo, de la creatividad autodidacta de Santiago, innovador y refundador del género que se guiaba por la máxima de que "la necesidad es la madre de todas las invenciones". En extremo minucioso, logró imprimir un sello personal en la forma de "recrear" la noticia, con una importancia en su valor testimonial tan significativa que le valió la condición de Memoria del Mundo, entregado por la UNESCO en 2009.
Andy Muñoz Alfonso, en la segunda parte del libro, se adentra más en aspectos estéticos específicos —sobre todo la banda sonora y el montaje— con su trabajo La melodía del cambio, en la que resalta que la cosmovisión musical de Santiago le permitió "captar la esencia rítmica de los fenómenos" y romper los cánones establecidos en el cine y el periodismo.
A partir del análisis del desarrollo del cine documental en la región y el surgimiento de lo que sería el Nuevo Cine Latinoamericano, el autor profundiza en el papel del ICAIC en la "permanente y profunda subversión cultural" que planteaba la Revolución y en la búsqueda de nuevas formas de expresión estética, con urgencia en la experimentación.
Tras un rápido y sustancioso recorrido por el papel y desarrollo del sonido en el cine, se detiene en ilustrar cómo Santiago se desmarcó de la norma —que utilizaba la música para ayudar a la imagen en determinado momento— y logró una relación armoniosa y vertical de sonido e imagen, viendo "la banda sonora como un elemento que podía aportar a la narración, sobre todo a la hora de incidir emocionalmente".
Sobre esta base, Santiago se movió entre una concepción operística y su propio estilo (que el autor llama alvareziano), basado en la capacidad del montaje visual y sonoro, en el que la música cumple el objetivo de reforzar el contenido dramático de la acción. Como él mismo dijera: "Disponemos de la imagen, banda sonora (con música y efectos) y hasta de los silencios para expresarnos. Con todo eso se puede tejer una narración".
Esta es la razón principal de la tesis que se plantea: en su resultado artístico, la banda sonora desempeñaba el rol de generadora de sentido en el relato cinematográfico. Para demostrarlo, explora detalladamente en varios de sus trabajos, más allá del Noticiero, los documentales Now!, Ciclón, Hanoi martes 13,El Benny y L.B.J.
La tercera parte del libro, el texto Adiós a las armas, de Yobán Pelayo Legrá, lo conforman seis entrevistas con personalidades vinculados de alguna forma al tema, enfocados principalmente en las repercusiones "estéticas, temáticas y productivas" del fin de esta experiencia en el contexto del documental cubano.
Para Ismael Perdomo, que se incorporó a mediado de los 90 al ICAIC, el Noticiero fue "la base de todo" cuando se habla del nuevo enfoque del género en Cuba y la formación de cineastas curiosos de documentar la realidad. Sin embargo, la crisis del Período Especial y el fin del Noticiero condujo a la dispersión de sus cultivadores y la falta de recursos para continuar su desarrollo.
Por su parte, el director de la Cinemateca de Cuba, Luciano Castillo, valora que el principal aporte de esa experiencia fue "la agudeza que les brindó a muchos realizadores para acercarse a la realidad desde el ángulo más directo y efectivo", además de la tendencia crítica y la valentía de Santiago para enfrentarlas. Pero la crisis de los 90 no solo significó las limitaciones económicas, sino la disminución en la creatividad y la pobreza estética en la producción de documentales, salvo excepciones. También coincidieron con estas opiniones los cineastas Daniel Diez y Fernando Pérez, quien recuerda la peculiar mirada comprometida y militante de Santiago, "pero un militante muy abierto a todo".
El periodista y crítico Joel del Río destaca el convincente periodismo audiovisual que constituyó la obra de Santiago, que se convirtió en el reservorio de "inquietudes, críticas y cuestionamientos que se tenían respecto a la práctica del socialismo en ese momento". La realizadora Rebeca Chávez —para quien "no había escuela como esa"— insiste en el montaje como el principal aporte del Noticiero, que "desencartonó" el lenguaje clásico con que se realizaban a nivel internacional y tuvo una influencia imprescindible en la producción cubana de documentales.
El libro culmina con una muestra fotográfica, breve pero ilustrativa, de la intensidad del trabajo y compromiso político de Santiago: en su visita a Vietnam con Ho Chi Minh, al Chile de Salvador Allende, con Haydée Santamaría y muchas otras personalidades de la cultura cubana y mundial, con Lázara Herrera, su esposa, y con Fidel Castro.
Los jóvenes han investigado y han escrito sobre una figura cimera del cine, referencia esencial para hablar del documental cubano. Mucho se aprende entre sus páginas y es bienvenido este acercamiento desde las diferentes aristas que se aborda; pero mucho queda también por analizar para que no se pierda el trascendental legado de Santiago Álvarez y de tantos otros realizadores, que es profundizar en la historia de la cultura cubana.
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