Mi amigo Pedro Antonio tenía los días contados. Él lo sabía - tras aquella cirugía a corazón abierto de la que pensó que no saldría- y se burlaba cada vez que podía. Por eso vivía con más ganas que nadie, intensamente como se lo permitían sus posibilidades. A veces se le olvidaba y hacía cosas que le volvían a recordárselo: "tus días están contados, Pedro!".
Yo no lo conocí en sus años de gloria, cuando era un personaje de la cultura en su natal Santiago y tenía poder, recursos, influencias. Tampoco cuando, ya en la capital, estaba consciente de que era mejor ser "cabeza de ratón" que "cola de león". Yo lo conocí ya cuando era un simple poeta destronado -otro más- y dedicaba las fuerzas que le quedaban, o las pocas influencias que había conservado, en hacerle el bien a los demás, en promover lo que podrían ser futuros talentos, en reconocer a los olvidados.
Hablábamos y oirle era como escuchar la voz de la experiencia, desde su amplia historia personal. También reirnos, con su implacable ironía y el nunca perdido acento santiaguero. Regalaba sus pinturas, que daban en la diana. Escribía y leerle era una sentencia bien pensada, un legado para el futuro.
Todos tenemos los días contados; aunque no queremos enterarnos, aunque no hayamos tenido eventos que nos lo recuerden. Mi amigo Pedro Antonio sí lo tuvo y se dedicó con todas sus fuerzas a ser un hombre bueno, a encontrar alternativas para hacerle a los demás la vida más potable. Tal vez sin quererlo se dedicó a ser un hombre inolvidable.
Foto: Regalo de reunión
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