Tomado de: http://segundacita.blogspot.com/2017/07/palabras-hoy.html?m=1
Por Aurelio Alonso
El jueves leí en Granma el artículo de Elier Ramírez Cañedo «Volver a
Palabras a los intelectuales» y celebro su recuerdo, en el diario de
mayor circulación nacional, de aquel debate memorable, en el cual,
como en muchos otros momentos, remontó Fidel el escenario planteado
por la coyuntura y dejó una reflexión indispensable para todos los
tiempos. Sin embargo, a pesar de haber contado el autor con una página
entera del diario, y dar elementos sobre la actualidad del
acontecimiento, sentí que quedaron cosas por decir. Pienso que de las
cosas que un historiador no puede pasar por alto.
En 2011 dediqué unas líneas al 50 aniversario de las Palabras…, a
solicitud del semanario chileno Punto Final. Las busqué ahora,
confieso que motivado también por el debate en Segunda cita, y
prefiero volver a algo que dije entonces, que intentar hacerlo con
otras palabras. Parto del hecho de que fue en aquella intervención de
Fidel que quedó plasmada, en una expresión sencilla, inequívoca, una
postura que devendría paradigmática. Cimentada en un principio –tal
vez sin precedente en la tradición socialista– que previniera, al
mismo tiempo, los riesgos de dos excesos extremos: de un lado, el de
aplastar las libertades y, del otro, el de tolerarlas en contra del
proyecto revolucionario en curso. No obstante, después del debate de
1961 y registrada en la memoria la fórmula de Fidel, hemos podido ver
(y sufrir), en la posterioridad, cómo la interpretación burocrática
sobre el alcance de las libertades era sometida a otros
condicionamientos. Sabemos que solo diez años después, los términos
«dentro» y «contra» fueron manipulados muchas veces en referencias
arbitrarias para reprimir. El artículo de Elier despacha aquella
deformación con siete palabras: «en los años 70 hubo distorsiones y
errores». Una reducción incomprensible.
Recuerdo que algunas de las obras cubanas y no cubanas más
significativas de aquellos años fueron proscritas y tuvo que correr
agua bajo los puentes para que llegaran a manos de los lectores más
jóvenes. La creación llegó a experimentar, en todas sus
manifestaciones, episodios sombríos que no necesitamos inventariar
aquí, vinculados con frecuencia a otras formas de discriminación. La
ingeniería de lo que Ambrosio Fornet bautizó como «quinquenio gris» no
se implementó contra las Palabras a los intelectuales sino,
paradójicamente, a partir de una interpretación distorsionada
incompatible con el sentido original de las mismas. En 1996, recordaba
Armando Hart que su actuación fundacional en el Ministerio de Cultura,
veinte años antes, se orientaba a «aplicar los principios enunciados
por Fidel en Palabras a los intelectuales y para desterrar
radicalmente las debilidades y los errores que habían surgido en la
instrumentación de esa política».
La experiencia del marxismo soviético está cargada de ejemplos de una
hermenéutica distrófica del pensamiento revolucionario, concebida para
justificar arbitrariedades políticas consumadas o a consumar. También
en Cuba, durante muchos años, la crítica de posiciones soviéticas era
objeto de una severa descalificación ideológica; poco importaba que
fuera justa o no. Hoy esa crítica parece intrascendente, pero los
censores vuelven a alzarse, una y otra vez, para obstaculizar el
disenso y el debate, ahora en torno a los problemas propios de nuestro
socialismo. Como si la clave de la unidad se cifrara en exclusiones.
Precisamente cuando más se necesita de la mirada crítica y cuando más
inteligencia hemos desarrollado para ello. Y lo más complicado es que
el futuro del pensamiento no está exento –no lo estará nunca, ni aquí
ni en ninguna latitud– de la recurrencia a estas deformaciones. Es la
vertiente más escabrosa de la real batalla de ideas.
Me excuso ante los lectores por esta parrafada tan larga. Fidel nos
enseñó entonces, de manera ejemplar, cómo se asocian, por su
naturaleza, la vanguardia política y la intelectual. Creo que Elier lo
reconoce en el párrafo final de su artículo de Granma. Yo pienso
también que desde entonces no han sido pocos los intelectuales cubanos
que lo aprendieron y han dado muestra de ello, en la escala de sus
entregas vitales. Con vuelos propios y hondo sentido crítico, algunos
fallecidos recientemente como Guillermo Rodríguez Rivera, Fernando
Martínez y Jorge Ibarra, y otros vivos y en plena madurez creativa,
como es el caso de Silvio, cuya lucidez celebro tanto como su talento.
Lamentablemente, a los que hemos vivido este tramo de la revolución
cubana nos ha faltado la audacia de someterla al bisturí crítico del
análisis histórico. Nuestros historiadores, que no son pocos, se
detienen en 1959 como si un muro les impidiera ir más allá. Es una
carencia perceptible y las generaciones futuras no nos van a perdonar
esas tibiezas. Tal vez ya las de hoy no nos las perdonen.
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