Por: Harold Cárdenas Lema e Israel Rojas Fiel
Este es un escrito militante, dirigido a todos los que de alguna forma generan ideología en Cuba. Los compañeros que han escrito sobre el centrismo en Cuba tienen preocupaciones que compartimos, tienen razones válidas, pero no tienen toda la razón. No es que sus preguntas no ameriten respuestas, sino que en lugar de un diálogo transparente se ha pretendido aplicar una solución vieja a un problema nuevo. Cuando los ataques preventivos los hacemos nosotros en lugar del enemigo, los daños colaterales somos nosotros mismos.
La forma en que se está conduciendo el debate provoca fracturas entre revolucionarios, divorcio entre intelectuales y activistas con apoyo gubernamental, polarización de la esfera pública. Es difícil concebir un plan contra la Revolución que genere más daño. Nuestro instinto sugiere que lo esencial sigue siendo invisible a los ojos y las verdaderas respuestas siguen ausentes. Un día sabremos a ciencia cierta quién era el enemigo y quién no, pero quienes participan hoy en el debate público no pueden ser peones de un juego mayor, o nuestros esfuerzos son vanos.
Estamos en la misma trinchera, queremos una sola vía y esa se llama socialismo. Escribir un libro sobre el centrismo y mencionar a uno de los autores de este escrito 43 veces, es cuanto menos un exceso, cuando Trump se menciona 26 veces y Obama 31. El mencionado debe ser el diablo porque se menciona en el libro más que un presidente estadounidense. Sugerir ambigüedad en quienes plantan bandera cuando es necesario y abogan abiertamente por el socialismo, es un error. Raúl llamó a la crítica y dar batalla donde fuera necesaria, resulta curioso cómo lo que hace años era una convocatoria hoy puede confundirse con centrismo.
Existe una hegemonía mundial respecto a la cual somos rebeldes los cubanos. A ella se contrapone la resistencia de nuestro país, pero acá dentro también existe hegemonía. Quien genera pensamiento en el Buró Nacional de la UJC, quien imparte conferencias en universidades, quienes tienen respaldo de medios masivos de comunicación, quienes trabajan en la ideología del país con tiempo y conectividad suficiente para articularse, generan hegemonía. No se puede ser anti-hegemónico respecto al capitalismo de dominación, pero a lo interno tener un comportamiento similar. Nuestra hegemonía debe ser siempre de liberación. Como no se puede ser crítico del capitalismo y cerrar los ojos a nuestros problemas internos.
Los que engrasan la maquinaria política del país, deben tener cuidado que sus parámetros no sean excluyentes sino inclusivos, porque cuando terminan los conferencias y se van a sus casas, esas ideas se convierten en sentencias sin juicio y excesos de entusiasmo. Y el adjetivo de "centrista" sigue siendo vergonzoso para un revolucionario, sigue marginando de organizaciones políticas a las que se quisiera pertenecer y sigue saboteando las posibilidades laborales de quien lo lleva como una letra escarlata, merecida o no.
Es menos difícil ser revolucionario con altos niveles de información secreta, viajando con pasaporte oficial, dando conferencias, hospedados en casas de visita y a kilómetros de cualquier osadía legal que les permita hacer su labor. Quien tiene una plataforma que lo soporte, sea revolucionaria o contrarrevolucionaria, siempre lo tendrá más fácil que quien lo hace a mano y sin permiso. Participar en la construcción del socialismo es tanto una pasión para estos compañeros como para nosotros, con la excepción de que para ellos además de pasión es trabajo, para nosotros es una responsabilidad a veces ingrata.
La forma en que se ha abordado la ambigüedad política en momentos claves, en lugar de generar solidaridad ha creado antipatía. Al menos deberían preguntarse por qué. Han confundido el discurso anti-hegemónico con otro que limita la creatividad y autenticidad de la participación política. Entonces comienza el enfrentamiento donde se dedican más adjetivos y se prefieren acuñar más términos despectivos que discutir las ideas de otros. En esta Cuba alfabetizada después de medio siglo de revolución, el impulso no le puede ganar al pensamiento. El entusiasmo no le puede ganar a la convicción.
Los que discreparon en el debate con Silvio sobre este tema, son compañeros de ideas, pero en la práctica no estamos siendo compañeros de lucha. Entre compañeros siempre prima el beneficio de la duda y no el de la sospecha, incluso en los errores propios de la lucha política y la vida. ¿Se puede ser un bloguero revolucionario en escenarios de derecha y defender la revolución? Sí. ¿Se puede dar un concierto en el Teatro Manuel Artime de Miami y defender la Revolución? Sí, el primer concierto de Buena Fe en Estados Unidos fue precisamente en ese teatro.
Menos mal que existe Segunda Cita y nos queda Silvio para liberarnos de esquemas, pero ningún hombre es eterno. Estamos a tiempo de recapacitar, que los compañeros ideológicos sean compañeros de lucha y haya una sola hegemonía que derrotar. Ya no tenemos a Fidel, Alfredo Guevara, Haydeé Santamaría y los que en los 60 protegían los herejes del momento. Ya no hay quien nos salve de los errores e inseguridades institucionales, el ICAIC y Casa de las Américas no pueden ser los refugios de otras veces.
Este escrito no es definitivo, no es la verdad absoluta sino un gesto de buena voluntad. Una alerta para quienes señalan con el dedo y al hacerlo cuentan con el respaldo de la disciplina que caracteriza a los revolucionarios, del público que, por respeto a una institución o un compañero, no le contradice ni siquiera para alertarle su error. No es posible que después de una batalla por el cambio de mentalidad el espacio a la crítica sea aún menor, no es posible que apelar a la crítica revolucionaria sea un ejercicio riesgoso o se confunda con ambigüedad política.
Si para algo tiene que servir este debate es para que el tema no sea un diálogo de sordos. Los compañeros que nos ven fuera de sus parámetros sobre qué es un buen revolucionario, deberían pensar por qué el alcance de sus palabras es limitado, por qué darle un espacio dentro de la Revolución al que no piense como nosotros, pero sepa respetarla, no nos empobrece. Por qué teniendo razones de sobra, su batalla no enamora del todo, habiendo aun tanto amante de justicia y si su táctica de repartir adjetivos descalificando gente, no estará provocando daños colaterales.
A lo largo de la Revolución cuando se han cometido errores, el sentido común de la opinión pública ha hecho recapacitar a las autoridades, garantizando que sea más fuerte y vital la esperanza y salvando revolucionarios. Veremos cuánto hemos aprendido del pasado.
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