martes, 29 de enero de 2013

Cumbres, Cumbres… y más Cumbres


Como va siendo la nueva costumbre, al despertar este domingo con la señal de TeleSur me aguardaba una provocadora sorpresa: los discursos de clausura de la Cumbre CELAC-UE, desde Santiago de Chile. Quedé impresionado: ¡qué lindo hablaron Piñera, el Presidente de Chile, y Barroso, el Presidente de la Comunidad Europea!

Fueron unos discursos extraordinarios, todo lo que dijeron fue bonito. No mencionaron esas feas palabras que refieren otros, como “desigualdad social”, “pobreza”, “intercambio desigual”. Tal parecía que me había despertado en otro mundo… ¿o acaso todavía estaba soñando?

Choqué con la triste realidad un rato después, ya en la tarde, cuando Piñera volvió a tomar la palabra para inaugurar la Cumbre de la CELAC y destacó a Europa como ejemplo a seguir por nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños ¡¿A Europa!? Peor aún, aseveró que “se acabaron las barreras que dividían al Norte desarrollado y el Sur subdesarrollado”… ¿estaba hablando en serio o nos estaba jugando una broma?

Fue una pena no tener acceso a lo que respondieron Presidentes y Presidentas latinoamericanas a semejantes afirmaciones, porque el gobierno chileno decidió que sólo podíamos escucharles a ellos. El resto se haría a puertas cerradas, o “en retiro” –como dijera Piñera–, para que los mandatarios tuvieran un ambiente de mayor franqueza. “La estrategia del silencio”, como la criticara el Presidente boliviano Evo Morales.

¿Dónde quedaron las reclamaciones de los estudiantes, los pescadores y los mapuches en Chile? ¿O las del movimiento 15-M en España? ¿Dónde está la inconformidad de los trabajadores –o mejor dicho, los desempleados– de la Grecia en crisis? ¿O las reclamaciones de reforma agraria del campesinado en Colombia? La lista continúa…

Las Cumbres son tan viejas como la propia existencia de los Estados. Y siempre son útiles, ya sea para solucionar situaciones de conflicto –al menos tratar de hallarles una solución– o para consolidar procesos internacionales. De cualquier forma, siempre sirven para lograr un mayor acercamiento entre los líderes e identificar puntos comunes, que permitan seguir avanzando en el camino de la paz. En este caso, esa es una vía esencial a consolidar en Latinoamérica y el Caribe, objetivo fundamental de esta Cumbre, junto a la necesaria unidad en medio de nuestra diversidad.

Desde un principio se planteó la creación de la CELAC como un encuentro de los países del Sur de nuestro hemisferio, sin la injerencia del Norte… concretamente sin el poder imperial que tenemos más cerca, el norteamericano. Pero también los demás Nortes, los que fueron nuestras antiguas metrópolis, los responsables de las relaciones coloniales que nos subyugaron, los que están en la génesis del intercambio desigual que ha prevalecido desde entonces.

Por eso resulta difícil de entender que los mandatarios latinoamericanos y caribeños se vieran conminados a una Cumbre con la Unión Europea, incluso antes de la primera Cumbre oficial de la CELAC ¡Vaya contradicción! Con una Europa que está, más que en crisis económica, ante la expresión del fracaso de un modelo neoliberal que han tratado de imponernos a los países del Sur y que, gracias a no seguirlo al pie de la letra, Latinoamérica y el Caribe llevan ya una década de crecimiento económico, político y social.

Buen favor les hizo el gobierno de Chile a esa Europa en dificultades. Y los europeos respondieron bien a esta ayuda, con la asistencia masiva de sus principales líderes, como enjambre de pescadores arrimados a golfo seguro.

De tal suerte, a juzgar por los discursos que nos dieron la oportunidad de escuchar, parecía que se trataba de una Cumbre económica. Abundaron los términos “crecimiento”, “desarrollo”, “economía globalizada”, “prosperidad”, “generación de empleos”, solvencia económica”… palabras que suenan muy bien y que, a oídas de los pueblos, acerca más la propuesta a sus bolsillos.

Más de lo mismo: hemos vuelto a ser testigos de esa vieja estrategia liberal burguesa de hiperbolizar el mercado y prometer mágicas fórmulas económicas, cuando en realidad se trata de un problema político. Porque hay razones para dudar que, a estas alturas y mucho menos en crisis, Europa quiera renunciar de la noche a la mañana a sus políticas neocoloniales para entrar en una “alianza estratégica” con sus antiguas colonias.

El discurso tendría que estar en el cambio de modelos para aplicar políticas económicas y sociales justas, que vele por la distribución equitativa de las riquezas, que permitan la inclusión –y no la exclusión de grandes mayorías a nombre del mercado–; de políticas solidarias que potencien la creatividad de los pueblos, a lo interno y a lo externo, sin intervencionismo ni carrera armamentista, que sean amigables con el medio ambiente y estimulen la participación –y no la fragmentación o el aislamiento, sobre la base de prejuicios políticos.

Pero no pudimos escuchar las respuestas de los más ilustrados líderes y lideresas latinoamericanas y caribeñas.

O no todas… pues, al parecer presionado por las críticas, la última sesión en la mañana del 28 de enero fue abierta y pudimos ver varias intervenciones, entre ellas las del Presidente cubano y el mensaje del Presidente Chávez a la Cumbre. Ahí se destacaron temas trascendentales: la condena al bloqueo económico de los Estados Unidos contra Cuba; el rechazo a los rezagos de colonialismo en nuestra región, como el caso de las Malvinas y el de Puerto Rico; la necesidad de priorizar una “gran política” de aceptar nuestras diferencias y luchar contra las intrigas y la fragmentación latinoamericana; la imperiosa batalla por la desaparición del “Monroismo” como política de dominación contra nuestros países; el cambio a un nuevo enfoque en la cooperación entre nuestros pueblos, en particular hacia Haití; la urgencia en la aplicación de medidas efectivas contra el tráfico de drogas, con soluciones nacionales y sin injerencias externas; entre muchos otros.

Con estas propuestas sobre la mesa no queda dudas que se viven momentos históricos en la consolidación de una nueva forma de unidad entre los pueblos de “Nuestra América” –como le llamara Martí–; ahora de la mano de Cuba, que asumió la Presidencia pro tempore de la CELAC por un año.

No podría haber un mejor homenaje al Maestro, el mismo día de su 160 cumpleaños.

28 de enero de 2013

lunes, 28 de enero de 2013

Martí, el Apóstol



(Este post fue escrito para el blog Desde el viejo mundo, a solicitud de su autor: www.albertoyoan.com. Gracias por su publicación)

Martí ha sido la persona que, tal vez, ha estado más presente en toda mi vida… sólo superado por mis padres. Y eso me ha creado un estado de confidencia muy particular hacia el cubano más grande de todos los tiempos.

El primer recuerdo que tengo –aun antes de aprender a leer– fueron los 27 tomos morados que resaltaban en el librero de mi casa, en un lugar bien visible. Mi padre los mostraba con orgullo: “son las obras completas de Martí”. Antes de ir a la escuela, ya había aprendido a leer “Los zapaticos de rosa”. Y el tomo 16 de esa colección fue consulta recurrente durante años, fascinado al descubrir sus versos sencillos y sus enseñanzas sobre el amor, la amistad y la patria.

Ya en primaria, Martí se me revelaba menos mítico: en prescolar era un niño como yo, en la foto que tenía mi maestra sobre el pizarrón, con lazo rosado y mirada profunda. Después fue “La edad de oro” y, más tarde, era un adolescente con grillete, rompiendo piedras en las canteras de San Lázaro –durante las innumerables visitas que hiciéramos a la “Fragua Martiana”, a pocas cuadras de la escuela, gracias a la devoción que le tenía nuestra auxiliar pedagógica Juanita, una dulce mulata de gran corazón.

Aunque en todas las escuelas me insistían en rendirle honores a un busto frío, blanco y cabezón, siempre en un rincón visible del lugar de formación, prefería las clases con sus historias sobre el andar incesante del “Apóstol” por el mundo, expatriado y tratando de lograr lo imposible: unir a cubanos de aquí y de allá, reunir fondos por doquier, en la causa común de la independencia.

Conocí de sus encendidos discursos patrióticos, de sus convincentes artículos periodísticos, de sus traducciones impecables, de su verbo invencible. Tan arrollador, que una inolvidable profesora de Literatura –ya en el preuniversitario– nos confesaba su satisfacción de no haber vivido en esa época, pues no se hubiera resistido a sus palabras y no pararía hasta caer rendida de amor entre sus brazos.

Pero no todo es maravilloso en mis recuerdos sobre “el Maestro”. También me hablaron del mote de “Pepe ginebrita”, que algunas personas malintencionadas han querido atribuirle; de sus supuestas aventuras con la niña de Guatemala, “la que se murió de amor”; de su silenciada labor masónica, a pesar de la enorme estatua que preside la entrada del Templo Masónico de Carlos III; y las reprimendas, en otras épocas, por nombrarlo “el Apóstol” de la independencia de Cuba, pues era una “inadecuada” implicación religiosa para un patriota. Sin embargo, en lugar de alejármelo, estos “defectos” me lo hicieron más humano.

Más allá de eso, a él le debemos el concepto de patria más acabado: Patria es humanidad. Y, con su larga visión política, el más completo sentido de nuestra independencia: Cuba debe ser libre de España y de los Estados Unidos.

Con el mismo sentido, fue capaz de alertar: Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, y mi onda es la de David. Y, desde mis años de adolescencia, nunca he podido olvidar aquello que repetían todos los domingos, al empezar una gustada serie de televisión: Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré, es para eso, lo que se ha conocido como su testamento político, momentos antes de salir a morir al campo de batalla en Dos Ríos.

Más tarde, otras personas influyeron en moldear mi idea de este hombre-Apóstol. Noel me enseñó la profundidad de su pensamiento, Rolando me mostró la impresionante labor que realizó como diplomático, Annia me lo reveló en esa compleja combinación de radical y sensible, René me habló de su bronca con Maceo y Máximo Gómez por una República justa, Fernando me proyectó un ser humano tan cercano como un amigo muy conocido, Julio César me demostró su firme lección de civismo para la Cuba nueva y Cintio me argumentó toda la fuerza moral de su legado, síntesis de lo más puro del pensamiento cubano del siglo XIX y guía de la patria, para quienes vinimos después.

Ya de adulto, profundizando en teorías políticas, en él encontré uno de los más claros pensamientos sobre el poder: No bien nace, ya están en pie, junto a su cuna, con grandes y fuertes vendas preparadas en las manos, las filosofías, las religiones, las pasiones de los padres, los sistemas políticos. Y lo atan: y lo enfajan: y el [ser humano] es ya, por toda su vida en la tierra, un caballo embridado. Y también encontré entre los conceptos de libertad –ese término tan controversial–, el más completo: La libertad es el derecho que todo [ser humano] tiene de ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía.

Ahora, al cumplir ya mis 44 años, me resulta difícil entender cómo ese hombre, pequeño, delgado y aparentemente frágil, que habló de todo y trascendió fronteras con su pensamiento, pudo haber hecho tantas cosas en sólo 42 años, a tal punto de poder recurrir a él ante cualquier circunstancia.

No me queda más remedio que acompañar a las Hermanas Martí en eso que oía de niño –apenas sin comprenderlo bien– en un programa de las 4 de la tarde de la ya desaparecida Radio Liberación, donde se les escuchaba cantar: “Martí no debió de morir, ¡ay!, de morir…”. Y resulta contradictorio porque, de hecho, me doy cuenta que no ha muerto… pues él mismo dio la clave de su inmortalidad cuando dijo: La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.

martes, 22 de enero de 2013

¡Y llegó TeleSur!

Largamente esperada por muchas personas en Cuba, al fin llegó la señal de TeleSur en vivo a nuestra televisión nacional por 14 horas diarias.

Más allá de la petición popular, mucha gente se preguntaba cómo era posible que, siendo de los pocos accionistas fundadores de TeleSur –junto a Venezuela, Argentina y Uruguay, desde hace ya 7 años–, sólo
podíamos ver en la noche un resumen de unas tres horas y algo, la mayor parte del tiempo con un día de diferencia.

Algo incomprensible, teniendo en Cuba uno de los pueblos más instruidos y con mejor preparación política del continente; y siendo TeleSur un medio de prensa concebido desde la izquierda, con una visión desde el Sur, que hemos apoyado desde sus inicios, incluso con varios de nuestros mejores periodistas y presentadores.

Hace ya varios meses que radio-bemba daba cuenta que se estaba preparando un nuevo canal informativo, 100% cubano al estilo de TeleSur. Sin querer quitarle méritos a la idea –¡ya quisiéramos ver algo así en Cuba!–, sólo desde el punto de vista económico sería una empresa titánica, pues habría que adquirir la tecnología y los medios necesarios para tal esfuerzo. Sin contar la preparación de recursos humanos –técnicos, analistas y periodistas– que, evidentemente, no están listos para semejante hazaña. Si no, baste recordar los acercamientos previos que se han hecho –durante ciclones, elecciones y otros eventos específicos–, cuyos resultados no han sido muy halagüeños que digamos.

Afortunadamente se impuso la razón y desde el domingo 20 de enero nos despertamos con la señal televisiva desde el Sur latinoamericano en nuestras pantallas. Y la entrada ha sido en grande: en estas pocas horas, cubanas y cubanos ya tuvimos la oportunidad de ver –por primera vez– un discurso completo del Presidente de los Estados Unidos en vivo, durante su toma de posesión de reelección, y disfrutar –con orgullo nacional– los comentarios posteriores del cubano Reynaldo Taladrid, desentrañando la inverosímil verborrea utilizada por Obama, muy lejos de la realidad imperial de nuestros días.

Hemos podido ver, también en vivo, la sobrehumana campaña electoral que desarrolla el Presidente ecuatoriano Rafael Correa en defensa de la "revolución ciudadana", explicando detalladamente a sus pobladores más humildes los beneficios prácticos del Socialismo del siglo XXI, en un estilo que nos recuerda experiencias cercanas. O la rendición de cuenta de la gestión del gobierno de Evo Morales ante el Congreso y el pueblo bolivianos, en el 3er. aniversario del Estado plurinacional.

Y, por citar otro ejemplo, además vimos la entrevista al Ministro de Comunicaciones de Venezuela, Ernesto Villegas, donde una periodista muy profesional –también venezolana– le hacía preguntas directas y sin cortapisas, que indujeron a Villegas a mostrar una imagen humana del Presidente Hugo Chávez: cuando hace unos años criticó públicamente al líder bolivariano por algo que él consideró inadecuado y Chávez, con esa humanidad que le caracteriza, reconoció su error y se disculpó ante la persona afectada.

Todo es positivo en esta nueva experiencia, que debió haber empezado hace mucho rato, y sin dudas marcará un antes y un después. Exponernos a esta forma tan dinámica, profesional, interactiva y moderna de manejar la información pública es vital y se agradece. Constituye una experiencia valiosa no sólo para disfrutarla y garantizar, cada vez más, ese derecho ineludible al acceso a la información… sino también para aprender.

Desafortunadamente nuestros medios han perdido mucha de esa frescura y desenfado, ante el reto de enfrentarnos a una campaña de magnitudes increíbles, por tantos años. Pero nada justifica seguir anquilosados a una política informativa que no se corresponde a estos tiempos, cuando el lenguaje informativo ha cambiado completamente y el desarrollo de las TICs encuentra las más diversas formas de encauzar las noticias.

Varios preceptos informativos saltan a la vista de nuestros televidentes en tan pocas horas, que no son nuevos pero vale la pena constatarlos, una vez más. Por ejemplo:

1. El uso intensivo de las de las tecnologías de la información y la comunicación, de forma inteligente e interactiva, pueden ser una herramienta efectiva para aumentar la participación popular en la creación de la noticia, con significativos beneficios para el proyecto revolucionario.

2. No temer a tratar cualquier tema, con la inmediatez necesaria y el enfoque desde diferentes puntos de vista, es un estilo viable y poderoso para destruir campañas tergiversadoras. Al mismo tiempo le da mucha credibilidad al informador y le entrega a sus receptores los argumentos necesarios para enfrentar cualquier debate.

3. Es fundamental la preparación de los funcionarios públicos para enfrentar a los medios y comunicar sus ideas, que son las ideas de la Revolución. Si importante es que realicen bien su labor, es igualmente importante que sean capaces de transmitir al pueblo lo que hacen (no como vimos recientemente, durante la comparecencia de los directivos de los canales de la televisión cubana, cuando casi nadie entendió casi nada).

Ojalá y la compañía cercana de TeleSur entre nosotros estimule a nuestros medios a dinamizar sus estilos de comunicación, para beneficio de todas y todos. Sería un excelente aporte a los debates del cercano Congreso de la UPEC, previsto para los próximos meses.

viernes, 18 de enero de 2013

¿Migrar o no migrar?

No me gusta utilizar el término de "reforma migratoria" –tantas veces repetido por los medios alrededor del 14 de enero– para hacer referencia a las recientes medidas aplicadas con relación a los viajes de cubanos al exterior. Es que no me parece lógico porque, en realidad: ¿se trata sólo de migración? Y peor: ¿tenemos que seguir usando el término para referirnos a cubanos y cubanas que viajan al extranjero, con su estigmatizada connotación social?

Es verdad que, tal vez desde una perspectiva histórica, el mayor impacto lo logran los 24 meses –que son prorrogables, además– otorgados a la persona que viaja, libre de pagos, para considerarle como "emigrado" y, por consiguiente, perder derechos ciudadanos –como votar, el reclamo de propiedades, beneficios laborales y estudiantiles, atención médica gratuita y hasta el pago de la entrada de ciertos lugares públicos. En ese mismo sentido, y de tremenda importancia, está la flexibilización a la repatriación de personas que asumieron la categoría de "emigrado", muchas veces sin ser su interés.

Se entienden las razones por las cuales Cuba se vio en la necesidad de tomar esas medidas, en su momento y por muchos años. Sin embargo, ya hacía tiempo eran necesarios los cambios. Cuántas personas no se vieron en la disyuntiva de renunciar a todo, ante urgencias personales. Cuánto estigma no se ha manejado contra tantas personas sin merecerlo, por el hecho de haber decidido vivir en el exterior. Sin dudas, las medidas tomadas son de gran importancia para la ciudadanía y sus derechos, no sólo el relacionado con la libertad de movimiento.

Pero, para la mayoría de las personas en Cuba hoy día, lo más significativo ha sido la disminución de más de 350CUC en el pago de trámites –sólo contando carta de invitación y permiso de salida– y, sobre todo, la simplificación de estas diligencias, eliminando gran parte de la madeja de gestiones, permisos y papeles en que se veían envueltas antes del 14 de enero.

Porque, seamos honestos: en Cuba, quien estaba determinado a viajar y tenía el dinero, vencía todas las barreras y lo lograba; incluso casándose en contra de su voluntad con un extranjero o extranjera, renunciando a sus sueños profesionales de toda una vida o haciendo lo indecible para borrar su pasado de los registros oficiales. Pero viajaba.

Del casi millón de personas que lo hicieron en los últimos 12 años, la gran mayoría regresó –como fue confirmado en un programa reciente de la televisión cubana– y otros se quedaron más allá de los 11 meses establecidos, por las razones que fueran. Pero es muy importante que, a partir de ahora, no se corra el riesgo de que al viajar te cuelen en la categoría de "emigrado", por razones a veces ajenas a tu voluntad, y se te estigmatice.

Entonces, de lo que estamos hablando en este aspecto es de la "no emigración". O, mejor dicho, de poner la emigración en su lugar. En la práctica, ahora cualquier cubano o cubana podrá viajar –salvo excepciones previstas en la ley– el tiempo que considere, pueda o necesite. Y emigrar será una decisión personal, no una circunstancia que se le impone por decisión burocrática.

Entre cubanos y cubanas viajar ya se irá viendo, poco a poco, como algo corriente –para quienes puedan, claro, como en el resto del mundo– y los funcionarios de inmigración pasarán de jueces y censores a facilitadores de gestiones y papeles. Y eso está bien.

A propósito, algo similar debería ocurrir con la Aduana, cuyos funcionarios también deberían dejar de ser inquisidores de lo que se entra –¿qué les importa si en el equipaje se carga con blúmers o calzoncillos?– para dedicarse más  a su necesaria labor de velar en nuestras fronteras contra la entrada de materiales o equipos peligrosos a la seguridad de la nación.

Mientras tanto, a sólo unos días de la aplicación de estas medidas, una de las reacciones más significativas está sucediendo en las históricamente escabrosas relaciones con los Estados Unidos, donde se han quedado sin una pieza clave de la política anticubana: la imagen diabólica de Cuba como una "gran prisión", de donde no se puede ni salir ni entrar.

Ríos de tinta y bytes se han quedado sin cauce y los desconcertados "defensores" de los derechos humanos en Cuba y la libertad de viajar, aterrados de seguir perdiendo terreno, se han transformado en los mayores enemigos de los cambios. Tanto la extrema derecha batistiana de Miami como sus patrocinadores en Washington se han quedado sin argumentos y hasta sus más recalcitrantes empleados están hablando de cambiar la "Ley de Ajuste Cubano".

En este caso, los recientes cambios pudieran ser interpretados también como otro "gesto" –o al menos como otro paso más, entre los tantos que hemos visto en los últimos años– en el camino al desmoronamiento de los antagonismos.

viernes, 4 de enero de 2013

De elecciones y participación


Mucha información ha generado en los últimos días el proceso electoral cubano, tras la aprobación que hicieran nuestros delegados municipales –propuestos y elegidos por el pueblo– de las candidaturas a delegados a las Asambleas Provinciales y a diputados de la Asamblea Nacional, a partir de la selección que hicieran las Comisiones de Candidaturas compuestas por miembros de nuestras organizaciones de masas.

Independientemente de las opiniones que puedan existir sobre ese proceso, con relación a la real incidencia de las masas –base esencial de esas organizaciones– en esta selección, es indiscutible que se realiza a partir de una amplia consulta nacional, de la cual surgieron más de 7 mil propuestas de candidaturas procedentes de todos los sectores sociales y grupos poblacionales. Basta echar un vistazo detalladoa las propuestas que se nos presenta para corroborarlo.

Casualmente, hace ya algunos años, tuve la oportunidad de estar presente en una reunión de candidatura durante unas elecciones generales y me sorprendió la forma tan intensa en que los representantes de las diferentes organizaciones defendían sus candidaturas. Aunque puede ser que no todas las reuniones funcionen de igual forma, no me cabe dudas de que la responsabilidad asumida por sus participantes ha sido realizada con seriedad, a partir de la implicación política que tiene su labor para el futuro de la nación –al menos para los próximos cinco años.

Sin embargo, mi interés se centra más en lo que sucederá después que todas estas personas sean elegidas por el pueblo y asuman sus puestos como delegados provinciales y diputados. 

Al aceptar esta responsabilidad están asumiendo un compromiso con quienes les eligieron, que va más allá de la representación pasiva, pues en sus decisiones –que afectará a todos por igual– deberá ir la voz y el voto de sus representados. Y la pertenencia de nuestros representantes a tan diversos sectores de la sociedad cubana no deberá asumirse per se como la legítima opinión de todos estos sectores.

Me preocupa que cada vez que se habla de “participación popular” en las decisiones de gobierno siempre se recurre a la rendición de cuentas de delegados y delegadas municipales ante el vecindario, que sucede como mínimo dos veces al año. Se sabe que estos encuentros, cuando no son reuniones formales –donde las autoridades dan alguna información específica–, se limitan a responder quejas de vecinos ante inconformidades locales, la mayoría de las veces con pocos recursos para ser resueltas.

En varias ocasiones, el Partido y el gobierno cubano han realizado procesos masivos de consulta popular sobre determinadas decisiones, que han constituido ejemplos de participación ciudadana en importantes políticas estatales. A la par de demostrar la cultura política adquirida por el pueblo cubano, que ha participado activamente en cada una de esas oportunidades, le ha brindado la posibilidad de sentirse parte del destino de la nación, con el consiguiente beneficio para la legitimidad democrática dentro de nuestro sistema político.

Sobre la base del éxito de estas experiencias, que han sido puntuales, coincido conque una propuesta positiva en ese mismo sentido sería el encuentro de delegados provinciales y diputados con sus electores de forma sistemática, previo a las sesiones de las respectivas Asambleas, para escuchar las opiniones del pueblo sobre sus agendas.

No me refiero a reuniones citadas por cuadras, donde la principal preocupación de quienes las organizan sea lograr que baje la mayor cantidad de vecinos durante la hora de la novela. Tampoco deben ser reuniones donde las autoridades vayan en carácter defensivo, con un arsenal de justificaciones o argumentos, y saturen de informaciones a las masas para tratar de convencerlas sobre determinadas preocupaciones. 

Lo más útil sería sostener encuentros donde, básicamente, se escuche la opinión de la ciudadanía sobre los temas a debatir en las próximas Asambleas. Un ejercicio de participación popular al que asistan personas interesadas en aportar ideas –más aquellas que quieran escucharles– y en las que surgirán valiosas contribuciones para solucionar problemas específicos de interés territorial y nacional. Momentos en que, además de brindarle la oportunidad al pueblo de sentirse partícipe en las decisiones gubernamentales, se le aporte a nuestros representantes elementos que pueden usar en posteriores debates.

Estoy seguro que si por ejemplo, en Cayo Hueso donde vivo, se hace una convocatoria a la ciudadanía a reuniones de este tipo en el teatro Astral –en un día y una hora adecuada– no serán pocas las personas que se interesen en compartir sus ideas con sus delegados provinciales y diputados. El éxito de posteriores encuentros similares dependerá del grado de sensibilidad e interacción que sean capaces de desarrollar con su electorado.

Paralelamente, un ejercicio de esta naturaleza –sin dudas– ayudará también a los y las representantes a desarrollarles esa necesaria capacidad de dialogar con el pueblo, de intercambiar opiniones con quienes le entregaron su voto, sobre la base de que no ostentan su cargo sólo por sus excelentes biografías y su trayectoria pública, sino también para hacer valer los intereses de quienes les eligieron.

Porque de eso se trata: de que quienes acepten asumir una responsabilidad pública –sean representantes en alguna estructura de gobierno, Ministros o dirigentes de otro tipo– deben tener plena conciencia que se deben a un pueblo que confía en sus desempeños, y a quienes le deben todo su respeto. 

Ello sólo redundará en beneficios para construir una sociedad socialista más democrática,que cumpla con el mandato de nuestra Constitución –siguiendo las enseñanzas del Maestro–: con todos y para el bien de todos.

27 de diciembre de 2012