martes, 27 de octubre de 2020

Los 90 de Fayad Jamís

Tomado de: http://www.uneac.org.cu/noticias/los-90-de-fayad-jamis

Qué sería de mí si no existieras
mi ciudad de La Habana.
Si no existieras mi ciudad de sueño
en claridad y espuma edificada,
qué sería de mí sin tus portales,
tus columnas, tus besos, tus ventanas.
(…) Si no existieras yo te inventaría
mi ciudad de La Habana

Cuando se habla de la poesía y la pintura cubanas no se difunde lo suficiente la obra de Fayad Jamís (1930-1988), uno de los más significativos artistas de la vanguardia cubana en el siglo XX que estuviera cumpliendo 90 años este 27 de octubre. Nacido en Zacatecas, México, de padre libanés y madre mexicana, siempre asumió con profunda devoción su cubanía. Su familia se trasladó a La Habana siendo él muy pequeño y recorrió la isla hasta asentarse en Guayos, Sancti Spíritus, donde actualmente descansan sus restos.

Aunque pasó la mayor parte de su vida en la capital cubana, fue por solicitud de sus familiares que se trasladaron sus restos allí en 2014. Su hija Rauda recuerda que «para él, Guayos era un pueblito especial», donde pasó gran parte de su infancia y juventud y al que regresaba siempre para compartir con sus amigos. Razón que convence para que este pueblo espirituano lo acogiera como su «Hijo Ilustre».

Fue en Guayos donde comenzó a desarrollar su arte de escribir y dibujar y donde publicó su primer libro de poemas, que se tituló Brújula, en 1949. Desde ese momento se sucedieron poemarios antológicos, como Los párpados y el polvo (1954), Vagabundo del alba (1959), Los puentes (1962) y Abrí la verja de hierro (1973). Acogido por los «origenistas» como caso de excepción, dada su dualidad de vocaciones y creatividad en la literatura y la pintura, sus poemarios se cuentan entre los más destacados de la llamada Generación de los Cincuenta.

Roberto Fernández Retamar afirmó en cierta ocasión que Fayad era un autor en perpetua creación y fiel a sus circunstancias: «No hizo el elogio de la escasez, extrajo de la escasez poesía y, luego del triunfo de la Revolución, sumó su voz a las que saludaron el magno acontecimiento».

Su obra plástica, entre dibujos y pinturas, se encuentra en museos y colecciones privadas de diversos países. Si bien no ha tenido la justa repercusión, ha sido asimilada por coleccionistas y críticos conocedores del arte cubano, desde que se diera a conocer a mediados de la década de 1950. Sus inicios se enmarcaron en el entonces conocido como «Grupo de los Once», por el número de pintores y escultores que participaron en una muestra realizada en la galería La Rampa en 1953, con una fuerte influencia del movimiento abstracto norteamericano y entre quienes se incorporara posteriormente Raúl Martínez.

Antes fue dibujante operario en talla de cerámica y vidrio y restaurador de mosaicos en el Museo Nacional. Desde 1951 expuso con regularidad en Cuba e ingresó en la escuela de San Alejandro, para estudiar dibujo y modelado. A mediados de esa década se muda a París por cuatro años y en 1956 exhibe allá su obra en una muestra personal, financiada por el poeta surrealista André Breton.

De esa época, dan testimonio las opiniones de Luce Hoctin, en la revista Arts et Spectacles, cuando decía «La gran tela de Jamís [en el 130 Salon des Réalités Nouvelles, Musée d'Art Moderne de la Ville de Paris], es la visión de un espacio devorado por el fuego, acusa un temperamento pictórico poco común». El diario El Nacional de Caracas se refería a su obra como «vigilante y hasta belicosa militancia en el abstraccionismo cubano, lo ponderan como uno de sus adalides con un contenido más dramático, con abstraccionismo libre, de corte romántico, exacerbado en el color y en la expresión de formas sin relación programática entre sí, en las cuales la improvisación juega un papel importante».

Al triunfo de la Revolución regresa a Cuba y encuentra aquí la expresión decisiva de su potencial creativo, al multiplicar su labor intelectual y revolucionaria. Fue coeditor de las Ediciones La Tertulia y director de Ediciones F. J., jefe de la plana cultural de Combate y del suplemento dominical del periódico Hoy. Además, fue uno de los fundadores de la UNEAC, miembro del ejecutivo de la Asociación de Escritores y director de la revista Unión en sus primeros años. Incluso ejerció como profesor de pintura en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán. A la vez, por dos años consecutivos (en 1967 y 1968) obtuvo el primer premio de Pintura en el Salón Nacional de artes plásticas de la UNEAC.

En medio de esa vorágine, fue el autor del primer poemario dedicado por entero a la Revolución, al que tituló Por esta Libertad, con el que alcanzó el premio de poesía del concurso Casa de las Américas en 1962. Roque Dalton calificó este libro como «un aporte de la poesía revolucionaria en Cuba, uno de los primeros resultados del enfrentamiento por parte de los poetas cubanos al problema estético más importante que les presentaría la vida».

Algunos recuerdan su afición a los gatos, su temperamento energético y bondadoso, con fineza en el trato y alta capacidad para escuchar y tener buen juicio. Esa personalidad le sirvió para su largo trabajo diplomático, pues fue nombrado Consejero Cultural de Cuba en México durante once años.

Razón tenía el maestro José Lezama Lima cuando abordara su obra artística, de conjunto, en el texto «Ver a Fayad Jamís», pues su obra es un todo único que mezcla magistralmente la poesía y la pintura. No basta la librería que lleva su nombre en la calle Obispo, en La Habana Vieja; la galería homónima que es Centro de Arte y Literatura, en La Habana del Este; o la tarja que fue develada en las calles O y 27, del Vedado capitalino, donde vivió hasta sus últimos días. No basta nombrarlo, leerlo o verlo de forma aislada para apreciar al artista en su verdadera dimensión, en su personalidad múltiple y diversa, que aún tiene que mostrarnos en su auténtica cubanía.

Como dijera Eliseo Diego: «Fayad es poeta; Jamís es pintor; Fayad Jamís es a un tiempo uno y otro y maestro por tanto de ambas artes. Ha armonizado las dos agrias terquedades que escandalizaron al Renacimiento con su vocerío en torno a quién era más, si la creación pictórica o la poética».

Con tantos palos que te dio la vida
y aún sigues dándole a la vida sueños.
Eres un loco que jamás se cansa
de abrir ventanas y sembrar luceros.
(…) Con tantos palos que te dio la vida
y aún no te cansas de decir: te quiero.

martes, 15 de septiembre de 2020

Paquito López Segrera: 80 años de una vida dedicada al desarrollo de las ciencias sociales

Tomado de: http://www.uneac.org.cu/noticias/paquito-lopez-segrera-80-anos-de-una-vida-dedicada-al-desarrollo-de-las-ciencias-sociales 

Del primer día de clases en la universidad, al entrar en el teatro del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) Raúl Roa García –entonces en Miramar—, lo que más recuerdo es el nombre de quien nos dio la bienvenida y organizó esa primera semana de adaptación: Francisco López Segrera. «Llámenme Paquito», dijo, y desde entonces pasó a ser una referencia en el estudio y la vida que comenzábamos, como ya lo era para los estudiantes en años superiores y para el mundo diplomático cubano.

Paquito está cumpliendo 80 años este 15 de septiembre de 2020 y exhibe una destacada labor como investigador, profesor y ensayista. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de la Sorbona, en París, tras ser Vicerrector del ISRI en los años 80 del pasado siglo. Fue funcionario de la UNESCO entre 1994 y 2002, donde se desempeñó –entre otros cargos— como director del Instituto Internacional de Educación Superior de la UNESCO para América Latina y el Caribe (IESALC).

En 1968 ganó el premio de ensayo Enrique José Varona de la UNEAC con su libro Los orígenes de la cultura cubana (1510-1790). Desde entonces ha escrito 37 libros y es coautor o autor de capítulos en otros 42 textos, algunos de ellos publicados en 7 idiomas.

En 1972 obtuvo mención en el Premio Casa de las Américas con su libro Cuba: Capitalismo dependiente y subdesarrollo (1510-1959) y en 1973 con Cuba neocolonial: clases sociales y política (1902-1959). Sus mayores lauros los obtuvo con el Premio Nacional de Ensayo en dos ocasiones: en 1980 con Raíces Históricas de la Revolución Cubana y en 1987 con La política de la Administración Reagan hacia Cuba.

Miembro de la Asociación de Escritores de la UNEAC, en la sección de Crítica y Ensayo, otros de sus libros han tratado temas como el pensamiento social latinoamericano, la globalización y la educación superior en América Latina, los escenarios mundiales y los desafíos de los estudios universitarios ante el nuevo milenio.

Ha tratado con amplitud lo relacionado con la prospectiva de la educación superior en el mundo, analizando las tendencias y los escenarios hasta el 2030 en un esfuerzo por identificar «los futuros posibles» para escoger los más convenientes y desarrollarlos desde el presente, diseñando una estrategia adecuada.

Ha sido profesor visitante y conferencista invitado en más de 140 universidades, entre ellas: la Universidad Autónoma de México, la Universidad de San Pablo en Brasil, las universidades de Boston, Binghamton, Berkeley, Stanford, Oxford, Riverside, el Instituto de Barcelona de Estudios Internacionales, la Universidad de Salamanca y la Politécnica de Cataluña. Considera que «la clave para permanecer en la docencia es la vocación y el trabajo de superación que debe realizar cada docente desde lo personal».

La docencia es, para él, esencial para mantenerse activo en el aporte de las técnicas de enseñanza y la formación de los alumnos. En ese sentido ha dicho que «aunque seas el Rector, no debes dejar las clases». En la actualidad sigue siendo profesor titular adjunto del ISRI y ofrece periódicamente cursos de Prospectiva de la globalización, Educación Superior Internacional Comparada y en Historia de Cuba.

A partir de su vasta experiencia educativa ha dicho que «los docentes debemos crear y fomentar valores para ser un ejemplo, y tratar de poner en práctica en nuestra vida diaria valores como la humildad», sobre todo porque ve en el alumno «un constructor de futuro».

Ante las nuevas tecnologías y los saberes más actualizados, ha insistido en la necesidad de «continuar en la búsqueda de apropiarse de los nuevos escenarios académicos que demanden calidad y resultados a los retos y exigencias de la educación superior». Pero la principal atención debe recaer en el egresado, en la importancia del conocimiento y en darle seguimiento a su desarrollo como profesional, pues «ese es el mejor indicador de la calidad de las universidades».

Luego de participar en diferentes escenarios sobre las tendencias mundiales de la educación superior, ya fuera como funcionario supervisor o participando directamente en la implementación de prácticas concretas, ha compartido experiencias de extraordinario valor.

Una de ellas fue en 1995, cuando trabajaba en la División Superior de la UNESCO en París, y participó en la fundación de la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial (UNGE) ante la necesidad de responder a la compleja realidad de que los estudiantes de ese país estudiaban en Europa y después no regresaban al continente africano.

«Contribuimos a crear la universidad brindando asesoría al Ministro, al Rector y a los académicos de Guinea», dice con orgullo y, a partir de su experiencia en Cuba, facilitó que profesionales cubanos también participaran en el fortalecimiento de la experiencia en ese país. «Eso contribuyó a evitar el "éxodo de competencias" o "fuga de cerebros"», reafirmó complacido.

En otro momento, radicando en Caracas en 1996 como Consejero Regional de Ciencias Sociales de la UNESCO para América Latina y el Caribe, contribuyó también a crear una cátedra en la comunidad indígena de los NASA, en Toribio, Cauca, cerca de la ciudad de Cali. «La primera tarea fue lograr que los indígenas recuperaran su propia historia, escribiéndola», pero como no podían darle diplomas formales de licenciados o máster se les ocurrió otorgar diplomas de 'maestros en sabiduría'. «Esto tuvo un gran impacto en la comunidad indígena y en la sociedad colombiana», indicó, a tal punto que uno de sus graduados llegó a ser electo como senador de la República.

Esta y muchas otras anécdotas forman parte de su vasta experiencia profesional en Cuba y el mundo, desarrollando la educación superior y participando activamente en la más correcta formación de nuevas generaciones de estudiantes, que jugarán un papel primordial en el desarrollo futuro de la humanidad.

En su entorno más cercano, en relación con Cuba, ha sido sistemática su incursión en las investigaciones y destaca la necesidad no solo de actualizar el modelo económico, sino de «recrear, y crear, un nuevo modelo», a partir de la inversión que el proceso revolucionario ha hecho en el capital humano en más de 60 años. «La Revolución cubana ha sido grande por una ideología y unos valores muy sólidos, que no se pueden perder», ha reafirmado.

En el contexto de la complejidad de las relaciones con los Estados Unidos, publicó un libro titulado Cuba-Estados Unidos: de enemigos cercanos a amigos distantes y ha insistido en que, dentro de los grandes retos que tiene la sociedad cubana, este es un desafío esencial para la supervivencia de Cuba como estado independiente, a partir del interés permanente de los Estados Unidos para no ceder en concesiones sobre lo que consideran su "posesión" desde los tiempos de Jefferson.

Sirva este homenaje a las ocho décadas de una vida dedicada al estudio y al desarrollo de las ciencias sociales, de quien se ha consolidado como referente para los que lo hemos conocido en plena faena o para los que hemos estado al tanto de sus valiosos aportes a las instituciones y tareas que ha desarrollado o a las investigaciones y textos que ha presentado.

sábado, 8 de agosto de 2020

Los 60 años del ICAIC vistos por el Festival de Cine

Tomado de: http://www.cubacine.cult.cu/es/articulo/los-60-anos-del-icaic-vistos-por-el-festival-de-cine

Los 60 años de la fundación del ICAIC, cumplidos en 2019, fueron ampliamente celebrados por la importancia que ha tenido esta institución en el desarrollo cultural de la nación cubana. Uno de los valiosos resultados de este tributo es el libro Homenaje al aniversario 60 del ICAIC, presentado durante la pasada edición del Festival de Cine de La Habana.

En el texto se reproducen las intervenciones del panel organizado el 14 de marzo de 2019 en la sala Saúl Yelín de la Casa del Festival para celebrar la fecha. Con introducción de Iván Giroud, presidente del Festival, el libro hace un recorrido por la historia de la fundación de la primera institución cultural creada por la Revolución, no con un sentido nostálgico, sino con la intención de buscar aquellos “elementos que nos sean útiles para retomar el camino”.

De esta forma, Manuel Pérez Paredes, figura clave en la historia del nuevo cine cubano, que surgió con la creación del ICAIC, rememoró aquellos primeros momentos de “felicidad y amargura, alegrías y tristezas, crecimientos y crisis”. Con la experiencia fundacional, recuerda nombres y episodios sin los cuales no se pudiera hacer el recuento de estas seis décadas.

Por su parte, Graziella Pogolotti ofreció su perspectiva como parte de la generación de intelectuales que abrió paso a las nuevas formas de hacer el arte en Cuba y recuerda que fue sobre todo en cine y teatro donde se desarrolló un trabajo teórico de mayor importancia. Como consecuencia, la referencia al ICAIC no se puede limitar a lo que produjo en términos de películas, documentales, noticieros o al impulso que le dio a la música con el Grupo de Experimentación Sonora: hay que verlo “como un elemento protagónico dentro de la política cultural cubana” que se creó a partir de ese momento histórico.

En tanto, la directora Rebeca Chávez recordó las palabras de Alfredo Guevara cuando decía: “No hay organismo del Estado que pueda crear una cinematografía, pero sí puede ayudar a su surgimiento, a un clima espiritual adecuado, a una atmósfera de creación y respeto propicios”. Y de eso se trata la celebración, de la fundación y desarrollo de un organismo cultural creado no solamente para ese acercamiento con la realidad y la historia de Cuba, sino para fomentar “la posibilidad de que los cineastas crearan libremente, sin interferencias, un cine financiado totalmente por el Estado”.

En el panel también participó el destacado intelectual español Ignacio Ramonet, con quien se estableció un intenso diálogo sobre el contexto internacional que precedió al nacimiento del ICAIC, además de su relación personal con los principales creadores.

En su largo y multifacético vínculo con el cine, rememoró la coincidencia del surgimiento de la institución con la Quinta República Francesa, que tuvo la peculiaridad de crear por primera vez en la historia un Ministerio de Cultura ―encabezado por el escritor y cineasta André Malraux, quien insistió en que “el cine es una industria”―, cuya experiencia tuvo gran influencia en Alfredo Guevara y sus colaboradores.

Además, repasó elementos importantes de la época, como el surgimiento de la competencia con la televisión, los estudios teóricos sobre cine y los movimientos políticos ―como la llamada Nueva Ola― y la fundación de la revista Cine Cubano, a la que consideró “un instrumento de reflexión y de trabajo absolutamente fundamental (…) para decenas de aspirantes  a cineastas o críticos de cine durante mucho tiempo en América Latina, ejerciendo una influencia considerable del pensamiento teórico cubano sobre el cine, sobre muchos cineastas a través del mundo”.

Una segunda parte de este valioso libro incluye la entrevista que realizaran el director de la Cinemateca de Cuba, Luciano Castillo, e Iván Giroud a dos de los imprescindibles en los momentos fundacionales: Araceli Herrero (Arita) y Raúl Taladrid. Una inédita joya de exploración en los albores del ICAIC, con el testimonio de dos protagonistas poco visibilizados y únicos sobrevivientes del núcleo de dirección inicial, de cuyo profesionalismo y entrega Alfredo Guevara no pudo prescindir.

Con los primeros tiempos de esa amistad ―en la Juventud Ortodoxa, el PSP y Nuestro Tiempo y de cuando Alfredo le pidió a Arita que se incorporara al ICAIC como su secretaria, en 1959― se inicia este dinámico intercambio que repasa anécdotas y personajes de esos primeros momentos. Guillermo Cabrera Infante y Carlos Franqui, el proceso de nacionalización de los cines del “circuito de estrenos” de La Habana, la entonces llamada zona de “La Corea” ―donde se atesoraban los rollos de las compañías distribuidoras―, la creación de las empresas exhibidora y distribuidora nacionales de películas y las políticas iniciales de proyección pasan por el recuerdo de ambos.

Taladrid, desde su posición de vicepresidente responsable de la exhibición, producción y economía del ICAIC, rememoró la estructura inicial del organismo, los proyectos de mantenimiento y creación de nuevos cines, el surgimiento de los cine-móviles…, todo ello a partir de aparatos norteamericanos que había que reparar ―sin piezas nuevas, por el bloqueo que ya había implementado Estados Unidos― y sustituirlos por equipos soviéticos, además de la proyección de filmes en los 512 cines que tenía el país. En ese aspecto señaló: “No nos pusimos a inventar nada, lo que funcionaba y funcionaba bien, eso mismo lo aplicamos”, decisión inteligente que les ahorró tiempo y conflictos con la distribución de películas.

Rememoraron también la creación de la Distribuidora Internacional de Películas, para resolver el conflicto creado con el comercio exterior y la promoción de los filmes cubanos, los contratiempos con algunas decisiones dogmáticas y los momentos del “sectarismo”, la titánica operación para lograr copias “pirateadas” de películas norteamericanas prohibidas para la venta a Cuba ―que incluía a varios intermediarios, entre ellos, un cineclub amigo de un país latinoamericano que facilitaba la original―, la reacción del público cubano a las películas soviéticas y la coproducción del filme Soy Cuba con la URSS, entre muchos otros pasajes que la hacen una entrevista intensa y muy sustanciosa.

Para ambos fue una “experiencia inolvidable”, “el período más importante de mi vida en todo sentido” ―dijo Taladrid―, en un ambiente de mucho trabajo y de batalla permanente, donde “se vivía a una intensidad impresionante”, rodeados de compañeros muy valiosos que les hizo enriquecer la visión de la realidad.

El libro cuenta con notas bibliográficas y detalles sobre momentos, personas y filmes con los que se puede trazar una hoja de ruta de los inicios, sus antecedentes y los contextos en los que se desarrolló ese momento fundacional, con destellos de lo que se hizo con posterioridad. Un libro que profundiza y trasluce el clima espontáneo y la responsabilidad con que surgió y se desarrolló una institución cultural que marcó un ritmo creativo inigualable en la historia de la Revolución.

miércoles, 22 de julio de 2020

Con un himno en la garganta: un libro para Inocencia, de Alejandro Gil

Tomado de: http://www.cubacine.cult.cu/es/articulo/con-un-himno-en-la-garganta-un-libro-para-inocencia-de-alejandro-gil

Hay libros que pueden complementar una película, profundizar en su trama y personajes y ampliar el impacto social de la obra cinematográfica. Su efecto es más sólido si se trata de un acontecimiento histórico real, que ha marcado la esencia de nuestra nacionalidad.

Este es el caso del libro Con un himno en la garganta. El 27 de noviembre de 1871: investigación histórica, tradición universitaria e Inocencia, de Alejandro Gil, coeditado en 2019 por la Editorial UH y Ediciones ICAIC bajo la coordinación de José Antonio Baujin y Mercy Ruiz, directores, respectivamente, de ambas casas editoriales.

En sus más de 200 páginas el texto documenta, amplía a otros contextos y hurga en los detalles de los acontecimientos relacionados con el asesinato de los ocho estudiantes de medicina en la Cuba colonial, el 27 de noviembre de 1871, y la realización del filme Inocencia (2018), de Alejandro Gil, que tuvo un gran impacto en la población cubana al narrar con extraordinario humanismo tan horrible suceso.

A partir del estremecedor poema de José Martí A mis hermanos muertos el 27 de noviembre, del que se toma el título del libro, la primera parte del volumen, “En brazos de la patria agradecida”, presenta diferentes aristas del tema desde la historiografía, el imaginario universitario y la sacralidad, que explora un asunto tan poco tratado como los monumentos conmemorativos al acontecimiento histórico.

El segundo acápite, que ocupa la más voluminosa porción del libro, reproduce los textos originales de dos investigadores acuciosos: el documento presentado por Fermín Valdés Domínguez en 1887 ―inicialmente involucrado en los hechos―, realizado para demostrar la inocencia de quienes fueron sus condiscípulos; y la ponencia leída por el investigador cubano Luis Felipe Le Roy y Gálvez en 1971, con el mismo objetivo, en la conmemoración por el centenario de los hechos.

La tercera parte, titulada “¡Empieza, al fin, con el morir la vida!”, es dedicada específicamente al filme Inocencia. Sus textos exploran con más profundidad el papel del cine y la historia, el pasaje relatado en la película sobre la participación abakuá en los acontecimientos y culmina con la entrevista que le hiciera el narrador y ensayista Francisco López Sacha al realizador del filme, Alejandro Gil, y al guionista, Amílcar Salatti.

Baujin hace la introducción del libro con un artículo titulado “¡El cielo se abre, el mundo se dilata! El 27 de noviembre de 1871 hoy” y ubica al lector en contexto: explica detalladamente los sucesos que condujeron a la injusta condena a muerte de ocho jóvenes inocentes ―uno de ellos, incluso, no estaba en La Habana cuando sucedieron los hechos― y la prisión para otros 35 bajo la acusación de, supuestamente, profanar sepulcros de figuras emblemáticas del integrismo español, fundamentalmente, el de Gonzalo Castañón, mártir del Cuerpo de Voluntarios de La Habana.

Al destacar la actualidad del hecho y explicar por qué volver una y otra vez sobre él ―sin caer en simplificaciones ni retóricas irresponsables―, resaltó que sus perpetradores nunca imaginaron que estaban construyendo “uno de los más fuertes símbolos de la nación, del espíritu emancipador de la juventud, del estudiantado universitario rebelde frente al poder omnímodo castrador, de la capacidad de sacrificio y regeneración de la dignidad del pueblo” (Baujin y Ruiz, 2019, p.12).

En el texto que inicia la primera parte, “La historiografía en torno al 27 de noviembre”, el profesor Luis Fidel Acosta Machado repasa el copioso material de diversa índole y los testimonios escritos por contemporáneos y participantes directos que componen la producción historiográfica sobre el hecho hasta la actualidad. Esta amplitud se basa en su aseveración de que “todo estudio que se acerque a la gesta independentista cubana o, de manera más específica, a la Guerra de los Diez Años tiene, por fuerza, que tener en cuenta el horrendo crimen” (en Baujin y Ruiz, 2019, p.18).

Ante lo “imposible e infértil” de recoger a todos los que contribuyeron con investigaciones históricas, destaca como el primero de ellos el texto de Fermín Valdés Domínguez (1887) ―que se incluye en el libro―, el aporte de los historiadores españoles Antonio Pirala y Justo de Zaragoza (1895) y el del destacado historiador cubano Ramiro Guerra (1971).

Sin embargo, su análisis se centra en el documento de Fermín como “la mejor y más acabada visión de los hechos”, aunque es “un libro emotivo, construido desde el sentimiento”, y la monografía ―también incluida en el libro― de Le Roy destaca por su profesionalidad y precisión científica.

Enfocar al acontecimiento histórico como un “hecho fundacional de la sacralidad patriótica” es el objetivo del segundo texto de esta primera parte, escrito por el investigador Leonardo M. Fernández Otaño bajo el título “Entre la sacralidad y la ideología: los monumentos conmemorativos dedicados a los ocho estudiantes de Medicina”.

Fernández Otaño basa su tesis a partir de la construcción de tres monumentos, distribuidos en el paisaje urbano habanero y que tienen una gran significación para el pueblo: el panteón mortuorio donde descansan los cuerpos, el memorial ubicado en La Punta, cerca del Paseo del Prado, y el mausoleo inaugurado en 1959 en la Necrópolis de Colón. Tras analizar los detalles de cada uno y el discurso simbólico que encierran, el autor invita a preguntarse cómo se construye la historia y se reafirma como arma de validación cultural.

Para la doctora en Ciencias Históricas Francisca López Civeira, quien cierra esta parte del libro con su escrito “El 27 de noviembre en el imaginario universitario”, todo lo concerniente al fusilamiento de los estudiantes no fue un hecho aislado, sino una acción del poder español bajo la percepción de que la universidad era un foco de laborantismo ―término usado por los colonialistas para identificar a los defensores de la independencia― y había que españolizarla. Es por ello que en la conmemoración de esa fecha “se unen el homenaje a los mártires, el combate frente al dominio externo y la lucha por una universidad científica, incluyente, al servicio de la nación (…)” (en Baujin y Ruiz, 2019, p.35).

Ya Martí lo había señalado en su conocido poema ―desde su destierro, donde supo de los hechos― y, al representarlos en cadáveres que murieron “con un himno en la garganta”, resaltó la significación patriótica del crimen como una venganza del despotismo español.

Ello caló tan profundamente en la vida universitaria que ya desde el fin del dominio colonial se empezó a recordar el 27 de noviembre en los predios estudiantiles y se incluyó en el calendario oficial universitario, como día de duelo. En el texto se puede encontrar una descripción detallada de los diferentes momentos por los que pasaron las luchas universitarias en el siglo xx, sobre todo después del surgimiento de la FEU, en 1922, cuando la fecha se transformó en jornada de combate.

La segunda parte es la que le da al libro una importancia documental de trascendencia histórica, para complementar lo que el público pudo ver en el filme y lo que los estudiantes han conmemorado año tras año, por más de un siglo.

Después de ser editado y corregido varias veces por el propio Fermín Valdés Domínguez, se reproduce el libro validado por el autor y que publicara un año antes de morir, en 1909, al que se le subsanaron algunas erratas y se le actualizó la ortografía, para favorecer la lectura. Además, se le añadieron las notas que Le Roy preparó en 1969 para su publicación por la Universidad de La Habana. Por lo tanto, se trata de la más completa presentación de este documento hasta la actualidad.

Al incluirse también la investigación de Le Roy, que le da un nuevo enfoque desde la distancia en el tiempo, le agrega mayor fundamento al libro. Su perspectiva refuerza el debate sobre el tema al insistir en que eran inocentes frente a la acusación de que eran objeto, pero pruebas hay para afirmar que formaban parte de la atmósfera de ideas que fraguaba el ideal de una Cuba emancipada del yugo colonial.

La doctora en Ciencias Literarias Astrid Santana Fernández de Castro comienza la tercera parte del libro con el texto “Inocencia de Alejandro Gil. El cine, la memoria y las figuraciones históricas”. En su análisis, destaca que la importancia del cine no es para recuperar el pasado, sino para evocarlo dentro del dominio estético de imágenes de ficción y representación. Resalta que, al construir una película histórica que reivindica la humanidad dolorosa del pasaje ―fiel a los personajes y a los acontecimientos― lo traduce al arte y lo redimensiona en su potencial simbólico.

Cuando la autora repasa varios pasajes del filme, llama la atención sobre el concepto utilizado por sus realizadores respecto a la “revelación”: el descubrimiento como momento climático, “donde convergen la amistad, la actuación patriótica y la redención a través del recuerdo” (en Baujin y Ruiz, 2019, p.180), tal cual era el espíritu del libro de Fermín Valdés Domínguez.

“No es posible pensar el cine histórico como registro documental sino como acto creativo que contribuye a la fabricación del relato memorístico” (en Baujin y Ruiz, 2019, p.182), reafirma, y destaca el guion cinematográfico por su elaboración dramática, la caracterización de los personajes y los conflictos a partir de los diálogos pues, en una historia de la que se conoce el final, el acento está en el desarrollo de las acciones narrativas que conducen al clímax. “La ficción fílmica es una manera de filtrar el pasado, acentuar los mitos y reanimar los panteones desde la figuración”, concluye Santana (en Baujin y Ruiz, 2019, p.192).

Por su parte, la doctora en Ciencias sobre Arte Lázara Menéndez ofrece una perspectiva diferente sobre el filme en su texto “Los abakuás en Inocencia y las provocaciones a la Historia, la memoria y la justicia”, pues lo enfoca desde la relación etno-racial que se pone a disposición de la reflexión del público como memoria.

Con el recurso de un personaje negro y abakuá, hermano “de leche” de uno de los asesinados, se perfila el tema de la racialidad de una forma poco vista en el cine cubano: sin dependencias de la hegemonía blanca y como “un canto a la libertad de espíritu, al compromiso y a la descolonización de la memoria en su doble acción nacional y supranacional, sin aires de exotismo, prepotencia, violencia y sí de honor, tenacidad y amor” (Menéndez, en Baujin y Ruiz, 2019, p.195).

De esta forma se introduce en el filme la subtrama del intento valiente y suicida de un grupo de abakuás para rescatar a los estudiantes condenados a muerte, algo que no ha sido muy conocido ―a partir del propio carácter secreto del modo de vida abakuá― ni tampoco corroborado, pues aún es discutido por los historiadores.

Sin embargo, resalta la situación de que, al hacerlo, nos sitúa en un contexto particular de la Cuba colonial: el racismo. Tras un interesante análisis de esta sociedad de negros, que fueron reprimidos y tratados con prejuicios y estereotipos de criminalidad por los españoles, señala que la película invita a llenar los silenciosos vacíos de nuestra historia que están llenos de injusticia y crueldad.

El colofón del libro no puede ser mejor que la entrevista de López Sacha con el título “Sangre, sudor y lágrimas (negras): un diálogo posible con el cine de Alejandro Gil y Amílcar Salatti”, quien ubica al filme en la condición de “cinematografía de tesis” y utiliza la historia solo para ubicarnos en el contexto de las ideas que se quieren transmitir.

“Inocencia se define como un proyecto modélico en el tratamiento de un acontecimiento histórico por el arte, y pertenece por derecho propio a ese cine, histórico o no, que indaga, investiga, deduce y concluye una verdad aplastante”, reafirma el ensayista (en Baujin y Ruiz, 2019, p.201).

Junto al acucioso análisis crítico que hace del filme, del uso de las locaciones y la iluminación, del vestuario y la puesta en escena, en amena y sustanciosa lectura se disfrutan anécdotas y conceptos de la realización que sorprenden y energizan: desde la intención del realizador por acercar las inquietudes, actitudes e ideas de los protagonistas a los muchachos de hoy ―para que pudieran tener “puntos de contacto con los jóvenes cubanos de esta generación”―, hasta el estudiado efecto de silencio en la capilla, cuando no aceptan el perdón del oficial que va a fusilarlos y se reflejan así en símbolo de la entereza moral y la revolución.

“Ahora, luego de ver el filme realizado, es que percibo que tiene una gran resonancia cultural y política, que habla de la conciencia cívica, del amor y de la condición identitaria del cubano (…)”, confiesa Alejandro Gil (en Baujin y Ruiz, 2019, p.205).

Un libro realizado con inteligencia, que viene a completar con nuevos elementos ese filme tan gustado, lleno de patriotismo y justicia. El valor de sus trabajos lo convierten en un material de consulta inevitable si se quiere revisitar los acontecimientos relacionados con el 27 de noviembre y más, con nuestras raíces. Como refiere la rectora de la Universidad de La Habana, Miriam Nicado, en sus primeras páginas: es una buena obra de historia que “vuelve al pasado para significar el presente”.

Referencias bibliográficas:

Baujin, J. A., y Ruiz, M. (Coord.). (2019). Con un himno en la garganta. El 27 de noviembre de 1871: investigación histórica, tradición universitaria e Inocencia, de Alejandro Gil. La Habana: Editorial UH y Ediciones ICAIC.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Ediciones Unión promueve en la Feria del Libro la narrativa hecha por mujeres en Cuba

De derecha a izquierda: Olga Marta Pérez, Laidi Fernández de Juan, Marilyn Bobes, Lourdes de Armas, Alessandro Oricchioha, Mylene Fernández y Nara Manzur.

Como parte de las actividades por la Feria Internacional del Libro, la Editorial UNION ha propuesto un encuentro sui géneris: en la tarde del lunes 10 de febrero reunió en la sala Villena de la UNEAC a un grupo de mujeres narradoras que están dentro de su catálogo, quienes comentaron sus impresiones sobre este género literario y promovieron varios títulos de su autoría que están a la venta.


La directora de la Editorial, Olga Marta Pérez, agradeció la presencia de tantas narradoras que se han sumado a la lista de sus publicaciones, sobre todo tras el llamado “boom de los 90s” del pasado siglo en que cambió la perspectiva de género en la publicación de la literatura de nuestro país. Explicó que este fue un trabajo de sedimentación que ha permitido que cada vez más mujeres se incorporen al catálogo y anunció que ya se tiene listo un grupo de libros de mujeres más jóvenes a publicar, cuando las condiciones lo permitan en la imprenta.

Para el traductor italiano Alessandro Oricchioha ha sido un placer trabajar con autoras cubanas, con el fin de mostrarle al público en Italia la calidad de la literatura cubana, fundamentalmente la escrita por mujeres. Comentó una nueva experiencia que ha comenzado a tener con ellas para mantener un diálogo en vivo a través de Facebook con sus lectores, el cual ha tenido mucha aceptación y demuestra el grado de aceptación que han tenido sus libros en el público italiano.

Laidi Fernández de Juan fue la primera de las autoras en tomar la palabra, quien habló sobre su libro de ficción “Sucedió en Copperbelt” - Premio UNEAC de Cuento 2013 - en el que trata la pobreza en su grado máximo, sobre todo a la que puede llegar el ser humano en sus relaciones con otras personas. Además, abundó sobre su contribución al libro “Sombras nada más” donde, conjuntamente con Marilyn Bobes, se logró agrupar cuentos de 36 escritoras cubanas contra la violencia hacia las mujeres y las niñas. Al final, agradeció a su madre Adelaida de Juan por ser la que mayor influencia ha tenido en su introducción al humor en lo que escribe y, en general, en su camino hacia la literatura, que al final pudo más que su propia formación profesional para recalar: “caminos que una escoge en la vida, aunque signifique que tenga que quemar las naves”.

Marilyn Bobes se refirió a su libro publicado con el título “Los signos conjeturables”, donde quiso demostrar que las mujeres narradoras pueden ir más allá de los problemas femeninos, para tratar temas comunes de las personas. Consideró que la literatura escrita por mujeres está atravesando uno de sus mejores momentos pues, desde que se publicó en 1996 aquella antología titulada “Estatuas de sal” - que descubrió a autoras cubanas casi desconocidas y constituyó todo un suceso para la literatura cubana -, las narradoras cubanas han ido ganando el espacio merecido y han surgido muchas de gran calidad en sus textos.

Mylene Fernández Pintado se refirió a su libro titulado “Agua dura”, cuyas historias parten de situaciones comunes que se van complejizando hasta adquirir matices inesperados, pasando por la ironía y el humorismo. Valoró la cuestión ética al hacer literatura y dijo que “cuando escribe siempre trata de poner su granito de arena para que el mundo sea un mejor lugar”. Del mismo modo, Nara Manzur abordó la importancia de que se escriba con un sentido de la ética en estos momentos convulsos del mundo, donde las autoras tienen una responsabilidad para transmitir valores y principios fundamentales, independientemente de reflejar en sus historias las cuestiones de la vida cotidiana.

En el público se encontraban presentes otras personalidades de la cultura cubana, como el presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC, Alberto Marrero, y el director del Centro Promotor del Humor, Kike Quiñones, quienes se refirieron al desarrollo de la literatura escrita por mujeres en el país. La destacada narradora, crítica y ensayista Aida Bahr tomó la palabra para reafirmar que no se trata de hacer una diferencia de géneros en la literatura, pues no hay una discrepancia entre lo que escriben los hombres y las mujeres: el problema es que, anteriormente con un enfoque patriarcal, la literatura era básicamente una cuestión de hombres y, afortunadamente, en las últimas décadas se ha prestado mejor atención a la narración escrita por mujeres, para colocarlas en el lugar que debe, en igualdad de condiciones.