domingo, 25 de agosto de 2013

Política, sexo y poder: ¿en qué se parecen "Chelsea" Manning y Bill Clinton?

Política y poder son la misma cosa: la forma de expresar el poder es la política, la esencia de la política es el poder. Pero, de una forma misteriosa, todo lo relacionado con la sexualidad de las personas vinculadas a esta ecuación ha jugado históricamente, y de forma recurrente, un papel primordial en encuentros y desenlaces. 
 
De acuerdo al sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos uno de los “espacios estructurales donde se generan las formas fundamentales de poder” es el “espacio-tiempo doméstico, donde la forma de poder es el patriarcado, las relaciones sociales del sexo”. Insiste en que, entre otras, el patriarcado es “un modo de producción de poder y de saber”.*
 
Y esto implica no sólo imponerle a la sociedad un comportamiento normativo para la sexualidad de las personas –heterosexual, monógamo, misógino, machista–, sino también que cualquier proceder fuera de ese modelo es condenado enérgicamente… lo que en política se convierte en caldo de cultivo idóneo para todo tipo de artimañas.
 
Infidelidades, indecisiones amorosas, deseos practicados y no confesados, amenazas de dominación femenina, embarazos y abortos, orientaciones sexuales e identidades de género han sido manipulados históricamente en el arte de la política –entre otros argumentos– para destrozar a los adversarios. O, cuando menos, desviar la atención de problemas más importantes.
 
De eso se trató la amenaza de impeachment contra el Presidente Bill Clinton, en 1998, cuando su affaire amoroso con la interna Mónica Lewinsky. De repente lo que sucedió debajo del buró de la Sala Oval –y el tabaco que utilizó el Presidente para cuestiones menos habituales que fumarse– fueron los acontecimientos “políticos” más importantes del país, ante un Bill Clinton que colocó al Partido Demócrata en alta popularidad.
 
Los Republicanos nunca le perdonaron un doble mandato caracterizado por beneficios sociales que incluyeron, entre otros, a sectores menos favorecidos, embarazadas y familias, acceso a servicios de salud (con propuesta inicial de reforma universal y gratuita), medidas para el control de armas y apoyo a homosexuales en el ejército a través de la política “don’t ask, don’t tell”. 
 
De paso –y aparentemente de forma casual– también hubo otros actores políticos al sur de la Florida beneficiados con las revelaciones de infidelidad presidencial, pues el escándalo provocó la salida estrepitosa de Cuba de todas las cadenas nacionales de los Estados Unidos, que estaban cubriendo la exitosa visita del Papa Juan Pablo II a la isla y transmitían una imagen muy generosa de esta tierra tropical, demonizada por décadas para la mayoría de los estadounidenses por intereses políticos.
 
Por suerte a Bill Clinton no le ocurrió como a John F. Kennedy que, no bastándoles y siendo insuficientes las acusaciones por infidelidades maritales del mandatario, acudieron al magnicidio.
 
Sin embargo, en estos días vuelve a agitarse escandalosamente el tema de la sexualidad en cuestiones políticas: al dueño de WikiLeaks Julián Assange se le han imputado cargos de “acoso sexual” y su fuente principal, el soldado Bradley Manning –que reveló más de 700 mil documentos secretos que contenían atrocidades cometidas por el gobierno y el ejército de los Estados Unidos en el mundo, además de las interioridades del poder secreto desde Washington–, ha confesado que se siente mujer y quiere empezar el tratamiento para su transición y someterse a la cirugía de reasignación sexual.
 
De repente, el caso político que incriminaba a los Estados Unidos en masivas y flagrantes violaciones de los derechos humanos de iraquíes, afganos, pakistaníes, injerencias en los asuntos internos de otros países, planes de desestabilización de gobiernos indeseados… todo eso ha pasado al último plano del tema. El caso, de la noche a la mañana, se ha centrado en los problemas legales que generará la identidad sexual del soldado, culpado a 35 años en una prisión militar y que ahora quiere llamarse Chelsea.
 
Las implicaciones sexuales se complican cuando surgieron reportes periodísticos indicando que Edward Snowden es homosexual, lo que aparentemente fue una carta de negociación con la homofóbica Rusia para que no le otorgaran asilo político –algo que a Obama no le convendría que fuera confirmado por las organizaciones defensoras de los derechos LGBT en los Estados Unidos. Y, para colmo, el periodista británico de “The Guardian” que dio a conocer los datos revelados por Snowden también es gay, cuya pareja –un brasileño– fue retenido por horas en el aeropuerto de Londres sin dar explicación convincente.
 
Después de esto no podrá extrañarnos que voces fundamentalistas conservadoras en Estados Unidos utilicen de forma oportunista estos elementos contra la Administración Obama, culpando de los males a un complot de homosexuales y trans, el mismo sector que el Presidente prometió apoyar durante sus campañas electorales.
 
Porque en política, siguiendo a Maquiavelo, el fin justifica los medios. Y la sexualidad puede ser una ficha importante que puede jugarse en muchas ocasiones para artimañas maquiavélicas.
 
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*  De Sousa Santos, Boaventura. Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social, en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/edicion/santos/santos.html (Pág. 52)

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