domingo, 4 de enero de 2015

El secreto mejor guardado


En silencio ha tenido que ser…”
José Martí
Nos sorprendió a todos. Con el mejor estilo martiano – en lo que debe ser uno de los secretos políticos mejor guardados de la historia – por 18 meses el gobierno cubano negoció con los Estados Unidos el largamente pospuesto entendimiento entre ambos países. Y no podía haber sido de otra manera: ejemplos sobran en las últimas décadas sobre intentos de negociaciones similares que han fracasado ante la obstinada labor de una industria del odio, con base fundamentalmente en Miami, que genera muchos dividendos.
Raúl Castro pasará a la historia como el líder cubano que logró este histórico acercamiento, cumpliendo así con un propósito explícito de su mandato – desde que fue electo como Presidente del Consejo de Estado – cuya mejor solución podía encontrarse en manos de su generación. Barack Obama pasará a la historia como el primer Presidente estadounidense con valor suficiente para reconocer – estando en funciones – el fracaso de la política de aislamiento a Cuba, comenzar a desmontar las estructuras bilaterales forjadas durante la Guerra Fría y dar pasos definitivos en la apertura de una nueva etapa en las relaciones entre ambos países.
Los anuncios del 17 de diciembre de 2014 tuvieron un significado histórico. La llegada a Cuba de los 3 luchadores antiterroristas parecía un sueño, tras muchos años de dolor y lucha por su regreso. Además del reconocimiento a una tremenda injusticia – valorado así incluso por el sistema jurídico norteamericano – pone el dedo en una llaga aún latente: la existencia de grupos violentos y terroristas en Miami, como instrumento más peligroso de una política de hostilidad que ha provocado cuantiosas muertes y daños en Cuba a lo largo de estos 56 años.
La llegada de Alan Gross a Estados Unidos – además de constituirse en un gesto humanitario ante lo que se había convertido en un daño a la imagen del gobierno cubano, por la manipulación de los medios internacionales – también llama la atención en los programas subversivos que ha financiado el gobierno de los Estados Unidos contra Cuba en las últimas décadas. El anuncio ese mismo día de la renuncia del Director General de la USAID es más que elocuente.
Y la liberación de otro grupo de prisioneros en Cuba – que, al parecer, cumplían sanciones por acciones de origen político –, aunque no se conocen detalles de su número ni causas específicas, constituye una disposición y capacidad negociadora del gobierno cubano que no puede ser ignorada.
Pero si el canje de prisioneros fue una noticia llamativa, el anuncio del restablecimiento de relaciones entre los dos países superó todas las expectativas. Se trata de la primera vez en la historia de Cuba que el gobierno de los Estados Unidos establece con el gobierno cubano – especialmente con un gobierno revolucionario, que ha sido catalogado por décadas como “enemigo” – una relación de iguales, sin subordinación, con respeto a nuestra independencia, soberanía e integridad nacional.
No se puede ser ingenuos y pensar que es el fin de la naturaleza injerencista del imperio. El discurso de Obama está plagado de esos intereses, los mismos que han sobrevivido desde el surgimiento de la nación cubana y la creación de la República. La base naval de Guantánamo – a propósito, la gran ausente de los anuncios del 17/12 – es una reliquia de la Enmienda Platt y nos lo recuerda más de un siglo después.
Otros cambios, aunque con menos repercusión, también llamaron la atención hacia mitos y políticas fracasadas desde los Estados Unidos:
  • Sacar a Cuba de la lista de “Estados patrocinadores del terrorismo” era, tal vez, la más fácil y esperada de las acciones que podían realizar, después del reclamo unánime de Latinoamérica y el Caribe y de lo ridículo que luce cuando Cuba es hoy la sede de las conversaciones de paz en Colombia, importante elemento para la estabilidad en el hemisferio.
  • La aceptación de la participación de Cuba en la Cumbre de las Américas en abril de 2015, más que una concesión, era un problema a resolver con el resto de los países participantes, algunos de los cuales habían amenazado con boicotearla en caso de que Cuba no pudiera asistir. Las agendas hemisféricas podrán contar a partir de ahora con la contribución de nuestro país y el consecuente fortalecimiento en algunas de ellas.
  • La creación de facilidades para el acceso de Cuba a las redes de comunicación, internet y sus tecnologías – más allá de los temores de algunos decisores en nuestro país por esta apertura – llama la atención sobre la realidad de que tal conectividad requiere de la aprobación de los dueños de esta tecnología en el hemisferio: los Estados Unidos, quienes hasta ahora no nos habían brindado muchas posibilidades al respecto.
  • La expansión a las categorías de licencias generales para viajes de estadounidenses a Cuba y sus gastos en nuestro país son una respuesta a la exigencia de muchos sectores en la población de Estados Unidos que han visto limitados sus derechos constitucionales con esta prohibición, cada vez más visible.
  • El anuncio de “actualizar la aplicación de las sanciones a Cuba en terceros países” es un evidente reconocimiento a la extraterritorialidad de las medidas contra la isla, después de repetir hasta el cansancio que se trata sólo de un asunto bilateral. Entre otros, se incluye el acceso de los cubanos a servicios de entidades norteamericanas (bancos, hoteles, etc.) en terceros países, el desbloqueo de cuentas de cubanos en bancos norteamericanos y hasta la entrada a Estados Unidos de barcos provenientes de Cuba – siempre que hayan estado involucrados en algún comercio humanitario –, una de las sanciones principales contenida en la Ley Torricelli de 1992.
Sorprendió a muchos la amplitud del paquete de decisiones tomadas de una sola vez, en lo que el propio Obama calificó como lo máximo que podía hacer desde su posición ejecutiva. De esta forma quedó afuera el bloqueo – la política más repudiada internacional e internamente – que desde su codificación en 1996 con la aprobación de la Ley Helms-Burton sólo puede ser cambiado desde el Congreso, como resultado de las incongruentes posiciones de otro Presidente demócrata: Bill Clinton.
Sin embargo, el llamado que hizo Obama al órgano legislativo para realizar un análisis “honesto y serio” sobre el bloqueo dirige la atención a lo imperativo que les resulta poner en balance dos posiciones ahora encontradas: el beneficio que recibe un grupo de personas en Miami y Washington con la política de aislamiento a Cuba frente a los intereses geopolíticos del imperio, sobre todo ahora que al parecer Rusia y China han decidido participar en serio en la economía cubana.
De otro lado está el cada vez mayor número de empresarios y políticos estadounidenses que ven mayores beneficios con una política de acercamiento, ante el convencimiento de que con la otra política se afectaba a Cuba pero también a sus coterráneos. Un disparo en sus propios pies, como reza un dicho en los Estados Unidos.
Muchas preguntas quedan en la forma de implementar lo anunciado y un gran reto se levanta para ambas partes en las nuevas formas en que se establecerán las relaciones. Los vínculos diplomáticos por sí mismos no garantizan relaciones armónicas, mucho menos después de tantas décadas de desconfianza y hostilidades.
Lo que no tiene sentido ahora es cuestionarse quién ganó y quién perdió con las nuevas políticas anunciadas. Esto sólo les hace el juego a aquellas personas en contra del cambio, sobre todo a esa industria del odio que, como todo negocio rentable y multimillonario, hará todo lo posible por no desaparecer. Dinero y experiencia tienen en bombardear todo lo que les pueda poner en peligro su supervivencia.
Tanto los estadounidenses como los cubanos hemos ganado con las nuevas perspectivas que se han creado, porque siempre será mejor tratar de resolver nuestras diferencias desde el entendimiento. Ahí está el reto y no tenemos otro camino – ¡al fin! – que enfrentarlo.

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