No me dan placer los pies mojados. Si me gusta el mar es para estar en la playa, un rato. No tengo siquiera el valor de arriesgarme en tomar un bote, mucho menos una balsa, para atravesar un océano. En ciertos casos, más que una aventura, me parece una locura irresponsable.
Haber tenido la oportunidad (o mejor dicho, las oportunidades) de tener los pies secos, y no haber dado el salto, no me da derecho a criticar a quien opte por los pies mojados. Tampoco a desentenderme del drama humano de quienes, obsesionados con un sueño, toman los riegos más insospechados, incluyendo locuras irresponsables.
Pero seamos honestos: era un privilegio que ya muchos otros hubieran deseado. Quien lo aprovechó, y le fue bien, que lo disfrute. Pero que se veía venir el fin, eso estaba claro.
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