Se va otro Presidente yanqui, pero esta vez no es como las anteriores. En esta ocasión no se retira dejando atrás la misma retórica obstinada y vacía hacia Cuba, tan odiosa como irreal, tan arrogante como imperial.
Tal vez como ningún otro Presidente deja un legado sólido y concreto en las relaciones con su vecino del sur a solo 90 millas, sobre la base de la racionalidad. Puede que no nos haya gustado todo lo que hizo, pero hizo más (y mejor) que ninguno antes. Con una habilidad de encantamiento poco habitual en políticos de su cargo, tendió puentes y abrió caminos. Prometió y actuó, vino y agradó. Aunque tuvo mejores condiciones que los anteriores, su coraje merece respeto.
Puede que el próximo Presidente quiera revertirlo todo, pero no podrá revertir su huella: la huella de que podemos hacer las cosas de otra manera, la huella de que el respeto y la comunicación son el mejor camino.
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