Su presencia en Cuba, por segunda vez tras 15 años de su
primera experiencia, expresa la realidad del cada vez mayor número de
norteamericanos en altos niveles de decisión y de influencia en la política de
los Estados Unidos que muestran públicamente su desacuerdo con esta política.
Esta visita coincide en el tiempo con una carta
recientemente firmada por 40 figuras de la política norteamericana –incluyendo
importantes funcionarios de previas administraciones demócratas y republicanas–
que también han solicitado al Presidente Obama el fin del bloqueo.
La batalla contra esta política no es fácil. Hay toda una
industria creada detrás de ella, basada públicamente en el odio a la Revolución
cubana, que es el sustento material de muchas personas en los Estados Unidos y
más allá de sus fronteras.
La propia Cámara de Comercio de los Estados Unidos informó
hace algunos meses que la administración norteamericana gasta cada año del presupuesto
nacional –dinero de los contribuyentes– entre 1.2 y 3.6 mil millones de dólares
para verificar la implementación del bloqueo. Se puede tener una idea de la
cantidad de funcionarios y burócratas en la administración que viven como
consecuencia de esta política.
Esto sin contar la cantidad de personas, fundamentalmente en
Miami y Washington –también en New Jersey, tal vez en menor escala–, que
reciben cuantiosos beneficios en términos de dinero para mantener su discurso
agresivo contra Cuba en estaciones de radio, de televisión, en organizaciones terroristas,
en puestos políticos. Si no, que le pregunten a Ileana Ros, a los hermanos
Díaz-Balart, a Marco Rubio, a sus asalariados en La Habana.
Del otro lado del espectro político, se va abriendo paso la
lógica de los importantes beneficios económicos que pudieran tener muchas
empresas norteamericanas –incluyendo cubano-americanas– después del fin del
bloqueo, la posibilidad de la creación de empleos y el desarrollo potencial de
muchas asociaciones económicas, tanto en Cuba como en Estados Unidos, como
resultado de la posibilidad de invertir y comerciar con la isla.
El pulseo entre estas dos posiciones contrapuestas se ha
revitalizado en estos momentos. Por décadas ha ganado el bloqueo, en estos
momentos ha empezado a resurgir con fuerza el apoyo al otro bando. Pero no nos
llamemos a engaño ni nos hagamos falsas ilusiones: estamos hablando de
cuestiones meramente económicas, de si una posición u otra reporta mayores
beneficios a los intereses de los Estados Unidos.
Es importante terminar el bloqueo ya. Sin dudas esto
reportará beneficio para ambas partes, sobre todo para el desarrollo de Cuba y
el despegue de nuestras relaciones económicas internacionales, que se han visto
afectadas por demasiado tiempo como consecuencia de esta política. Pero ello no
significará un cambio en la perspectiva política del imperio norteamericano
hacia nuestro país que, desde los tiempos de la Doctrina Monroe y la Teoría de
la Fruta Madura a inicios del siglo XIX, siempre ha tratado de controlar lo que
sucede en Cuba.
Incluso tener relaciones económicas plenas no significará la
renuncia de los Estados Unidos a un cambio de régimen en la isla. De hecho,
muchos de los que defienden el cambio de la política basan sus argumentos en
lograr destruir a la Revolución cubana por otros métodos. Quien tenga dudas de
ello, observe el ejemplo de Venezuela, Ecuador y de tantos otros lugares en el
mundo en los cuales Estados Unidos tiene amplios intereses económicos y también
intensas políticas de cambio de régimen.
Con el aumento de estas voces por el cambio de la política
hacia Cuba dentro de los Estados Unidos estamos entrando –de nuevo, tras
algunos fallidos intentos en el pasado– en una etapa diferente de las
relaciones bilaterales. Requerirá de mucha inteligencia y habilidad política para
conducirlas por un camino en que resulten beneficiadas las economías de ambos
países sin dejar de tener el ojo alerta ante las intenciones de destruir a la
Revolución y dominar el curso de nuestra patria.
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