viernes, 30 de mayo de 2014

La industria del odio tras el bloqueo

La visita a Cuba del Presidente de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, Thomas Donohue, ha reavivado el debate sobre la irracionalidad y la injusticia de la política de bloqueo que ha impuesto los Estados Unidos contra Cuba por más de 52 años.

Su presencia en Cuba, por segunda vez tras 15 años de su primera experiencia, expresa la realidad del cada vez mayor número de norteamericanos en altos niveles de decisión y de influencia en la política de los Estados Unidos que muestran públicamente su desacuerdo con esta política.
Esta visita coincide en el tiempo con una carta recientemente firmada por 40 figuras de la política norteamericana –incluyendo importantes funcionarios de previas administraciones demócratas y republicanas– que también han solicitado al Presidente Obama el fin del bloqueo.
La batalla contra esta política no es fácil. Hay toda una industria creada detrás de ella, basada públicamente en el odio a la Revolución cubana, que es el sustento material de muchas personas en los Estados Unidos y más allá de sus fronteras.
La propia Cámara de Comercio de los Estados Unidos informó hace algunos meses que la administración norteamericana gasta cada año del presupuesto nacional –dinero de los contribuyentes– entre 1.2 y 3.6 mil millones de dólares para verificar la implementación del bloqueo. Se puede tener una idea de la cantidad de funcionarios y burócratas en la administración que viven como consecuencia de esta política.
Esto sin contar la cantidad de personas, fundamentalmente en Miami y Washington –también en New Jersey, tal vez en menor escala–, que reciben cuantiosos beneficios en términos de dinero para mantener su discurso agresivo contra Cuba en estaciones de radio, de televisión, en organizaciones terroristas, en puestos políticos. Si no, que le pregunten a Ileana Ros, a los hermanos Díaz-Balart, a Marco Rubio, a sus asalariados en La Habana.
Del otro lado del espectro político, se va abriendo paso la lógica de los importantes beneficios económicos que pudieran tener muchas empresas norteamericanas –incluyendo cubano-americanas– después del fin del bloqueo, la posibilidad de la creación de empleos y el desarrollo potencial de muchas asociaciones económicas, tanto en Cuba como en Estados Unidos, como resultado de la posibilidad de invertir y comerciar con la isla.
El pulseo entre estas dos posiciones contrapuestas se ha revitalizado en estos momentos. Por décadas ha ganado el bloqueo, en estos momentos ha empezado a resurgir con fuerza el apoyo al otro bando. Pero no nos llamemos a engaño ni nos hagamos falsas ilusiones: estamos hablando de cuestiones meramente económicas, de si una posición u otra reporta mayores beneficios a los intereses de los Estados Unidos.
Es importante terminar el bloqueo ya. Sin dudas esto reportará beneficio para ambas partes, sobre todo para el desarrollo de Cuba y el despegue de nuestras relaciones económicas internacionales, que se han visto afectadas por demasiado tiempo como consecuencia de esta política. Pero ello no significará un cambio en la perspectiva política del imperio norteamericano hacia nuestro país que, desde los tiempos de la Doctrina Monroe y la Teoría de la Fruta Madura a inicios del siglo XIX, siempre ha tratado de controlar lo que sucede en Cuba.
Incluso tener relaciones económicas plenas no significará la renuncia de los Estados Unidos a un cambio de régimen en la isla. De hecho, muchos de los que defienden el cambio de la política basan sus argumentos en lograr destruir a la Revolución cubana por otros métodos. Quien tenga dudas de ello, observe el ejemplo de Venezuela, Ecuador y de tantos otros lugares en el mundo en los cuales Estados Unidos tiene amplios intereses económicos y también intensas políticas de cambio de régimen.
Con el aumento de estas voces por el cambio de la política hacia Cuba dentro de los Estados Unidos estamos entrando –de nuevo, tras algunos fallidos intentos en el pasado– en una etapa diferente de las relaciones bilaterales. Requerirá de mucha inteligencia y habilidad política para conducirlas por un camino en que resulten beneficiadas las economías de ambos países sin dejar de tener el ojo alerta ante las intenciones de destruir a la Revolución y dominar el curso de nuestra patria.

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